Emprendimiento. Esta es la palabra mágica que la ideología liberal-capitalista ha puesto en el foco de la vida social. Emprendimiento. La solución a los problemas laborales y sociales que asolan las sociedades capitalistas del mundo desarrollado. Emprendimiento. Da igual el partido que se elija en el espectro izquierda-derecha, todos hablan del emprendimiento y su importancia. La ambrosía del Zeus capitalista se expande allende y acullá impregnando los gaznates intelectuales y sociales del sistema.

Emprendimiento. La perversión de un concepto que nació con otros fines bien concretos al albur del desarrollo de las grandes empresas (privadas y públicas) y que ha tornado en un elemento de ocultación de las relaciones de dominación. Emprendimiento. Porque “búsquese la vida” o “fomento del espíritu empresarial” parecían demasiado cáusticos a los ideólogos capitalistas. Emprendimiento. Como fórmula de mantenimiento del sistema y el bloque en el poder mediante recursos lingüísticos y simbólicos, los cuales generan aceptación en tanto en cuanto aparecen aureolados de una ética de lo genial, de los máximo, de las cotas más altas que puede alcanzar un individuo para beneficio de la humanidad. Emprendimiento.

Emprendimiento económico. Emprendimiento social. Emprendimiento político. Emprendimiento por todos lados como un mantra que se repite hasta la saciedad para lograr la pureza del espíritu… del capitalismo. Falso. No hay avance humano. No hay salvación personal. No es más que un mecanismo de ocultación de sistema ideológico para tapar las vergüenzas de sus contradicciones internas y, a la par, impedir el cambio de la base productiva del sistema.

Emprendimiento no es más que un símil de empresario, autónomo e, incluso, innovador mediocre. Los padres del concepto, John Stuart Mill y Joseph A. Schumpeter pensaban en innovadores que cambiasen las pautas burocráticas o rutinarias de distintos aspectos del propio sistema, no al sistema en sí. Ahora las escuelas de negocio crean emprendedores cuya máxima innovación es buscar aquellos recónditos lugares donde quedan nichos de negocio. La innovación ya no es transformación sino búsqueda. O la nueva aplicación móvil que salvará a la humanidad mediante un selfie. La nueva invasión económica de las esferas personales del ser humano. El emprendedor se ha convertido en el nuevo sacerdote del capitalismo. El emprendimiento como garante de una nueva vida próspera y de realización plena del ser humano. El emprendedor es, en esta nueva era (postmoderna, líquida, postliberal…) que nos inculcan, el “hombre nuevo” (o la “mujer nueva”).

Falso. Decía el profesor Narciso Pizarro, en su Tratado de metodología de las Ciencias Sociales, que ninguna postulación científica carecía de ideología. En efecto, todos los ensayos y artículos en favor del emprendedor tienen detrás una fuerte carga ideológica. Una carga ideológica que pretende acabar con las resistencias al sistema capitalista.  Unos postulados que han ido penetrando tan fuertemente en la izquierda que hasta partidos y sindicatos apoyan al emprendedor. Algunos porque les va en ello la generación de ingresos vía el emprendimiento social, otros porque carecen de la suficiente capacidad analítica. Pero no nos engañemos emprendedor es símil de empresario. Y la nueva vuelta de tuerca del bloque en el poder s hacer de cada uno un empresario en potencia y de facto a ser posible.

¿Qué se oculta detrás de todo este apoyo al autoempleo, al emprendimiento o a la innovación capitalista? Primero. Ocultar los mecanismos de dominación del sistema. Las relaciones sistémicas entre bloque en el poder y sociedad son de dominación por la propia base sistémica. Quien tiene el control del sistema en sí domina a los demás miembros del mismo. Ahora bien, si la persona no se ve forzada a vender su fuerza productiva por un salario, clave de la dominación, sino lo que ofrece es un producto, está tratando de igual a igual, según la pretensión capitalista. Se produce, entonces, un falseamiento total del sistema de dominación bajo el componente ideológico-psicológico, pues lo que se sigue ofreciendo en realidad es fuerza productiva. Un informático o un asesor, por muy emprendedor que se considere, no deja de ofrecer fuerza productiva. Trabajo. La diferencia estriba en la fórmula de pago por los servicios y en la relación contractual. Pero la dominación de uno por otro persiste.

Segundo. De lo anterior se deriva que se produce un proceso de individualización de las relaciones laborales (de dominación). El garante capitalista (que en ocasiones no es el propio empresario), se relaciona de uno a uno con los “otros empresarios”. Gracias al emprendimiento se genera una destrucción de la capacidad colectiva de reivindicación y lucha. Ya no es una relación capital-trabajo, sino capital-emprendedor. Una falsa relación evidentemente porque se oculta el trabajo en sí. Se le vende ideológicamente al emprendedor que se encuentra en su plena autonomía, pero se le oculta la relación de dominación.

Y la individualización acaba generando desunión porque, al ser todos entes autónomos, acaban compitiendo entre ellos por el favor del poderoso, del dominador. Si en la relaciones capital-trabajo, el factor trabajo tenía capacidad colectiva, en las relaciones capital-emprendedor, el factor emprendimiento se encuentra aislado. Y mucho más desprovisto de defensas frente a la dominación de clase. Porque el capital sigue manteniendo su sentido de clase, no se olvida.

Tercero. Como consecuencia de lo anterior, todo el sistema ideológico del emprendimiento acaba conllevando la disolución de las clases sociales. Realmente de una clase social. La contradicción sistémica generada por los mecanismos de dominación del capitalismo se disuelve. La clase trabajadora, los que venden su fuerza productiva (intelectual o física), quedan disgregados en una miríada de personas autónomas respecto a los suyos, pero sometidos frente al poder de clase capitalista. Si no se es capaz de ascender en lo social, mediante la lógica del emprendedor, no es más que por incapacidad individual, no por mecanismos de dominación del sistema. La coalición dominante del bloque en el poder siempre queda a salvo.

El autoempleo no es una salvación sino la manifestación más clara de que el sistema capitalista está dando bocanadas. Ha llegado al casi pleno rendimiento en las sociedades occidentales. No hay más. Así pues el fomento del emprendimiento no es más que un mecanismo ideológico que imposibilita la formación de una conciencia de clase suficientemente fuerte para luchar contra la dominación.

La formulación de ideas alternativas como pueblo o patria, muy del gusto de los populistas, pueden resultar efectivas a corto plazo en el sentido de la movilización, pero no inciden en la verdadera contradicción sistémica. La clave de la dominación está en la base del sistema por lo que no basta con matizarlo sino que hay que transformarlo. No basta con señalar y reconducir a la coalición dominante porque así no se cambia el sistema. Un mundo de autónomos y empresarios no deja de ser un mundo capitalista. El emprendimiento como opio del pueblo.

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