En estos días de calor un viento helado recorre Europa. A la Europa que fundó sus pilares sobre la unión monetaria y vendió su alma al Banco Central y al FMI se le están helando las entrañas. La Merkel y la Lagarde pueden estar orgullosas. Una chapuza es siempre una chapuza, por muchas banderitas, estrellitas, festivales musicales y fondos de ¿cohesión? Una Europa que nunca fue la Europa de los pueblos sino la de los mercaderes se asoma a un abismo de odio, xenofobia y racismo que criminaliza a los más infelices seres de la Tierra. Mientras los gerifaltes del impreciso estado del bienestar nos roban la luna, quieren que sigamos mirando el dedo. Mientras abominamos de los negros y los moros, de las invasiones bárbaras, miramos a nuestros iguales como enemigos,  entre tanto el enemigo real se frota las manos quitándonos el pan de la boca: trabajo, casa, educación, sanidad universal, pensiones: Futuro.

Y sus cuatreros, los de aquí, los patriotas que venden en el día a día a nuestros hijos como mano de obra barata al Ibex 35 y a las multinacionales, extranjeras, por cierto; los mismos que nos hablan de derechos mientras roban a manos llenas dinero público, títulos universitarios o lo que sea, han empezado a cagarse sin pudor sobre los derechos humanos, sobre los derechos de TODOS los seres humanos. Esa impudicia a la que no se hubieran atrevido hasta hace bien poco es un indicador de que algo oscuro y siniestro acecha a la vieja Europa.

No en vano, el ultraderechista Bannon después de hacer caja electoral con las clases populares en USA, se ha venido con su ofidia, afilada y fría mirada a reclutar adeptos entre lo más granado del fascismo europeo para su The Movement  ¿Os suena lo de Movimiento? Glorioso sí.

Y da miedo. Y tristeza.  Mientras escribo trago saliva. Me duele la garganta de dolor y de rabia. A los hooligans del austericidio, a sus cómplices, a los que servís a los capitales antes que a la ciudadanía, os debemos el advenimiento del fascismo, y  no os lamais las heridas porque eso ya no vale.

A mis vecinos y vecinas escandalizados por  la inmigración decirles que nadie pone en riesgo la vida de sus hijos en una falucha si no es por una razón muy poderosa. Pero claro, son tan diferentes. Es como si esas personas no sintieran igual que nosotros, como si esas madres desnaturalizadas no pensaran en que sus hijos pueden morir ahogados antes de meterse en la embarcación. Como si tuvieran alguna alternativa y prefirieran emprender un largo camino donde  poder acabar violadas, esclavizadas o muertas a palos, o bajo un abismo de agua. Como si hubiera una mínima esperanza de vida en sus países.  Como si pudieran decidir no venir y cambiar su inexorable y único destino posible de manos negras y pobres.  Lo peor de todo es que si nos acostumbramos a verlos morir, si lo hacemos, nosotros seremos los muertos, estaremos muertos como civilización.

Toda Europa sabía que esto ocurriría y no han hecho nada. Las rutas de llegada han variado con el cerramiento de Libia. Allí por cierto, donde Europa paga a precio de oro a FRONTEX para contener el éxodo. La mayoría de estas personas van de paso, hacia la Europa rica, que por desgracia, no somos nosotros. La ilegalidad a la que se condena a estas gentes es el problema. Si se propiciara su venida legal, ordenada y por medios adecuados esto no pasaría, no nos veríamos desbordados ni asistiendo a esta tragedia humana que genera  ansiedad y estupor en los pueblos receptores. Si los populistas de la extrema derecha no andarán dando cifras falsas de inmigración, a lo mejor no se generaría más angustia y más miedo. Los cómplices de las guerras por el petróleo, los de las Azores, los que bombardeaban Belgrado, o legitiman la satrapía del vecino norteafricano lo son también de este genocidio de magnitudes gigantescas.

Asistimos a la más primaria de las luchas, la de la vida. Provienen de países con recursos naturales suficientes para alimentarlos y dignificarlos, pero el mundo primero tiene que llenarse la barriga con un expolio que acabará en muchos casos llenando las cajas secretas de algún canalla en Suiza, Panamá o sabe dios dónde.

Nosotros, pueblo emigrante,  sabemos de la desolación de mirar atrás y dejarnos la vida en cada estación de tren, siempre rumbo al norte,  maldito norte que heló nuestras lágrimas. Algunos se quedaron allí para siempre. Nos fuimos (sin arriesgar la vida) por el porvenir de nuestros hijos y de nuestras nietas. Un millón de personas salieron del Estado Español  con visado de turista, solo el otro millón llevaba permiso de trabajo.

La migración es un hecho consustancial al devenir de la humanidad. Y siempre se regula de manera natural, incluso más allá de leyes y jurisdicciones.  Donde no hay trabajo no hay inmigración.

Lo que desde luego no ofrece dudas a estas alturas es que la Europa fortaleza es un fracaso consumado.  El mejor símbolo de su decadencia es la bochornosa imagen de Juncker borracho como una cuba en un acto oficial. Pero Salvini no es la alternativa. Salvini es el horror de la deshumanización fascista. La misma que normalizó las cámaras de gas, o las cunetas improvisadas como fosas comunes. El fascismo no es alternativa, solo un monstruo que se agranda en la inconsciencia y la mentira, en la propaganda y en el miedo.

Yo creo en mi pueblo, en su solidaridad, en su grandeza. Creo en su capacidad para afrontar la contingencia, para estrechar una mano hermana, para dar vida donde otros la han quitado. Estoy orgullosa de pertenecer a una comarca que más allá de sus problemas, se ha volcado en atender a las víctimas más sufridas de esta mierda de mundo que más pronto que tarde vamos a cambiar entre todos y todas.  Debemos parar al fascismo que confunde con su sonrisa profident y su corazón de hierro. Todavía la Europa de los pueblos no ha sido construida. Construyámosla.

Ángela Aguilera Clavijo es consejera ciudadana de Podemos Andalucía y forma parte del Círculo Podemos San Roque.

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