El caso del Sea Watch 3 –el barco que pese a las advertencias del Gobierno italiano condujo a puerto a los 40 inmigrantes que había rescatado en el mar–, va camino de convertirse en un grave incidente diplomático. El Vaticano, Francia y Alemania han respondido con dureza al último acto de crueldad contra los derechos humanos del primer ministro Matteo Salvini, el arrogante divo milanés que nada más atracar la embarcación en el puerto de Lampedusa dio orden de detener a Carola Rackete, la capitana que decidió llevar a tierra a los migrantes ante sus reiteradas peticiones de ayuda no atendidas a la comunidad internacional.

Salvini sigue pisoteando impunemente el Derecho Internacional Marítimo, los tratados y convenios internacionales sobre derechos humanos y la propia Constitución italiana. Sin embargo, esta vez las cancillerías europeas han dicho basta y han pronunciado una enérgica protesta como no se escuchaba desde tiempos anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Quizá haya pesado el hecho de que la capitana del barco detenida sea de nacionalidad alemana y de que Salvini se haya mofado de ella tras su arresto al insinuar que es una “pija con mucho tiempo libre”, llegando incluso a calificarla como “delincuente”. Lo cierto es que las bravuconadas del comicastro xenófono han ido demasiado lejos esta vez y el caso del Sea Watch 3 puede llegar a convertirse en un serio incidente internacional que afecte gravemente a las futuras relaciones de los países miembros de la Unión Europea.

De entrada, la enésima fechoría de Salvini con los inmigrantes que se juegan la vida en el Mediterráneo no ha gustado en el eje Berlín-París, cuyos líderes han reaccionado enérgicamente. Así, Heiko Maas, ministro de Asuntos Exteriores alemán, ha criticado a las autoridades italianas por el incidente. “No se debe criminalizar el salvamento marítimo”, ha afirmado en Twitter. “Salvar vidas es un deber humanitario y corresponde a la justicia italiana aclarar rápidamente las acusaciones”, ha asegurado.

Por su parte, desde el Vaticano, el secretario de estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, ha recordado que “la vida humana debe salvarse. Esa debe ser la estrella guía. Todo lo demás es secundario”. Un serio toque de atención que va en la línea de lo que ya ha dicho en anteriores ocasiones el papa Francisco a propósito de las políticas xenófobas y de represión contra los migrantes que están practicando últimamente ciertos líderes europeos.

En el caso de Francia ha sido su ministro del Interior, Christophe Castaner, quien ha advertido a Italia de que “el cierre de los puertos es una violación de la Ley del Mar”. Castaner ha salido al paso de las noticias anunciando que su país está dispuesto a acoger a diez de los migrantes, “pero esto no significa que no haya que combatir la inmigración ilegal”.

En ese sentido, Castaner ha defendido la creación de un mecanismo permanente de solidaridad que garantice un desembarco en el puerto más cercano de los migrantes rescatados en el Mediterráneo y ha respondido a Matteo Salvini que Francia ha asumido su responsabilidad “desde el inicio de la crisis”. La reacción del primer ministro italiano no se ha hecho esperar: “Nadie nos da lecciones”, ha espetado con arrogancia el responsable de la política interior del Gobierno italiano.

Tras atracar el Sea Watch 3 en Lampedusa, Salvini cantó victoria en Twitter porque sus deseos se habían cumplido: el arresto de la capitana del barco, la incautación del navío y la reubicación de los migrantes que iban a bordo.

El “puño duro” contra la inmigración prometido por Salvini llegaba a su punto culminante con la imagen de la capitana alemana Carola Rackete, de 31 años, detenida y conducida en un coche de la Guardia de Finanza (policía financiera y de fronteras italiana) al cuartel de la isla italiana. Mientras tanto, Salvini seguía soltando sus chistes malos y sus bromas macabras sobre un suceso tan trágico y dramático como es el rescate de un grupo de personas en el mar. El mismo sábado, el primer ministro describía a Rackete como una “mujer alemana rica y blanca que cometió un acto de guerra”. Y añadió: “Ella trató de hundir una lancha de la policía con oficiales a bordo. Dicen: ‘Estamos salvando vidas’, pero se arriesgaron a matar a seres humanos que están haciendo su trabajo. ¡Delincuente!”.

Cada día que pasa resulta más evidente que la brutal política migratoria represiva  puesta en marcha por Salvini va camino de dividir a la UE. Alemania y Francia ya se han posicionado sin ambages en la defensa de los derechos humanos. Ahora falta saber qué van a hacer otros países donde gobiernan los populistas de extrema derecha. En Austria, Bélgica, Finlandia, Dinamarca, Letonia, Hungría y Polonia los ultraxenófobos forman parte del Gobierno de una u otra manera. De momento, todo apunta a que regresamos a un escenario de bloques, como en los peores años del siglo XX. A un lado la concepción de la democracia liberal clásica, a la antigua usanza, enarbolando la bandera del Estado de Derecho. Al otro los nuevos nacionalismos irredentos que propagan ideologías cuasitotalitarias y de odio al migrante. De ser así, Europa tiene un serio problema.

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