Si algo ha destacado en la historia de la izquierda política es la continua búsqueda de la mayor pureza ideológica posible. De ahí surgió el “mal de la izquierda” que ha provocado una miríada de divisiones y subdivisiones en busca de ese objetivo de pureza dogmática nunca encontrada. Comenzó con los liberales de los que se desgajaron los radicales; de estos se separaron los socialistas; de estos los socialdemócratas y los comunistas; de estos últimos los trotskistas, los mao, los castristas y así hasta llegar a los ecologistas que son separación de los dos primigenios. Incluso en esta época de carencia total de pensamiento crítico (existe un pensamiento criticón que es distinto) aparecen esperpentos como los nazbols (nazis-bolcheviques).

Mientras tanto la derecha ha vivido alguna diferenciación, algún reparto de roles, pero en el fondo un mismo camino. Junto a partidos más o menos conservadores han coexistido partidos liberales que actuaban según fuese el partido mayoritario. Si era muy demócrata cristiano pues actuaban de forma más liberal; si había un conservadurismo tipo gaullista pues se sentían más republicanos; y en otros casos eran directamente la izquierda durante muchos años (véase en EEUU, Gran Bretaña y otras partes del imperio británico). Había división de funciones pero no había división doctrinal o ideológica. En estos tiempos, empero, sí han cambiado las cosas de forma suficiente para que aquel “mal de la izquierda” les esté pasando factura y dividiendo política e ideológicamente.

Hasta el momento actual –de unos pocos años para acá- la derecha carecía de una ideología fuerte, como se jactan los liberales el -ismo que defendían era doctrina, no ideología. Olvidan que era LA IDEOLOGÍA. El liberalismo como ideología dominante desde las revoluciones de finales del siglo XVIII y mediados del XIX ha sido algo evidente. No necesitaban, eso sí, estar constantemente haciendo fe de ella porque al fin y al cabo tenían bajo su control los aparatos ideológicos del Estado, el poder económico de su parte y, por tanto, los mecanismos de la reproducción social. Sí debatían y competían con la izquierda, socialista o comunista, pero desde la posición dominante. Hoy se las ven y las desean para recuperar el liberalismo como ideología en ese monstruo (el Minotauro) que ayudaron a construir o estabilizar, conocido como Estado. De hecho todas las bestias que lanzaron al mundo en su camino hacia la cima de la dominación ideológica se les han vuelto contra ellos.

No sólo ayudaron al Estado a consolidarse sino que el nacionalismo que utilizaron para unificar a las poblaciones y facilitar los procesos productivos, hoy convertido en identitarismo extremo les señala por sus deseos globalistas. Toda la ingeniería social –sí los liberales fueron los primeros en ejercerla- sobre la autodeterminación del individuo, sobre el control de las masas, sobre la propia construcción del ser humano –Michel Foucault demostraría brillantemente que el sujeto ser humano (él decía hombre) es algo moderno en Las palabras y las cosas-, sobre la confluencia de la diversidad en un mundo armonioso; todo ello se ha vuelto en su contra ahora. Cuando se habla del neoliberalismo y la diversidad paradójicamente se hace sin revisar arqueológicamente en los fundamentos primigenios del liberalismo. Allí está todo, la ingeniería social, la diversidad, los derechos, etcétera.

Hoy la derecha está dividida en busca de una pureza de sangre, lo mismo que le pasaba a la izquierda no hace tanto. Si se analiza el caso francés se podrá observar que no quedan ni republicanos, ni gaullista, ni liberales, ni radicales ni nada por el estilo sino una miríada de grupúsculos que se tuvieron que unir en Macron porque el punto de conexión era el pavor al lepenismo. En la izquierda francesa tampoco queda algo salvo populismo. En todos los países europeos los choques entre fuerzas de derechas son cada vez más virulentos. En algunos casos porque hay una ultraderecha que aprieta, en otros porque han abandonado (cada caso habría que estudiarlo en profundidad) los antiguos principios y se han lanzado a la conquista de las minorías de todo tipo. Esto lo explica bien Javier Benegas en Disidentia. El caso es que hoy, cuando podrían decir que han vencido, todo el castillo de naipes se les ha venido al suelo y tienen que explicar cuestiones que hace menos de una década estaban insertas en las personas.

En España este proceso es patente también. Desde la restauración de la democracia siempre ha habido un fuerte partido de derechas y algún que otro escarceo. Primero la coalición UCD y una AP pequeña. Luego una AP coaligada con democratacristianos  y algún grupúsculo liberal, llegando a la refundación en el PP que absorbió toda la derecha posible. La corrupción ha jugado un fuerte papel en la división, pero tampoco hay que olvidar los movimientos de la clase dominante para no verse contra las cuerdas. En realidad todo lo sucedido ha sido producto de la clase dominante, en error tras error. Primero alentando al populismo de izquierdas, buscando reafirmar a un PP en horas bajas por la corrupción y en busca de una gran coalición. Luego alentando un populismo del sistema de color naranja para incrustarse entre los dos partidos de Estado, pero que acabó siendo un histrionismo nacionalista que no ha servido para nada bueno. Y posteriormente alentando a la ultraderecha verde. Así es normal que Pablo Casado se haga cruces cuando le piden reconstruir la derecha personajes como José María Aznar.

Hoy en día hay dos extremos populistas, un centro naranja que es inútil y dos partidos históricos debilitados. Mientras que hacia la izquierda se aclaran las cosas, en la derecha la batalla entre PP (si es que suma a Ciudadanos a la ecuación, más para evitar molestias que por la suma de votos en sí) y Vox va a ser más cruenta de lo que parece a primera vista. En el partido ultraderechista apuestan firmemente por el “identitarismo” y la ingeniería social (eso que tanto ha asustado a Francis Fukuyama entre otros), en el retorno a una moral preconciliar, en la destrucción del orden constitucional, pero todo bajo el libre mercado más salvaje que se recuerda en España. En la parte económica la gente del PP puede llegar a parecer socialdemócrata en comparación con la extrema derecha (algo que no se produce en el lepenismo, por ejemplo), pero en la política y social la atracción de la ultraderecha, por el propio contexto español, la lucha va a ser dura.

¿Cómo conjugar lo identitario sin perder de vista lo individual? ¿Cómo formular el patriotismo sin caer en el nacionalismo? ¿Cómo defender el constitucionalismo sin meter en la ecuación a quienes quieren acabar con el orden constitucional? ¿Cómo ser liberal con todas sus consecuencias mientras desde tu derecha adoctrinan constantemente? Difícil responder a ello. Es el “mal de la izquierda” que ahora ha pasado al otro lado del espectro político y está haciendo mella en quienes pensaban que el espíritu de la historia estaba en su favor.

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