Desde que Jorge Vilches ha dejado de escribirle los discursos y las respuestas a Isabel Díaz Ayuso ha aparecido la verdadera faz del PP. Ese rostro que demuestra que los principios liberales y constitucionalistas son tan sólo fachada y marketing político. Ni son liberales, ni constitucionalistas como bien ha demostrado la presidenta madrileña en apenas un minuto. Quien ahora se encargue de los discursos y respuestas ha escuchado truenos pero jamás ha visto la tormenta. O lo que es lo mismo, no sabe qué es el liberalismo –más allá de una palabra que utilizar- y la Constitución es un libro gordo que dice cosas pero para qué leerlas. Lo mismo le ocurre a Pablo Casado que basta que se pronuncie en favor del liberalismo para a continuación mandar los principios liberales al retrete. Aparentan pero no son ni lo uno, ni lo otro.

Ayer durante la comparecencia del gobierno de la Comunidad de Madrid la presidenta se lanzó enérgica a una defensa de Juan Carlos de Borbón ¿o fue de Juan Carlos I? Ahí radica el problema, no sabe distinguir entre la institución y la persona que encarna la misma. Por ello no se sabe si defiende la monarquía, la persona, las dos a la vez o ninguna (que podría ser). A ningún liberal en su sano juicio se le ocurriría defender que Borbón (algunos dicen Bribón) no sea igual al resto de los ciudadanos respecto a las leyes. La igualdad ante la ley, que es uno de los máximos principios liberales –por no decir casi el único indubitable-, que en España se consagra en el artículo 14 de la Constitución, no exime a nadie. Si Borbón asesinase a una persona sería juzgado. Lo mismo sucede si ha estado haciendo el egipcio en su misión como monarca. Por cierto figura que es inviolable en términos políticos-civiles, no penales. Tampoco el dicho leguleyo de “Tratar a los iguales como iguales y a los desiguales como desiguales” se refiere a este señor sino a la protección del débil. En el momento en que Díaz Ayuso estima que Borbón no es igual a los demás está defendiendo y respaldando la existencia de desigualdades a priori. Benjamin Constant, el famoso liberal, le daría de gorrazos hasta salir de la puerta del Sol y llegar, bajando por la cuesta de san Vicente, hasta Príncipe Pío como poco.

Decía Karl Popper, el padre putativo de la mayoría de liberales actuales, que la democracia, si es que se puede entender de alguna forma (nunca como llevar al pueblo a la cámara de representación), debía ser como exclusión de toda tiranía. De la mayoría y de la minoría. Si Borbón actúa como un tirano, en el sentido clásico del término, esto es, por encima de la ley, ningún liberal cabal defendería su actuación. Ninguno. Lo que los liberales han defendido, especialmente en Gran Bretaña, ha sido la institución como elemento vertebrador y de vigilancia del sistema representativo. Fíjense que Eduardo VIII hubo de abdicar del trono británico para casarse con una mujer divorciada, algo que contravenía los principios de la iglesia de Inglaterra de la que era cabeza como rey. ¿Por qué defiende que Juan Carlos de Borbón estafe a la hacienda pública y arrample con comisiones a los empresarios (malversación) cuando eso contraviene la ley? Por liberal no desde luego, sino por un intento de patrimonializar la institución pasando por encima de la Constitución sin dudarlo.

Lo peor, si es que es posible, no es sólo que defienda a un comisionista defraudador que se ha aprovechado de su posición institucional para arramplar con millones de euros, sino el trato que tiene para con sus contrincantes. Esa forma de decir “Desde luego no es como usted” al diputado de Más Madrid no sólo supone situar en un nivel inferior y de desigualdad al representante del pueblo, sino que es la fórmula más miserable posible de deshumanizar al otro, de señalarle como inferior, de criminalizarle por mantener una opinión distinta, algo ante lo que cualquier liberal se aterraría. La defensa del pluralismo, de la deliberación –algo que no entienden en el PP-, del uso de la razón como mecanismo para evitar matarse unos a otros, es también principio fundamental del liberalismo y por supuesto de la Constitución –que consagra la libertad de expresión, de pensamiento, de cátedra…-. Ni Borbón trajo la democracia él solo como si hubiese luchado contra los titanes, ni todas esas leyendas que se cuentan son verdad.

Como liberal puede defender de manera posibilista la monarquía constitucional, pero como liberal no puede defender las trapacerías y el saltarse la ley de cualquier persona. Igual es que están acostumbrados a saltarse todas las leyes (véanse los numerosos casos de corrupción que apuntan a la calle Génova para financiarse y enriquecerse la oligarquía dirigente) porque se piensan superiores y exentos de rendir cuentas a la legislación. Cuando hablan de igualdad ante la ley, como principio, en realidad deben pensar que es igualdad de los demás, no de ellos. Casado también piensa así y da que pensar que es toda una generación que se ha criado bajo esos preceptos que catalogan de liberales pero que no son más que vestigios del caciquismo y la oligarquía. No son liberales (como ha señalado en más de una ocasión Luis Garicano acertadamente), defienden el capitalismo, pocos impuestos y ya. No busquen principios y valores, cuanto mucho algún sermón católico. Ni defienden el liberalismo, ni la Constitución salvo para tirársela a la cabeza al enemigo. Porque, otra diferencia con los liberales, piensan en el otro no como adversario, como persona que puede tener la misma razón, sino como enemigo. Y curiosamente, cuando sí aparece un enemigo del liberalismo acaban pactando con él. Mucho señalar a los demás como totalitarios y se acuestan con los de la derecha.

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