Debe hablar tan poco el ministro de Consumo en el Consejo de los martes y en su trabajo cotidiano que cuando se enfrenta a un acto público, como es la Coordinadora Federal de IU, se trabuca y no saber expresarse. Es la única explicación para un ser que presume de leer mucho, en una carrera por ver quién lee más y ve más series con el vicepresidente segundo, y que aparenta no hacerlo cuando se tiene que expresar. Ser un ente silencioso en su gestión de gobierno (¿han desaparecido los anuncios de casas de apuestas?) y en los Consejos de ministros –cabe imaginarlo en su rincón abstraído en sus cuitas personales mientras los demás andan de trifulca en trifulca- parece que le afecta a la hora de hablar.

Como habrán visto en las redes sociales Alberto Garzón ha “proponido” eliminar algunos “artículos que consideran delitos elementos anacrónicos como el de injurias a la corona u ofensa a los sentimientos religiosos, nunca han sido usados tanto como ahora para coartar la libertad de expresión”. Lo ha “proponido” y no le hacen caso. Si lo hubiese propuesto igual sí le hubiesen hecho caso. Es más, Unidas Podemos lo ha proponido y el PSOE lo ha propuesto sin tantas alharacas sobre cuestiones reaccionarias. Porque a propuestas reaccionarias no le gana nadie a Garzón. De hecho quiere que las personas de este país acaben comiendo mijo mientras lo encubren como algo ecológico. Para paliar el hambre nada mejor que comer con menos nutrientes, como en la Edad Media, pero de forma ecológica. La conquista de la carne para el pobre es mala. Si se es pobre a comer mijo.

Pero no sólo ha “proponido” Garzón sino que ha visto que todo lo sucedido en estos días “pone de manifestación” que haya “muchos actores socioeconómicos y, en este caso, también judiciales, que interpretan de manera reaccionaria tuits”. Dice que es marxista y no lo “pone de manifiesto”. Como pueden observar un total despropósito lingüístico que no se puede explicar con tantas lecturas que die tener. Ya en sus libros pone de manifiesto que las lecturas no suelen ser en profundidad, más bien regurgita lo que han escrito otros, utilizando los mismos argumentos y endosando algún gráfico que “encaje” en lo que expone en el texto… o no, que también ha sucedido. No es plagio porque, al menos, se molesta en cambiar las palabras, pero la idea que sobrevuela en todos ellos siempre son de otros. Se le da bien “piratear” a Perry Anderson, por ejemplo.

La verdad es que Garzón es el ministro que todo gobernante desea tener. No legisla sobre cuestiones importantes; mete la pata en los momentos en que es necesario desviar la atención (por mucho que lo haya intentado explicar ha quedado como el difusor de lo malo que es el jamón de pata negra y el aceite –de hecho no se ha percatado de que el indicador europeo está ideológicamente establecido–); y siempre suelta alguna perla para que se puedan hacer todas las bromas del mundo con su persona. Es lo que pasaba con Fernando Morán y los chistes sobre sus despistes. Aunque en aquel caso su acción de gobierno fue enormemente beneficiosa para España, la del postmoderno leninista-por-las-mañanas está por ver. Es gracioso que quienes presumen de ser más listos e inteligentes que los demás –para poder legitimar sus cargos- cometan errores de tal calado sin corregirlos en el momento de expresarlos. Porque cuando alguien sabe hablar bien puede cometer lapsus, pero la corrección suele venir al instante por el mecanismo mental de autocorrección. Queda claro que cada vez nos engañan más con sus lecturas.

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