Decía Alain Minc que el sistema democrático acaba generando, en ciertas ocasiones, un populismo mainstream o del sistema. Un populismo que no pone en cuestión el sistema en sí, en su estructura profunda, sino que sirve para reforzar ese mismo sistema frente a diversos ataques antisistémicos o frente a crisis económicas o sociales. Un populismo (que en versión española resultó cuñadismo inilustrado) que ejerció hasta hace bien poco en España Ciudadanos. Defender al pueblo para colar por la gatera todo el programa de las élites nacionales e internacionales.

Ahora el presidente del Gobierno se acoge a ese populismo del sistema para salvar la agenda 2030 o para continuar con las órdenes de la Comisión Europea para todos los gobiernos… salvo el que puede hacer lo que quiera (Alemania). De Pedro Sánchez no puede decirse que no vaya con la moda política de occidente. Copia todo y adapta todo a lo que van haciendo otros. Lo primero fue apuntarse a la política de plataformas, donde pese a existir algo llamado partido detrás, en realidad acaba transformándose en una plataforma personalista. Todo está concebido en torno a la figura del dirigente máximo (no cabe hablar de líder porque no hay relación de liderazgo) que ordena y manda, hace y deshace a su antojo, y todos deben aceptar sin rechistar el camino marcado por uno.

Todo emana del uno

Lo que viene después de la política de plataformas (ahí Yolanda Díaz se ha apuntado rápido también) es la indeterminación programática o doctrinal. No cabe doctrina alguna porque la política, en términos schmitteanos, emana del uno y su camarilla de amigos y lamesuelas la interpretan. Sólo cabe una forma de abordar el presente político, por la senda del uno y toda crítica será herejía o desconocimiento de una “realidad-muy-compleja”. Recurrir a la complejidad para intentar decir que quien critica es poco menos que gilipollas e inculto, no como el jefe que es mainstream. La plataforma es unimodal. Ya inventarán simbolismo o cualquier otra historia para intentar “carismatizar” al jefe. Un jefe que no deja de ser un dictadorzuelo.

Lo siguiente es el recurso al populismo. “Los hombres de los puros conspiran contra mí” dijo no ha mucho tiempo Sánchez. Un eco de aquello de Prisa y Telefónica confabulando para echarle de la secretaría general del PSOE, que ya se observó que era mentira. Un engaño para que los incautos le apoyaran y lograse obtener el poder suficiente para destrozar la vida interna del PSOE y transformarlo en su plataforma personal. Ahora, además, añade una palabra mágica: “la gente”. Utilizar pueblo le debe parecer muy evidente como seña populista y recurre a utilizar el sustantivo “gente”. Como sinónimo de pueblo hace mucho tiempo, como reconoce la RAE, que dejo de funcionar. La gente al final no es más que un grupo de personas indeterminado.

¡Viva la gente!

La ministra Pilar Alegría decía el lunes que “la gente se da cuenta de que el gobierno de Sánchez hace las cosas bien y Feijóo mal”. En el acto con Felipe González, Sánchez volvió a recurrir al término “gente” para hablar de que al final, a pesar de las campañas orquestadas, se acaba viendo que desde el gobierno se trabaja para la gente. En el senado, tres cuartos de lo mismo. Si se ha citado a González es porque, pese a tener más “carisma” que Sánchez y mejor verbo, no es un populista. En esa famosa frase que se ha entresacado sobre la verdad y la creencia de las personas, González dice “En democracia, lo que cree la ciudadanía que es verdad…”. El matiz es importante y dice mucho de lo subliminal de cada personaje.

Hablar de ciudadanía y no de gente contiene un matiz político fundamental, un matiz de carácter democrático. En uno, el gobernante es servidor de un colectivo ciudadano amplio que tiene sus diferencias, sus virtudes y sus manías. En otro, el gobernante es un ser superior que habla para personas indeterminadas que se sitúan por debajo y carecen de capacidad de análisis. González hablaba de esas razones en las que la ciudadanía puede estar errada, pero él sabe que a ellas se debe, tanto para gobernar como para explicar y hacer ver ese error. Hoy no se explica nada porque se tiende a ver a la “gente” como inculta.

Ahora “la gente” se da cuenta de lo bueno que es el gobierno, como por arte de magia. Un gobierno trabaja para “no dejar atrás a la gente”. ¿Qué gente? Lo primero que viene a la cabeza es que piensen en términos de populacho. Porque gente también es la que se reúne en el Club de Polo de Somosaguas. La gente como ente indeterminado porque el populismo intenta agrupar a cuantos mayores colectivos mejor. No representa a nadie en realidad salvo a los propios populistas. El lenguaje siempre indica elementos subliminales y en esta ocasión muestra el populismo de Sánchez. La última agarradera que le debe quedar. Ni clase trabajadora, ni clases populares (por aquello de mayor inclusividad), ni nada, los señores de los puros y la gente. Populismo, del sistema, sí, pero populismo.

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