El editor de Diario16 y presidente del Grupo de Comunicación MEG, Manuel Domínguez Moreno, ha participado hoy en el XIII Foro sobre Mujer y Liderazgo que organiza Aliter en Madrid, y ha puesto de manifiesto que “nuestro equipo directivo es de un 60% mujeres y 30% varones, y desde nuestro medio hemos hecho un pilar básico de nuestra línea editorial la igualdad y los derechos de las mujeres”.

El humanismo y la moral son dos conceptos que deben estar sostenidos siempre en el arte y la cultura. El propio título de este foro: Mujer y liderazgo, es un elemento que hace inseparable el elemento femenino respecto al a humanización del liderazgo. Puesto que la mujer marca una sensibilidad en sus comportamientos que hace mucho más humano lo que sociológicamente podemos llamar liderazgo”.

“Hay excepciones, de mujeres líderes que se acercan mucho más a la idea de patriarcado machista que a la propia sensibilidad humana feminista”

Evidentemente hay excepciones, de mujeres líderes que se acercan mucho más a la idea de patriarcado machista que a la propia sensibilidad humana feminista”.

Cada vez está más convencido “de que el futuro se encuentra detrás de las mujeres. Cada día estoy también más convencido que es la mujer quien preserva la vida y la realidad de lo que somos capaces de vivir”.

Por ello, para Domínguez es importante la lucha de la mujer por la igualdad efectiva, una lucha que entraña todos los valores que engrandecen a la sociedad: “como es el valor de la igualdad”.

A su juicio, hay una Sociedad extremadamente machista, “que recibe el cómplice silencio de las leyes, la justicia, la política y los medios de comunicación”. Según manifiesta en este foro, “ Estos poderes ensombrecen con sus decisiones machistas la labor de otros muchos hombres que aceptan y trabajan por esta igualdad desde la razón sin miedo”.

Para algunos sectores de la sociedad desde el grupo editorial de Diario16, según explica Domínguez, “podríamos ser hasta irreverentes”, pero sin embargo el editor considera que “debemos hacer frente a los nuevos retos de la sociedad en todos los campos: de la sociología, del arte, de la cultura, de la política y del Derecho y la economía”.

Reconoce Domínguez el toque de progresismo del proyecto de Comunicación que dirige, al mismo tiempo que reivindica la sensibilidad para cada iniciativa y proyecto social y humano que se vaya a desarrollar, y, por supuesto, también en la lucha y el compromiso por la igualdad de la mujer.

“Nosotros los hombres tenemos también, incluso la obligación moral, de potenciar nuestra sensibilidad y de no esconderla”, explica el editor en este Foro sobre Mujeres. Algo que la mujer, a su criterio, tiene por naturaleza, “y los hombres también aunque la escondemos”.

Manuel Domínguez Moreno, en un momento de su intervención. Fotos Agustín Millán.

 

Entre mujeres

Criado entre mujeres en un entorno natural y rural, Manuel Domínguez Moreno reivindica la sabiduría e inteligencia natural de la mujer de campo, “que supieron ser emprendodoras – mi madre dirigía con 22 años una fábrica de piñones en la provincia de Huelva- y tenía cien mujeres trabajando- , además una tía llevaba otro proyecto de dulces, otra la bodega. Eran mujeres y hace 80 años lideraban un sistema productivo en un pueblo de 15.000 habitantes”.

Manuel Domínguez reivindicó una vez más sus orígenes y la fuerza de las mujeres que le rodearon y que le han llevado hasta sus actuales apuestas por el arriesgado mundo de la Comunicación. «He nacido y vivido rodeado de mujeres y durante el camino he convivido con mujeres como Cristina del Valle». El editor de Diario16 recordó que es de Bollullos del Condado, “que existe de verdad y es mi pueblo.

Ponencia íntegra de Manuel Domínguez en el Foro Mujer y Liderezgo

El humanismo y la moral son dos conceptos que deben estar sostenidos en el arte y la cultura. El propio título de este Foro, Mujer y Liderazgo, es un elemento que hace inseparable el elemento femenino respecto a la humanización del liderazgo, puesto que la mujer marca una sensibilidad en sus comportamientos que hacen mucho más humano lo que sociológicamente llamamos liderazgo. Evidentemente, hay excepciones que vemos en mujeres líderes que se acercan mucho más al patriarcado machista que a la propia sensibilidad humana.

Cada vez estoy más convencido de que el futuro se oculta detrás de las mujeres y los hombres que lo hacen posible. Así de claro. Y cada día, cada momento, estoy también más convencido de que es la mujer quien preserva mayor fuerza y ética en este tránsito de la vida que se nos hace pedregoso en muchos de sus tramos. Por eso es importante la lucha de las mujeres por la igualdad efectiva y la humanización partiendo de la base de que un punto para lograr esa justa aspiración pasa por el acceso a un liderazgo vetado hasta ahora a los hombres, una lucha que encarna todos los valores que las engrandece en la sociedad en favor de la igualdad o cualquier otro principio que las dignifique con derechos frente a una sociedad extremadamente machista que recibe en demasiadas ocasiones el amparo vergonzoso del cómplice silencio de leyes, justicia, políticos y medios de comunicación. Estos poderes símbolos de dictaduras privadas que desde sus comportamientos ensombrecen con sus decisiones machistas la labor de otros muchos hombres que no sólo aceptan la igualdad, sino que trabajan por ella desde la razón sin miedo.

Se habla mucho de los principios éticos y de la obligación moral que deben presidir el ejercicio del poder en su vertiente instrumental para que la transparencia sea connatural a la gestión pública, pero a la hora de definir tales normas deontológicas resulta imposible poner de acuerdo a ideólogos y sociólogos, juristas y filósofos. Es como si el pensamiento y la praxis nunca pudieran coincidir en la misma dirección política. Cualquier ley puede ser así legítima pero manifiestamente injusta. Cualquier mayoría puede ser tendencialmente ética, pero, al mismo tiempo, imparcial e inmoral, que repugne a nuestras convicciones y nuestra conciencia.

Según la catedrática de Ética Victoria Camps, la democracia necesita una sola virtud, la confianza, precisamente porque la ética actual parte de una realidad plural que asume valores diversos y múltiples que merecen respeto desde el más puro formalismo. Nadie puede situarse por encima de la ley, pero la norma está sujeta a crítica y, por lo tanto, evoluciona adaptándose a la realidad. Es legítima hasta que deja de serlo y cambia sin quebrantar los valores de igualdad y libertad que nos conducen a la justicia y a la felicidad, entendida esta siempre desde un universo colectivo en el que no caben distingos entre la moral pública y la privada.

En este sorpresivo descubrimiento radica gran parte del fallo clamoroso de todos los controles que ha posibilitado el hundimiento del sistema, poniendo en solfa un modelo, sustentado por la ideología neoliberal y el capitalismo, en el que, al final, mire usted por dónde, estaba el hombre y, detrás del hombre, su conciencia y su dignidad. Se equivocan los que pretenden sustituir las finanzas de salón por la economía de rostro humano mientras el escenario siga siendo un casino y la única regla moral el no-va-más-la-banca-gana.

Pocas parcelas del conocimiento, de la sensibilidad humana, están libres del mercantilismo. Todo se compra y se vende. Todo es negocio. Y como tal, el propio arte queda en manos de la ilimitada ambición del inclemente mercado. En ese marco, son probablemente el arte y la cultura los que se han visto más afectados por esta realidad.

Las obras artísticas de todos los ámbitos que se crean en la actualidad están más guiadas habitualmente por la pretensión de hacer dinero, cueste lo que cueste, que por la de enaltecer el alma humana y dejar un pequeño poso en la memoria y el corazón de las personas que alcanzan el goce con la cultura. Esa es la principal razón, entre otras cosas, de que hoy cueste tanto hacer llegar hasta las carteleras, librerías, galerías, teatros o vitrinas discográficas títulos de gran calado artístico y social; de que hoy cueste tanto que un joven artista con talento pueda llevar a cabo un segundo proyecto si el primero no ha sido un gran éxito en ventas.

Desde luego no es un asunto nuevo. Setenta años atrás, Antonio Machado escribía sus famosos versos, «Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de grillos que cantan a la luna», en una clara denuncia de los artistas de obras vacías, sin alma ni sentido, con miedo a decir lo que la sociedad necesita. Estos sectores tienen el don de ser los más populares de las artes, incluso la literatura, capaz de alcanzar con facilidad todas las sensibilidades y, con ello, tiene la posibilidad de hacer llegar a todo ese público las cuestiones más delicadas.

Hoy más que nunca, cuando el mundo cambia su rostro al ritmo de los tiempos y el ser humano de antaño se transmuta en hombre-pueblo para hacer frente a los nuevos desafíos, los artistas en general deben responder a las nuevas realidades. Tal vez la más acuciante de ellas es ese Sexto Continente, sin patria ni bandera, que clama por una tolerancia definitiva de que la única solución es la aceptación del que está a nuestro lado, de la combinación de costumbres y tradiciones, dando cuerpo así a un nuevo mundo, otro mundo, que es posible y que habrá de llegar.

Ese nuevo mundo, más allá de lenguas, fronteras y coordenadas, exige y necesita que el arte y la cultura vuelvan a ser lo que nunca debieron dejar de ser: una forma de vida que, por encima de todo, lleven consigo la esencia del ser humano; lo bueno y lo malo, los anhelos y las luchas imposibles. El que fuera uno de los padres de la Nouvelle Vague francesa, y sin duda uno de los artistas más comprometidos con el cine como vehículo de protesta social, François Truffaut, dejó escrita una frase de gran sencillez, pero notable hondura: «Quien ama el cine, ama la vida». Yo digo, además, que quien ama el arte glorifica la conciencia. Es, por tanto, una exigencia ética y moral respetar tanto la vida de la que gozamos como el arte con el que podemos deificar nuestros sentimientos.

El arte, desde todos nuestros medios de comunicación, seguirá puesto al servicio de la paz, del pueblo, de la igualdad, de la conciencia social, de la libertad, de la dignidad, de la lealtad, del amor, pero de un amor vivo sin «muerte social”, sin muerte, eterno como el aire, profundo como las almas de los clásicos…, como la realidad de los pueblos, del hombre-pueblo, el arte al servicio de la verdad. Ha de ser tal que permita el correr del tiempo, que empuje a la revolución de las conciencias, que te mueva al admirarlo al éxtasis de la esperanza cumplida.

El arte en nuestras vidas ha de ser el eco del espíritu, la voz que nos aísle de la mediocridad que nos invade, que nos corroe, que nos apena, ha de ser la alegría de los vivos, de la vida que aún es capaz de oler jazmines y hierbabuena, de ver en una rosa un futuro…

Trabajaremos a diario con el fin de seguir el sonido de la voz que no suena, que hace que se desvanezca en el estanque de ojos inundados. Será capaz de hacer vivir una mina de sentimientos, una mina de pasión que se acerca, será la fusión eterna del arte y el hombre, la paz para los silenciosos, los que comienzan a ser más felices que los arrogantes bulliciosos y mediocres, será el exilio de felicidad, será la realidad simbiótica de los lectores con el arte, con un mundo de pasiones y sentimientos que pueda estremecer la conciencia vía el arte en general.

Resulta paradójico constatar que los líderes mundiales, empeñados en atajar las consecuencias del colapso global, el crack financiero y sus efectos perniciosos, en lugar de analizar y combatir sus causas se han puesto de acuerdo al reconocer la dimensión humana de la crisis, como si la economía en sí pudiera sustraerse de su humanización o no le fueran propios los principios éticos para el progreso social y el bienestar de los ciudadanos. Es como si intentásemos despojar a la religión de la divinidad o al arte de su humanidad.

 

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