La nación y junto a ella el nacionalismo, ese Behemoth moderno en continua lucha con el Leviathán (que sería el Estado), son conceptos utilizados en la contienda política española para intentar explicar qué pasa en España. Ahora surge, desde el PSOE, un apoyo firme a lo plurinacional, pero nadie sabe explicar a ciencia cierta qué es eso. Y cuando se hace, como le sucedió a Adriana Lastra, más vale no haber hablado. Entre otras cosas porque quedan desveladas las insuficiencias teóricas y de conocimiento de quien las pronuncia. ¿Es España plurinacional? Sí y no. Sí en el sentido de que existen más naciones que la española, y no en el sentido político del término.

La ciudadanía se debate entonces en un maremágnum de conceptos que son utilizados libremente y sin explicación: nación, plurinacionalidad, federalismo, autonomismo, nación de naciones, etc. ¿Por qué no lo explican? Porque no saben lo que es. Durante el debate de primarias Patxi López dejó por los suelos a Pedro Sánchez al hablar de la nación (“Pedro ¿sabes qué es una nación?”), pero hacía trampas, bien por desconocimiento, bien por táctica, porque él explico lo que es una nación liberal, o cívica si lo prefieren. Dejaba fuera la nación étnica o cultural. Porque señores y señoras de la política ni hay una sola forma de ver la nación, ni las personas se adhieren al “sentimiento” nacional por las mismas vías. La nación es poliédrica y por eso los conceptos, si no se explican, pueden significar todo y nada.

Intentaremos pues explicar los conceptos, brevemente eso sí, y exponer las implicaciones que se derivan de todo ello para dar luz sobre el debate existente, especialmente en el seno del PSOE, y a petición de ciertos lectores que han hecho llegar estas dudas y necesidad de aclaraciones. Al final del texto se adjuntará una pequeña bibliografía para aquellos y aquellas que quieran profundizar más en el tema.

Para una parte de los investigadores de la nación, ésta es producto de la modernidad y del desarrollo del capitalismo industrial. Así Ernest Gellner diría que “el nacionalismo es una necesidad sociológica propia del mundo moderno”, pues la sociedad industrial necesita de cierta homogeneidad para sus procesos productivos. Por tanto, para Gellner “no es el despertar de una fuerza oculta y aletargada”, sino que su fundamento se encuentra en la voluntad y la cultura del momento. En este sentido sigue Gellner los presupuestos liberales que tan bien se encuentran resumidos en el discurso de Ernest Renan en la Asamblea francesa en el siglo XIX. En este discurso, que se encuentra publicado como ¿Qué es una nación?, Renan afirma que el origen étnico, la lengua o la historia común no son el sustento de la nación. Para el francés “la nación es un plebiscito de todos los días”. Sólo la voluntad de formar parte de ese ente común que es la nación es lo que constituye la nación.

Esta es la posición liberal, cívica o política de la nación surgida de la Ilustración. La nación se constituye por el deseo de la ciudadanía de ser nación. Y esa nación queda imbricada con un Estado. Surge por tanto el Estado-nación en su máxima plenitud. Es una nación que, mediante procesos de asimilación, genera por diversos mecanismos (educación, medios de comunicación, cultura, historia compartida, etc.) el sentimiento nacional y patriótico. Decía De Gaulle que el patriotismo se fundamentaba en el amor a lo propio y el nacionalismo en el odio a lo extranjero, en una clara demostración de esa nación liberal e ilustrada. Una nación basada inclusiva, racional y conformadora de una cultura más allá de las cuestiones étnicas. Lo que explicó Patxi López para entendernos.

Frente a esto, existen otros investigadores que afirman la existencia de nacionalismos antes de las sociedades modernas y posteriormente a los procesos de desindustrialización en occidente. Anthony D. Smith recuerda el panhelenismo de la Grecia clásica o el nacionalismo romano como demostraciones de esa existencia pretérita. Otros autores hablan de la nación judía, tal y como recogen los escritos de la Torá o el Antiguo Testamento, como origen del nacionalismo.

Pero es Walker Connor quien más ha profundizado en el tema y expone otro tipo de nación. Este autor defiende, con cierta razón, que el vínculo nacional es psicológico y no racional, algo que ya adelantaron los austromarxistas a comienzos del siglo XX. Para Connor la nación es “un grupo de gente que siente que comparte una relación ancestral”, un grupo para el cual lo importante no es la historia real o fáctica, sino la historia sentida. Por ello cree que lo que se requiere para que exista una nación “es que los miembros compartan la convicción intuitiva de que el grupo tiene unos orígenes propios y una evolución diferenciada”. Frente a la nación racional y voluntaria del liberalismo moderno, surge la nación sentida e históricamente determinada.

Nación cívica vs Nación Cultural

Así se van conformando los dos tipos en lucha dentro del nacionalismo: la nación cívica y la nación cultural. La nación cívica seguiría los pasos de lo expuesto por Renan. Partiría del hecho de querer ser de esa nación. Una nación capaz de integrar a los diferentes grupos étnicos y/o culturales que se cobijan bajo ella. El melting pot que dicen los anglosajones, o la mezcla de identidades que confluyen y dotan de esencia a la nación. Una nación que trata a todos por igual bajo el principio de la no-diferenciación y que poco a poco va construyendo una historia de convivencia que la dota de sentido.

La nación cultural (o étnica) es, al contrario, una nación que tiene su fundamento en la etnia, la relación consanguínea, la memoria histórica, la lengua propia y diferenciada y/o la existencia de un pasado común. Siempre se hace referencia a una Edad Dorada donde la nación, que normalmente suele estar subyugada, era libre y poseía sus propias instituciones que le fueron arrebatadas. Por eso, ahora desea la libertad plena contra el vil opresor. Es una nación excluyente e históricamente determinada. No existe un acomodo racional sino vivencial y sentimental.

Realmente si se echa un vistazo a las distintas naciones que así se llaman, los modelos no son tan puros. En Francia o Estados Unidos existe un asimilacionismo que recuerda en muchas cosas al que generan las naciones culturales, como no todas las naciones culturales excluyen por el hecho de no ser puro. Por ejemplo, casos como los que cuenta la película Ocho apellidos vascos de exclusión étnica no están tan extendidos. También la sociedad nacionalista vasca tiene mecanismos de integración y asimilación. En España se puso de moda calificar al nacionalismo catalán como cívico y al vasco como cultural y el tiempo ha demostrado que unos, los catalanes, tienen mucho de cultural y otros, los vascos, no son tan étnicos. Pero a grandes rasgos estas son las configuraciones de los tipos de nación.

Pero, después de lo dicho, es conveniente hacer una distinción que sirva para no meter la pata. Un grupo étnico por el hecho de serlo no conforma un grupo nacional, pese a lo que digan luego leyes y constituciones. Los afroamericanos son un grupo étnico pero no tienen aspiraciones nacionales en ninguno de los países donde se encuentran presentes. Los Aymaras o los Chiripa son grupos étnicos a los que se ha dado entidad política en Bolivia, pero ¡ojo! mediante una distinción anglosajona propia del Imperialismo británico que poco tiene que ver con la distinción europea. La plurinacionalidad en Bolivia es más bien plurietniticidad política. Como lo eran las naciones indias. Así, Lord Acton distinguía la nación, “ese perverso concepto continental”, de la nacionalidad. La nacionalidad suponía reconocer la diferencia cultural de los pueblos constituyentes de la Commonwealth, pero no tenían el reconocimiento político de la nación de la Europa continental. De hecho la cultura anglo utiliza como símiles, en muchas ocasiones, nación y Estado.

Ahora bien ¿dónde se encuentra el problema? En la relación Estado-nación, por tanto en lo político. Al final da igual el fundamento de la propia nación salvo en su relación política y la constitución o no de la nación como Estado. Que es el dilema que se vive en España. Por eso se encuentran fórmulas como el federalismo o el confederalismo para hacer una inclusión de los grupos nacionalistas.

Federación y confederación

El postulado mayor del federalismo es “diversidad en la igualdad”, mismos derechos y deberes para los miembros del ente sin distinciones de y con respeto a la diversidad. Esto supone en el plano político que, dándose un Estado federal, todos los entes federados (llámenlos estados, comunidades, cantones o como prefieran) tienen las mismas competencias y obligaciones para con los demás. Diagsmos que todos tienen la misma capacidad de autogobierno. Sólo el Estado Federal es el receptáculo de la soberanía. El famoso “Café para todos” intentó ser una especie de federalismo mal entendido porque incluye cuestiones de desigualdad entre los entes federados.

El confederalismo sería la unión de diversos entes políticos autónomos en virtud de un pacto. Se cede parte de soberanía al ente político superior pero los distintos cuerpos que componen el Estado confederado siguen manteniendo sus diferencias y particularidades en el autogobierno particular. Dependiendo de lo que cedan habrá más o menos igualdad en las relaciones entre los distintos entes políticos que lo conforman. Igualmente, la pertenencia al Estado confederado puede ser revocable por cada ente menor según se haya acordado. No llegan a ser Estados libres asociados pero se acercan a ese concepto. El caso es que la soberanía sigue residiendo en los entes confederados.

Como solución se habla de federalismo asimétrico, o lo que es lo mismo, que algunos entes tengan unos derechos que otros no en base a la historia, la capacidad de presión o la concentración de una etnia en ese territorio. O que unos tengan un autogobierno que otros no tengan. En Canadá, por ejemplo, en los territorios indios sólo ellos tienen ciertos privilegios y un autogobierno para las cuestiones indias. O en Colombia, se les permite a algunas etnias seguir con sus métodos ancestrales de Justicia, aunque suponga un atentado contra los Derechos Humanos. Dentro del federalismo asimétrico, el Estado Federal seguiría siendo el ente político de la soberanía que compartiría en ciertos aspectos con algunos entes, no con todos.

Son modelos puros y, como sucedía con la nación, existen mezclas diversas. La Unión Europea se nos dice que es federal pero existen demasiadas asimetrías entre los distintos Estados como para pensar más bien en una confederación. Existe dumping impositivo (como el que hacen Holanda e Irlanda) o dumping laboral (como el que patrocina el Gobierno español), y más diferencias que lo alejan mucho de ser una federación. Lo mismo ocurre en Estados Unidos donde Estados, como Texas, pueden separarse de la Unión mediante referéndum. O como Puerto Rico que es un Estado libre asociado.

¿España plurinacional y federal?

Lo importante en todo lo explicado anteriormente no es en sí el modelo, ya se ha visto que la pureza depende de cada caso, sino los principios políticos que se ponen en juego. Para el caso español el PSOE y Podemos proponen catalogar a España como un Estado plurinacional. Algo que, pese a quien le pese, es completamente cierto. Existen comunidades de ciudadanos que se sienten de otra nación distinta a la española. Ahora bien, la importancia se encuentra en el encaje político que se quiera dar a esas pretensiones nacionalistas. Y donde se encuentra el verdadero dilema. Veamos varios supuestos.

  1. a) Que quieran ser Estados soberanos y autónomos. Esa parece la pretensión de Cataluña, ser independiente y apartada de España. Cataluña como Estado-nación. En este caso de poco o nada servirán el federalismo o el confederalismo, se quiere una ruptura total. La única solución es consensuar un referéndum donde se exponga, no sólo el deseo de abandonar España, sino cómo será el futuro Estado catalán, los derechos y deberes de la ciudadanía, si va a ser una nación excluyente o incluyente con los que no se sienten independentistas (se muestren más catalanes o más españoles), etcétera. Los más radicales dirán que la soberanía reside en todo el pueblo español y que la Constitución no lo permite. Lo primero es cuestionable en muchos aspectos porque al pueblo no se le ha consultado para muchas cosas, como ceder la soberanía nacional modificando el artículo 135. Y sobre lo segundo la Constitución es una ley y como tal no es inmutable y caben excepciones, salvo que se quiera ir a una guerra o algo parecido.
  2. b) Que quisieran tener una relación más autónoma con el resto de España. Desde el País Vasco, el PNV ha propuesto en muchas ocasiones la idea de Estado libre asociado, algo que choca con la idea de monarquía que tenemos, pero que podría ser evitada con algún título nobiliario de aquellos o con una República. Realmente este tipo de propuestas nos llevarían, si catalanes, baleares, valencianos y gallegos también se apuntasen a una confederación. Digamos que para no quedarse fuera de la Unión Europea y sus pingües beneficios, España pasaría a ser una confederación económica y de libre tránsito. No habría más solidaridad interterritorial que la acordada (un 3% del PIB de cada miembro, por ejemplo), y el Estado sería cosoberano en numerosas materias. Algo que ni Podemos, ni el PSOE aceptarían al quedar fuera de los principios que nos han presentado. Por la derecha ni hablar de estas cosas.
  3. c) Un Estado federal asimétrico parece que sería la solución más eficaz al dilema que se presenta en España. Al menos, así lleva sosteniéndolo José Antonio Pérez Tapias, el gran mentor de Sánchez sobre la materia. La soberanía residiría en el conjunto del Estado español pero habría ciertas desigualdades en favor de aquellos entes políticos que se reclaman naciones. Tendrían competencias de las que carecerían los demás en diversas materias como la economía, los impuestos, la policía o la sanidad, siempre y cuando se fuese solidario con los demás territorios. Es de suponer que se impondría una cuota mínima de solidaridad, o algo parecido, y todos tan contentos. Menos los desiguales obviamente. Se produciría una asimetría interna que podría llevar a otra quiebra o a la búsqueda de purezas nacionales por los desheredados de España y generaría mayores desigualdades territoriales de las ya existentes.
  4. d) La solución federal, donde todos tendrían los mismos derechos y obligaciones, habría que ver si sirve para satisfacer a los independentistas y nacionalistas de uno y otro lado. La soberanía seguiría residiendo en el Estado federal, se reconocería la plurinacionalidad de España en aspectos políticos y sociales y no habría más desigualdad que la propia de la gestión de cada ente político. Todos los miembros tendrían los mismos derechos y capacidades de autogobierno (en especial las recaudatorias que parece uno de los caballos de batalla). Se podría establecer el 40-40-20 (Estado, federación, ayuntamientos) como modelo de reparto de los impuestos que serían recaudados por un solo ente hacendístico en el que participarían todos los entes federados, por ejemplo. El caso es buscar que no haya desigualdades más allá de las que se generan en el día a día, estableciendo unas cuotas de solidaridad lo suficientemente claras para todos igual. Las competencias se repartirían en igualdad, así como la legislación estatal que afecta a todos por igual. Vascos y Navarros seguro que no querrían esta solución porque significaría perder el cupo. Y a saber los catalanes.

Una vez explicado esto, toca a los políticos que nos expongan qué principios van a seguir. Si la España plurinacional significa desigualdad de derechos o no. Si la España plurinacional es sólo un reconocimiento cultural o político y en qué medida se da ese reconocimiento. A ver si por ser castellanos se van a tener menos derechos o no. O por ser andaluces, murcianos o asturianos. Eso sí, no vuelvan a hablar de “nación de naciones” porque, como se explicó, no puede darse ese caso. Puede haber una nación multiétnica o un Estado multiétnico o plurinacional, pero no el otro concepto que se inventó para quedar bien con los franquistas, pese a ser una burrada. Se puede ser catalán y tener la nacionalidad española, pero no sentirse parte de la nación española. También se puede ser español, vivir en Cataluña y no sentirse catalán. No hay que confundir regionalismos con nacionalismos, ni plurinacionalidades con multietnicidades. Estudien un poco señores y señoras dedicadas a la política antes de pontificar sobre cuestiones que desconocen. ¡Qué menos que eso!

Bibliografía recomendada

Joan Botella, Victoria Camps y Francesc Trillas, ¿Qué es el federalismo?.

Walker Connor, Etnonacionalismo.

Ernest Gellner, Naciones y nacionalismo.

Montserrat Gibernau, La identidad nacional.

Montserrat Gibernau, Naciones sin Estado.

Michael Keating, Naciones contra el Estado.

Ernest Renan, ¿Qué es una nación?.

Anthony D. Smith, Nacionalismo y Modernidad.

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