Iglesia Católica, el chiringuito ideológico que no quiere tocar la derecha

Hablan y no paran los neofascistas y los reaccionarios de desmontar chiringuitos ideológicos del feminismo, de la izquierda y del sursum corda. Entienden en PP y Vox, en Ciudadanos lo hacen reojillo por su cuñadismo, que son chiringuitos para la extensión de la ideología de género, del supremacismo de las mujeres y de la persecución de los hombres. Al final una especie de biopolítica que quiere alterar los cuerpos y las mentes de los individuos. Un peligro para la existencia pacífica y la libertad (aunque no sepan realmente qué significa este concepto) porque quieren controlar lo moral, lo político y lo social mediante un totalitarismo. Bueno, pues eso mismo lleva haciendo siglos la Iglesia Católica en España y con un coste mayor que, ¡válgame dios!, no quieren tocar.

Desde que se convirtiera en la religión oficial del Imperio Romano, la Iglesia Católica no ha dejado de intervenir en las mentes y los cuerpos de las personas para generar un totalitarismo ideológico. Han controlado gobiernos, cuerpos y mentes desde esos tiempos hasta casi nuestros días. En el caso español hasta 1982 prácticamente. Los obispos aducen que “la Iglesia ahorra al Estado, cada año, miles de millones de euros, con su trabajo social, caritativo, educativo y hospitalario”, lo cual no deja de ser una falacia enorme, pues se paga por cada uno de esos trabajos que dicen hacer. Por mucho que digan en la Conferencia Episcopal, la Iglesia Católica cuesta al Estado, mejor dicho, al bolsillo de todos los españoles sean o no católicos, cerca de 11.000 millones de euros entre dinero directo y exenciones fiscales. Cada español, según Europa Laica, dona quiera o no 240 euros al año a las arcas del chiringuito católico. Cobran directamente e indirectamente y son más subvencionados, casi dos veces más, que los demás “chiringuitos” ideológicos. Y, puestos a ser objetivos, la verdad es que pueden tener hasta más peligro.

Esa Iglesia Católica no quiere que las personas disfruten libremente de su cuerpo, no quiere que los homosexuales y lesbianas puedan casarse, no quiere que las mujeres sean libres, no quiere que los niños y niñas escuchen según qué música, no quieren que las personas puedan optar por diferentes posiciones políticas, no quieren, en general, nada que se salga de sus propias elucubraciones mentales. La cuales, por mucho que nos quieran vender, no están inspiradas por dios, sino por los hombres. Sin embargo, parece que son pecados veniales que un sacerdote sodomice a un niño de 12 años, o que penetre a una niña de 13 años. Al laico le prohíben masturbarse pero ellos sólo cometen pecados veniales con lo que no dejan de ser delitos. Una hipocresía que trasladan al resto de la vida social.

La supuesta ayuda a la comunidad que realizan en educación o asistencia, si no estuviera la Iglesia Católica, o bien la harían otras personas o el Estado. Cualquier empresario rápido se lanzaría a tener un colegio concertado en vez del católico si le desgravasen todo lo que desgravan al religioso. Porque la Iglesia Católica es una empresa multinacional que tiene una actividad diversificada como medios de comunicación (COPE y 13Tv), cultura (el cobro por las visitas de Catedrales, Museos, etc.), ocio (albergues, residencias), educación, sanidad, etcétera. Y además desean controlar los actos de las personas. Un verdadero negocio creado para ideologizar y someter las voluntades. Lo que pasa, es que les molesta haber perdido el monopolio del control social y por eso utilizan a los partidos de derechas contra sus competidores. Especialmente cuantos más fascistas y más católicos son.

Pablo Casado y Santiago Abascal saben que deben contar con el apoyo de los lobbies católicos, sea Opus Dei, sean Kikos (Camino Neocatecumenal), sean Jesuitas, para tener un grupo de voto cautivo. Ese voto que se lanza desde los púlpitos parroquiales y que siempre acaba inoculando odio frente a quienes no son como ellos. Parece que sólo se hayan leído el Antiguo Testamento y como mucho algunas de las cartas paulinas. Todo es odio y destrucción con el otro. Eso de al César lo que es del César y a dios lo que es de dios, no lo quieren en la Iglesia Católica Romana. No es extraño que ambos dirigentes políticos, que se han criado en los brazos de la Asociación Católica de Propagandistas, hablen de ideología de género, de biopolítica (robándole en término a Michel Foucault), de Estado Minotauro (esto lo piensan y dicen que hay que reducirlo) y alaben todas las festividades cristianas, que son tradiciones impuestas en España por la fuerza, no de la voluntad, sino de las armas, como valores propios de los españoles. Siguen, tanto en la Iglesia como en las cuadras políticas, pensando en España como salvadora del catolicismo universal. Ese pensamiento que nos costó un dineral con Tercios en Flandes y Armadas hundidas. Esas constantes guerras de religión que saquearon las arcas de Castilla. Y por si fuera poco, la Inquisición para acabar con cualquier atisbo de modernidad.

Juan Pablo II hizo un trabajo fino de destrucción de todo lo que pudo significar el Concilio Vaticano II que puso en marcha el papa bueno (Juan XXIII), la teología de liberación fue atacada inmisericordemente en Latinoamérica, España e Italia (hasta la llegada del papa Francisco, la actitud con el recuerdo de monseñor Romero fue digna de acabar vomitando, paralizaron su canonización de 1990 a 2000, la cual al final fue celebrada por más de 300.000 personas en San Salvador). Cualquier acercamiento a posiciones socialistas/socialdemócratas era anatemizada. En España el vaticanismo juanpaulista no necesitaba ánimos, aquí iban más allá después de haber sostenido ideológicamente una dictadura fascista. Toda esa regresión eclesiástica, que es teológica al final, es la que recogen los dos cachorros del aznarismo (Ana Botella se ha comentado siempre que es Legionaria de Cristo, sí la que fundó el violador encubierto de niños) y quieren volver a imponer en España. Por eso jamás tocarán el mayor chiringuito ideológico, la Iglesia Católica.

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