La semana pasada gritaba en un plató televisivo como si le fuese la vida en ello Antonio Maestre que lo importante es lo cultural, dar la batalla cultural, luchar por la hegemonía cultural… Desde luego existe una batalla cultural pero no en el sentido en que lo entiende, si es que lo entiende, el todólogo televisivo. Es más, no es una simple batalla cultural sino una batalla ideológica, como verán, para la que unos están perfectamente pertrechados y los otros andan a coger mariposas entretenidos en pequeñas disputas sinsentido o simples peleas de desgaste. Maestre acierta a ver que existe una gran disputa, no sólo en España, pero parece que no logra ver el alcance, ni la fuerza a emplear. Quedarse solamente en los desvaríos de los neofranquistas, aunque sus discursos llevan implícitos distintos armamentos ideológicos, lleva a pensar más en “¡He venido a hablar de mi libro!” que de la lucha que, en estos tiempos sombríos, se está produciendo.

Es paradójico que la derecha occidental haya sustraído a la izquierda algunos de los conceptos de lucha contra el capitalismo que venían utilizando. Lucha ideológica o batalla cultural eran elementos propios de la lucha de clases. Elementos de la filosofía de la praxis, de la lucha de clases en la teoría, de la pelea por vencer en el aspecto supraestructural, de la batalla ideológica en general. Hoy se los ha apropiado la derecha, mejor dicho, son elementos de la ideología dominante para conseguir seguir ejerciendo su dominio. Términos también como biopolítica o bioideología son presentados por la derecha contra la izquierda acusando a ésta de querer construir al “ser humano nuevo”, de estar creando una ateología, de favorecer la desintegración de las sociedades cuando desde el principio eran, y siguen siendo, conceptos de crítica al transcurrir del capitalismo como estructura del sistema y el neoliberalismo como ideología dominante. Desde la derecha en esta batalla ideológica han dado la vuelta a esos conceptos para hacerles perder toca su carga crítica contrasistémica y utilizarlos contra la izquierda, o lo que queda de ella. Siendo hegemónicos están en la fase de destrucción total de una (¿posible?, ¿inexistente?) alternativa al sistema con las armas de los propios críticos.

Mientras que para gran parte de la izquierda la disputa cultural/ideológica es sobre cosas de fascistas, nimiedades sobre sentidos patrióticos y demás cuestiones menores –que son parte de la lucha, sin duda, pero no lo principal-, las derechas están atacando desde un posicionamiento en el que impelan a una cosmovisión general. No sólo a los aspectos de dominación sino a todos los aspectos que conforman la vida del ser humano. La ideología no es falsa conciencia, ni algo puramente político en ligazón con un partido político concreto o una posición concreta (socialismo, comunismo, liberalismo…), bien al contrario la ideología es un continuo proceso de interpelación que acaba conformando la conciencia de cada cual mediante procesos psicodinámicos, unos inconscientes y otros racionales, que “funcionan mediante un orden simbólico de códigos de lenguaje” que diría Göran Therborn. Son, por tanto, una multiplicidad de mensajes de todo tipo que apelan a la parte racional o a la inconsciente de muy diversas formas, generando en numerosas ocasiones lo que se ha dado en llamar el inconsciente colectivo. Así la ideología interpela a los individuos para establecer lo que existe y lo que no; lo que es bueno, justo, agradable, etcétera y lo que no; y, esto es importante, lo que es posible y lo que no es posible. No sólo se trata de una disputa política, que parece es como se entiende por parte de la izquierda, sino una interpelación global. De ahí que no sea extraño que la derecha acabe por utilizar las armas de la izquierda contra esta misma cuando han sido abandonadas en favor de esencialismos, innovacionismos o han caído en las redes de la identidad (que es sólo una ideología menor excluyente/incluyente).

La ideología dominante ha venido durante décadas asumiendo todas aquellas interpelaciones que le servían para mantener su dominio, expulsando todas las partes que ponían en cuestión al propio sistema en sus cimientos. Por eso no han tenido problemas en aceptar lo ecológico (con limitaciones), lo identitario, el feminismo (hasta que ha puesto en duda al sistema), o demás luchas propiamente culturales. En cuanto ha llegado a dominar todos esos ámbitos, la clase dominante pasa a la acción y comienza a deshacerse de todo aquello que le sobra para realmente establecer un dominio total. Si algunos críticos de la actual democracia, desde la derecha, afirman que los actuales regímenes democráticos son totalitarios, como Dalmacio Negro, no se equivocan demasiado, pero no tanto por la acción constante de una izquierda contrasistémica sino por la propia dinámica de la clase dominante. Parte de esas críticas, las cuales señalan colectivismos varios, biopoder y demás cuestiones que ustedes habrán escuchado a personajes, unos ilustrados, otros menos, como Cayetana Álvarez de Toledo o Juan Carlos Girauta, no son disputadas en realidad por la izquierda (de esto no dice nada Maestre) sino que miran con cara de asombro. Pero en realidad son el ariete de la clase dominante para hacerse con el control total del sistema. Mientras les entretienen con disputas baladíes respecto a sentimientos, que si Pedro Sánchez es un totalitario (cuando los totalitarios serían otros) o demás zarandajas de la política espectáculo, la disputa ideológica de nuestra época se disputa con otras armas bien distintas.

Desde hace unas décadas, más con irrupción de los mecanismos digitales, se viene infantilizando a la población como nunca se ha hecho a lo largo de la historia. Anteriormente se carecía de conocimientos, ahora se hace creer que se poseen conocimientos (y se poseen los que ha escogido) y se ratifican ideológicamente mediante los aparatos ideológicos en el Estado y sobre el Estado pero con una carga ideológica de dominio que imposibilita pensar como algo productivo en una alternativa, más o menos factible, al propio sistema. Ahora que las personas carecen de mecanismo críticos, que están enfrascados en la política espectáculo con sus peleas “culturetas”, con sus expresiones individualistas e identitarias, justo en este momento han lanzado la última ofensiva para ejercer sin ningún tipo de cortapisas la violencia simbólica que diría Pierre Bourdieu: “la violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el dominado se siente obligado a conceder al dominador (por consiguiente, a la dominación) cuando no dispone, para imaginarla o para imaginarse a sí mismo o, mejor dicho, para imaginar la relación que tiene con él, de otro instrumento de conocimiento que aquel que comparte con el dominador y que, al no ser más que la forma asimilada de la relación de dominación, hacen que esa relación parezca natural”.

Esa violencia simbólica o ideología dominante (son sinónimos) procede de tal forma que los que deberían estar pensando en una alternativa al sistema acaben por defenderlo con uñas y carne frente a operaciones de falsa bandera que les lanzan desde la derecha o contra los críticos al sistema (a los que catalogan de utópicos o reaccionarios, según se levanten ese día). No hay más alternativa, como ideologizaba Francis Fukuyama, que el sistema parlamentario, el Estado de partidos, el dirigente de turno o la forma actual del Estado. Mientras la derecha está apoyándose en la disputa ideológica de una cosmovisión que engloba todo el andamiaje sistémico, en España por ejemplo, la izquierda tan sólo ofrece productos sin encajar o pensando, pues han caído dentro de la dinámica de la ideología dominante en su versión espectáculo, que con sólo desear algo o publicitar (con muchos memes eso sí) ya se conseguirá. Como bien dice Esteban Hernández en sus columnas, y en esta entrevista, la izquierda abandonó la formación de mayorías sociales en la práctica, en el día a día de las personas, en favor de la política espectáculo, por ello se encuentra sin armamento y sin poderío ideológico con el que responder al ataque. Está más a la defensiva intentando salvar los muebles que en vanguardia de la lucha. Y peor aún con el enemigo empleando el armamento que en el pasado resultó eficaz a la izquierda. Lleva la izquierda, política e intelectual, sin hacer un análisis global de la situación que ahora se encuentra con cierto poder político pero, en realidad, con falta de fuerza ideológica, teórica y social. Porque una cosa es que a este o aquel partido le voten más o menos y otra es tener el apoyo social detrás gracias a esa interpelación social que es la ideología.

A día de hoy, aun cuando se tenga en poder del gobierno (que ayuda a frenar en parte las embestidas primeras en la batalla ideológica), la izquierda se encuentra completamente carente de una cosmovisión, de una teoría con la que poder luchar, de un compendio de elementos prácticos con los que conforman un todo para confrontar. Hay muchas peleas pequeñas, nimias, sobre cuestiones que acaban afectando al 0,6% de la población y que se sitúan en primera plana, en ocasiones para esconder las propias carencias, que no ayudan a conformar un marco suficiente para la batalla cultural. Los partidos han ido apostando tanto por la unanimidad que han dejado de ser espacios de debate y al crítico se le excomulga y se le persigue con legiones de bots o trolls. Los sindicatos se estancaron en un tipo de relaciones de producción que están estallando y bastante tienen con detener la hemorragia, pero abandonaron (o fueron expulsados de) su participación en la lucha ideológica. La sociedad civil que podría situarse en la izquierda participa del “¿qué hay de lo mío?” de los partidos políticos o, en el mejor de los casos, es ocultada por los medios de comunicación. La operación de derribo comenzó hace mucho tiempo y ahora, como veremos en otros artículos, han decidido hacerse con el poder absoluto e intentar aplicar todas las consignas teóricas que llevan años maquinando escondidos. Y frente a esto hay que despertar para poder luchar.

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