Con motivo del 150 Aniversario de la Ia República española están apareciendo reediciones y nuevos textos sobre este corto período de la historia de España. Hemos querido destacar, por delante de otros, el que aquí les presentamos, escrito por el politólogo/historiador Jorge Vilches y editado por Espasa, pues aporta nueva información y documentación histórica. Así la historiografía española avanza dejando algunos mitos y deseos atrás. Con la finalidad de presentar el texto hemos charlado de forma relajada con el autor y aquí les podemos ofrecer extractos agudos y certeros sobre la obra y la época.

Cuestionado sobre intenciones, Vilches nos ha confesado que con esta publicación no “ha pretendido otra cosa que hacer historia para adultos”. ¿Qué significa ese concepto? Nada más, y nada menos, que ofrecer un texto sin “legitimar por intenciones de los personajes históricos o por ideas”. Así el autor se ha rendido a lo que “había, lo que se producía en cada momento, incluyendo informes inéditos de los embajadores de la época”. Por cierto, unos informes en los que “se relataban las miserias de los personajes y no escatimaban en denunciar las incapacidades políticas”.

El profesor Vilches ha venido estudiando la etapa del Sexenio revolucionario (en general la política del siglo XIX) desde hace ya un tiempo. También le pueden escuchar de vez en cuando en los programas de Herrera en la Cope o leer en The Objective o La razón, y todavía le queda tiempo para luchar contra la dictadura buenista. Es un liberal clásico (ergo medio ácrata y anarquista) pero su propia posición política no es volcada sobre el texto histórico. Cuanto lean en el libro es producto de la máxima objetividad y rigurosidad posible (dentro de la que cabe en un ser humano) y se sorprenderán que los liberales de la época salen tan mal parados como el resto. De ahí que pueda subtitular la obra De la utopía al caos.

Nada mejor que interrogar al autor en base a las diversas partes que consta el libro, por lo que no queda más remedio que empezar por la monarquía de Amadeo de Saboya. Vilches expone con gran certeza que el fracaso republicano comienza a cimentarse en el período monárquico porque “en esta época ya los radicales se van fragmentando por culpa de Ruíz Zorrilla y Cristino Martos”. Un Manuel Ruíz Zorrilla que acapararía las críticas del monarca y los embajadores: “las cartas de Amadeo son brutales respecto al engaño y la traición de Ruíz Zorrilla y sus pretensiones de ser más de lo que era o creía ser”. Nos descumbre Vilches la importancia del embajador estadounidense Daniel E. Sickles, el cual “maneja a los radicales para lograr sus intereses y los del presidente general Grant respecto a Cuba y poder declarar la guerra haciendo caer a Amadeo. Al final no sucedió pero es increíble cómo los gobiernos estadounidenses tienen la manía de guardar todo y publicarlo con el paso del tiempo. De esta forma pude consultar los papeles del embajador y verificar sus maniobras y opiniones”.

Tras leer unas y otras conspiraciones (no se cuentan para que ustedes las descubran), la alianza “Frankenstein” de la época entre radicales, republicanos y carlistas desemboca en la instauración de la Ia República, comúnmente conocida como La Federal. Cabe hacer un inciso histórico para explicar que todos esos partidos citados no eran monocordes sino todo lo contrario, estaban divididos en varias facciones con propios deseos y esperanzas, en muchas ocasiones personalistas. Estanislao Figueras accede a la presidencia de la república gracias a “un plan establecido con Cristino Martos para controlar el sistema e impedir que el tándem Serrano-Rivero se hiciese con el poder”. Duró poco aunque, en palabras de Vilches, “Figueras no fue tan pelele como se piensa”.

Accede después Francisco Pi y Margall a la presidencia “vendiendo una utopía para solucionar todos los males mediante ese extraño pacto sintalagmático que era la República”. La llegada de la república era algo así como el maná el bálsamo de Fierabrás. Y resultó todo lo contrario. Como bien nos cuenta Vilches: “Se quebró toda la soberanía nacional. No existía. Se pretendía reconstruir España de abajo a arriba pero a voluntad. El cantón de Sevilla se une al cantón de Córdoba, pero el cantón de Badajoz puede que no se una a nadie o nadie quiera unirse y se queda ahí colgado. Todo lo que había propuesto y pensado Pi y Margall es olvidado en cuanto llega al poder”. Un problema es que “pese a que la revolución ya se había producido [así se llega al Sexenio], seguían pensado que el camino de la república debía ser la revolución en vez del asentamiento del sistema”.

Pi y Margall da un golpe de Estado contra la propia república, estalla la guerra carlista, el cantonalismo se expande a fuego y sangre (“Es imposible saber a ciencia cierta la cantidad de asesinatos que se cometieron”) y Cataluña  se alza contra la República (como hizo en la IIa República y no hace tanto). “Es curioso que casi no hay testimonios. Se levantan contra la legalidad, destituyen a todo el mundo y utilizan el Estado catalán para disolver la Asamblea Nacional”. Suerte, dice Vilches, que los internacionalistas (seguidores de la AIT) fueron los más cabales y no quisieron participar en los enfrentamientos sangrientos. Y todo porque a los próceres, tal vez a imitación de la Comuna parisina, no se les ocurrió otra cosa que dar armas a la población (error que se cometería en otra república).

Después de Pi y Margall llega Nicolás Salmerón. En esta parte, además de todo el intríngulis histórico, el autor acaba con otro mito como es que el presidente dimitió por no firmar unas sentencias de muerte. “Él ya había firmado otras penas de muerte y había firmado también los indultos, no es más que un mito interesado por parte de este hombre para aparecer pulcros y como personas con principios. Lo que más le preocupaba a Salmerón era la imagen”. Tanto es así que llega a falsificar las actas del congreso. “Algo inútil porque la prensa extranjera y las embajadas tenían las actas originales ya y se podía verificar. Lo hizo para dotar de cierta épica a las generaciones posteriores”.

Y así se llega a Emilio Castelar quien “deseaba esperar la sensatez de Salmerón”. Poco más pudo hacer porque aquello ya estaba completamente hundido. Así que nada más que había que esperar el golpe de Estado del general Pavía. “Un golpe que todo el mundo conocía de antemano y nadie hizo por parar. Hay una anécdota de unos días antes, en que Pavía estaba cenando y le preguntan si iba a dar el golpe y contesta afirmativamente”. El golpe triunfa y se avisa al general Francisco Serrano que establece una especie de directorio republicano hasta que llegue un monarca (aún había dudas sobre si Alfonso de Borbón u otro) y recurre a Práxedes Mateo Sagasta para darle algo de coherencia a la política. Hasta que Arsenio Martínez Campos lo desbarata y se produce la Restauración.

Al final la “república fue una fábrica de alfonsinos”. ¿Por qué no pudo implantarse? “Por insistir en la revolución, los ajustes de cuentas; el mito enarbolado del pueblo reunido en un partido (que tenían todos); el mesianismo político olvidando la importancia de la política del día a día; la generación de grandes expectativas que luego no llegaron a cumplirse”. A ello cabe sumar “la incompetencia de toda la clase política que se ve perfectamente en el abandono de todos los países europeos, incluyendo la República francesa”. Problemas como la guerra o la Hacienda no tuvieron la influencia que otros historiadores han expuesto. “Sin problemas cualquier régimen aguanta lo que sea” dice Vilches. También comprobarán los lectores que ese mito del espadón reaccionario no es cierto. Muchos y buenos (o no tan buenos) generales y militares apoyaron el cambio desde una perspectiva liberal. “Eran mandos muy politizados y se ve en las cartas y papeles que se guardan en el Archivo Militar de Toledo”. ¿La Iglesia? “En este período no cuenta porque no hubo anticlericalismo por parte de los políticos”.

Una obra que desmonta mitos sobre el republicanismo decimonónico (“es curioso que todos han seguido posteriormente el relato edulcorado de Pi y Margall”) y que tendrá “su propia vida”. De momento, nada más publicarse ya hay una segunda edición. “Toda una experiencia vital e intelectual” para el autor por los años dedicados y la reconfiguración de supuestos que él mismo tenía sobre el período. Un magnífico libro de historia para adultos.

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