Han tenido que pasar más de doscientos años casi para que la parte más cainita del espectro político acabe haciendo piña. En España son bien conocidas las batallas entre anarquistas y socialistas, primero, y entre éstos y los comunistas después en pos de la mejor fórmula para la revolución. En la izquierda actualmente se pueden encontrar desde liberales con un alma social hasta anarquistas pasando por populistas, socialistas, socialdemócratas, comunistas, trotskistas, amargados y de más tribus postmodernas que se han acercado en busca de cariño político. En la derecha son menos cainitas y por eso sólo hay tradicionalistas (cuatro), conservadores, neofascistas y neoliberales que, en el momento de mojarse, en el momento de la dicotomía electiva, siempre, siempre votan juntos y actúan de manera conjunta. Así pasó en el aquelarre de la plaza de Colón. En la izquierda, ni en los momentos delicados (recuérdense aquellos debates de los años 1920s sobre la conveniencia o no de la unión orgánica entre socialistas y comunistas contra el fascismo), ha habido un acuerdo como el que se está logrando en la actualidad, el cual es mucho más patente entre las bases que entre las cúpulas.

Seguramente nadie de las mil tribus de la izquierda negará que siempre ha habido recelos con el partido de al lado. Cuando se unió Podemos a IU muchas personas, en ambas organizaciones, se quejaron y expresaron su desacuerdo porque aquella alianza seguramente no sumaría. No sumó, en efecto. IU ha desaparecido prácticamente. Pero hoy en día esas dudas se han ido disipando. Lo mismo se puede decir entre las broncas y maledicencias dichas desde el PSOE a Podemos y desde Podemos hacia el PSOE. Era el plato principal de toda la caverna mediática hasta hace no mucho tiempo. De hecho siguen alimentando la discusión pero, hoy en día, son esfuerzos completamente estériles y quedan en el lado del bulo, la mala leche y la estrategia para derribar al Gobierno. Peleas, como ha habido en todos los gobiernos democráticos, siempre las habrá. O es que ya no se acuerdan de los navajazos personales y mediáticos de Soraya Sáenz de Santamaría contra aquellos que no le gustaban. Como bien acertó a calificar José Manuel García Margallo, era como la novela de Agatha Christie “Diez negritos” donde según avanzaba la trama va muriendo uno de los diez personajes. Para la gente de Podemos Pedro Sánchez es un flojo y un liberal y para la gente del PSOE Pablo Iglesias es un “posturitas” que sólo quiere aparentar. Nadie en su fuero interno negará eso. Cómo será la cosa que la derecha política y mediática ha conseguido que esos pensamientos pierdan presencia en las mentes para luchar todas las personas en unión.

Cuando Pablo Casado amenaza con el despido gratuito, normal que una a los bandos principales. Cuando Santiago Abascal embiste y dice mu (lo que viene a ser siempre que habla), se une la izquierda. Cuando Inés Arrimadas…, perdón Ciudadanos no existe en sí. Cuando desde El Mundo se recurre a la casquería más extrema, la izquierda toma consciencia de lo que se juega. Cuando ABC insinua que los muertos deben computarse al Gobierno, la izquierda unida saca las garras para luchar. Cuando se juntan periodistas neofascista como Javier Negre o Carlos Cuesta para inventarse noticias y lanzar un discurso antidemocrático, la izquierda sabe que algo malo quieren para la clase trabajadora y responde. Cuando José María Aznar y Ana Botín aparecen a la vez con un discurso común, la izquierda se echa a temblar y canta el Bella Ciao. Cuando se criminaliza a las mujeres en un ataque contra el sujeto de transformación, la izquierda dice “vosotros machistas sois los terroristas”. Cuando la derecha brama en todos los frentes es porque su discurso del odio, sus intentos de golpe de Estado, su ansia por evitar cualquier avance social no están penetrando en la población de izquierdas. Y esto es porque esos mismos discursos, ataques y ofensas han generado una unión extraña en el ethos político español.

Que en España está la derecha más cavernícola y autoritaria de Europa lo saben hasta el Washington. Ni sufragando los gastos y dándoles toda la cobertura mediática posible al trifachito han conseguido derrotar a la izquierda. Y bien que podían haber aprovechado las malas relaciones entre los principales partidos. Pero engarzadas sus mentes en discursos carentes de profundidad; tratando a los españoles como, perdonen la expresión, gilipollas; creyendo que con sus bulos y titulares iban a conseguir derribar al Gobierno y destruir la izquierda, la realidad es que han conseguido todo lo contrario. Claro que existen disputas entre Iglesias y Nadia Calviño, la segunda es la mujer de negro de la Troika, pero también se las tuvo tiesas con algún ministro del PSOE antes. Calviño es el garbanzo negro que debe aguantar el Gobierno para evitar que el IV Reich, antes conocido como Unión Europea, asfixie y acorrale a España. Al menos mientras se sea miembro de ese Imperio alemán que gobierna Europa. Se asume y se pelea dentro del consejo de ministros. ¿Importa a las gentes de izquierdas? No. Es como el caso de Alberto Garzón, se le tiene para figurar y para que le den todos los palos a él, bien por ineptitud (no controlar los precios siendo ministro de Consumo está enfadando bastante a los propios), bien porque es el más débil y sacrificable. Se sabe en PSOE y Podemos y se tolera.

La unión existente en las bases de la izquierda, aunque siempre hay personas que con más o menos razón, blanden algún tipo de queja racional e ideológica bastante acertada, impide que ciertas descoordinaciones ministeriales que antes servirían para generar una batalla sangrienta, hoy sean vistas como producto de la presión a la que es sometido el Consejo de Ministros. Ciertas peleas por la visibilidad de todos los partidos del Gobierno, mientras que la derecha dice que es producto del entreguismo de Sánchez a Iglesias, desde la izquierda se entiende que son repartos de funciones lógicos para que los dos partidos tengan un futuro común. Y así será. La caída no será de Podemos o el PSOE, ni de Sánchez o Iglesias a futuro, será de ambas partes. Lo mismo ocurre con la victoria, será de ambas partes y recogerán los frutos a futuro. Todo esto que la derecha exagera; todo esto que la derecha quiere hacer ver como crisis tras crisis interna, a la izquierda le da lo mismo. Mientras vean que la derecha ataca sin piedad y buscando un sistema de estado de excepción permanente y encarcelamiento de los dirigentes del Gobierno, todo esto pasa a un segundo o tercer plano de las anécdotas.

Ante la guerra civil que están planteando desde el trifachito y los medios afines (casi todos), el Gobierno está actuando en beneficio de todos. Cuando la prudencia indicaría un periodo más largo para salir de la reclusión, se ha accedido a salvar en parte el tejido empresarial y se les van a dar unos buenos millones. Se ha claudicado en este aspecto a cambio de otras cuestiones más sociales como rentas mínimas o subsidios diversos. Aunque esto último tampoco les parece bien a los neofascistas porque quieren a la gente pasando calamidades, que estallen en revueltas sociales y así poder acabar con el Gobierno y les aúpen a ellos en una dictablanda. Todo esto no lo han podido hacer por esa unión. Molesta al facherío ver cómo socialdemócratas declarados aplauden las intervenciones de Yolanda Díaz; cómo podemitas alaban las respuestas de José Luis Ábalos; o cómo todos defienden al ministro de Sanidad que se está llevando la peor parte. Incluso todas las personas “socialcomunistas” critican el neoliberalismo de Calviño o las ocurrencias inoportunas de Garzón. Los dicterios quedan reservados al trifachito y la Brunete mediática. De ahí que sólo el enterramiento en vida de la ciudadanía española, retirando cualquier ayuda social, es la única estrategia que manejan los muy mucho patriotas. Quieren muertos y supermercados invadidos. Quieren la vuelta al cainismo de la izquierda, pero ahora no, ahora parecen luchar todos juntos y fraternos. No sólo hay una pandemia y una crisis en juego, también se está peleando un modo de vida donde la libertad, la igualdad y la fraternidad sean los ejes clave. Unión hace tiempo imposible, hoy efectiva contra el trifachito y su política genocida.

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