Recluida en sus casas, con el ánimo de la vecindad en cada aplauso vespertino, las  vigilancias de otros que gritan desde los balcones, o miran raro a quienes no llevan guantes y mascarillas en la cola de los autoservicios… La población vive con la incertidumbre como certidumbre, mientras cada día se afianza el estado de alerta. El cual la sitúa más cerca del estado de sitio que dé la vuelta a las rutinas anteriores. Aquellas que no regresarán cuando termine el confinamiento.

Los estados occidentales saldrán de la catástrofe con roles más protagónicos que antes de la crisis sanitaria. Aunque ello no excluye en absoluto la posibilidad de interpretaciones autoritarias que a fuerza de golpes causen el retorno al redil individualista. A falta de sutileza, represión para agriar más todavía el rostro de los liberales. El húngaro Viktor Orban ha dado muestra de ello al aprovechar la pandemia para avanzar en su proyecto autoritario, bajo el consentimiento de las derechas europeas.

Laval y Dardot recuerdan el éxito que tuvieron los gobiernos occidentales al usar la libertad como condición de posibilidad. Siendo capaces de jugar con el espacio tomado como libre por cada individuo para el sometimiento voluntario de cada hombre y mujer a la norma.

En las últimas décadas pese a que las legislaciones no hayan ido en beneficio de la mayoría social, ni ampliado las libertades y derechos, es innegable la tendencia al régimen disciplinario interno también en los tiempos del Covid-19.

En España cada mediodía un técnico y los altos funcionarios militares y policiales nos indican cómo comportarnos. Cada cual lo interioriza a su manera y actúa con sentido común. Hay individuos presos del miedo. Otros deseosos de volver a escuchar: “Quieto todo el mundo”. Existen seres que sin rubor jalean desde los balcones los excesos de algunos policías. También otra parte de la vecindad, la misma que cada tarde aplaude a quienes se la juegan contra el Coronavirus, señala y difunde a quienes bajo la consigna de salvar la patria: abusan de su poder.

En ese río revuelto, la extrema derecha española pone especial empeño en pescar. Al igual que la derecha extrema no oculta su ansia de vivir en un estado de excepción dirigido por un gobierno más punitivo – por ellos -, y de concentración. A veces lo llaman gobierno de unidad nacional, recurriendo a esas dos sacrosantas palabras bajo las que se ha justificado lo injustificable como bien se apunta en el libro Neofascismo, la bestia neoliberal.

Agitar la bandera española emociona a los herederos del nacional catolicismo y confunde a quienes quedaron encandilados con el régimen del 78. Hasta en sectores progresistas renace el mito de aquellos tiempos en los que Carrillo y Fraga “apartaban sus diferencias para acordar con Adolfo Suárez políticas de Estado”. Presentan a Felipe González desdibujado en el relato, y quitan a Juan Carlos de Borbón y Jordi Pujol con el fin de construir una fábula útil para unos Pactos de la Moncloa 2.0.

A diferencia de entonces, las expectativas se hallan más bajas que a la salida del franquismo  y la derecha extrema y la extrema derecha se conforman con sacar réditos de esta crisis a corto plazo. No les importa que la competencia por el voto más intolerante desemboque en lo que Boaventura de Sousa define como una sociedad políticamente democrática, pero socialmente fascista.

Cuando termine el estado de alerta: verdes, naranjas y azules reinterpretarán el chovinismo del bienestar a la española. Este al fin y al cabo se basa en excluir a una parte de nuestra sociedad de las ayudas sociales, “porque no hay para todos”.

Mujeres y ancianos como despojos del neoliberalismo

Si los machotes dan las pautas de comportamiento en esta crisis,  las mujeres cargan sobre sus espaldas los cuidados. De sus vientres salen los seres humanos, a sus brazos se aferra la sociedad cuando las vidas peligran. Tras el encierro masivo, no se debe alargar el momento de darle la vuelta al relato, y más que aplaudir a heroínas en tiempos de epidemia: toca reconocer públicamente la feminización de la pobreza, la precariedad femenina, y todas las formas de violencia. En definitiva, poner la vida en el centro.

El feminismo causa dolores de cabeza a aquellos que bendicen el supremacismo patriarcal. Por eso culpan de todos los males de la pandemia al 8M, porque al fin y al cabo son las mujeres quienes  abrieron la caja de Pandora que cuestiona el patriarcado.

El neoliberalismo precariza a las mujeres y convierte a la población anciana en meros despojos.

Hacer negocio con lo público lleva a mercadear con la existencia y desaparición de los seres humanos. Coherentemente con la doctrina de la Escuela de Chicago, tener la hoja de vida más digna no libra a las personas más mayores de convertirse en deshechos.

Para muestras los fallecimientos y formas de morir durante la pandemia de los supervivientes de la gripe de 1918, la guerra, la posguerra, y la dictadura. Las políticas contra lo público no perdonan a quienes lucharon por la democracia y construyeron las sociedades de bienestar en Europa.

El neoliberalismo batalla también contra la memoria. El constitucionalismo social basado en el pacto capital-trabajo que emergió tras la Segunda Guerra Mundial, aun siendo muy favorable a una de las partes favoreció grandes mejoras para las clases populares occidentales. Eso sí, al coste elevado de aparcar las utopías y renunciar a vías subversivas. Se solidificaron los pilares que lo sostenían: trabajo, ciudadanía y democracia.

Después de tres décadas de neoliberalismo salvaje dichas columnas han menguado, prevalece el orden de la mano invisible del mercado, aquella que acompaña un puño también invisible como afirmó Thomas Friedmann.

El consenso de Bruselas alteró ligeramente relato sobre las bondades del neoliberalismo, y causó mucho dolor a quienes creyeron en el pacto social. Sobre todo en la Europa de Cervantes, la filosofía griega, del renacimiento Italiano, y del fado. Calificados por los poderes del Norte como PIGS,  quienes ocupan los vagones de la cola del club de los países ricos del continente una vez más no encuentran solidaridad en el reparto.

Llegado a este punto, queda  empalizar con los rostros de las cajeras, cuidadoras, sanitarias, limpiadoras, enfermeras, ancianos y madres. Cruzar las miradas. Tejer redes. A los amantes del culto a la individualidad triunfante que encarna Amancio Ortega, siempre les quedara aplaudir al empresario cuando cumpla años. Al resto, de momento todas las tardes que dure la crisis sanitaria tomar los balcones y ventanas a las 20:00 horas.

La humanidad corre el riesgo de sufrir globalmente el apartheid del desastre del que advirtió  Naomi Klein en la Doctrina del Shock. Superada la epidemia del Covid-19, la sociedad más concienciada se enfrentará al reto de impedir que la supervivencia no la determine la clase social, ni la billetera. Sobran precedentes de análisis y escasean los manuales, pero la oportunidad existe.

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