Pedro Sánchez nunca defrauda. Cualquier persona razonable sabe que si el ex secretario general del PSOE encabeza o apadrina una candidatura el fracaso está garantizado. Lo ha hecho en muchas ocasiones ya como para que nos pueda sorprender. En las dos elecciones generales en las que su foto llenó todos los rincones de España consiguió algo «histórico»: el «gran logro» de llevar al Partido Socialista a los peores resultados de su historia. Pero se superó a sí mismo cuando la candidatura que él encabezaba personalmente, la de Madrid, se convirtió en la cuarta fuerza política.

Su «efectividad» en los comicios no es su única «fortaleza». Tiene muchas más, que el hombre es muy apañado. Parte de esos «históricos» resultados logrados durante los dos años en los que fue secretario general no fueron una casualidad, él mismo se lo trabajó bien con su inoperancia a la hora de abordar los debates televisivos.

En este sentido, hay que decir que, con el cambio del electorado y el fraccionamiento de las opciones políticas, los debates televisivos se convierten en una herramienta fundamental y en ninguno de ellos Sánchez ha dado la talla, ni siquiera en el cara a cara con Rajoy para las elecciones de diciembre de 2.015, por mucho que de ese debate haya quedado el momento en que le llamó indecente al presidente de Gobierno. Realmente en este encuentro entre Sánchez y Rajoy no estuvo del todo mal pero porque Mariano siempre lo pone fácil en los cara a cara televisados con su manía casi patológica de dar datos como quien recita la lista de la compra.

Sánchez tiene un problema grave con los debates…, y con las elecciones. No los gana porque quiere trasladar el lenguaje mitinero de cuatro ideas cortas y repetirlas hasta la saciedad. Recordemos el debate a cuatro donde en vez de atacar a Rajoy se dedicó a repetir una y mil veces aquello de que «estamos aquí porque el señor Iglesias votó no».

Otro de los errores garrafales que comete es la constante y repetitiva referencia a sí mismo, cosa que no es de extrañar con un político con un ego más grande que los casi dos metros que mide. Quién no se acuerda de aquel debate con Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias que fue toda una oda al pronombre de la primera persona del singular: «Yo, yo, yo». Lo ha ido limando, porque tiene buenos asesores, pero la cabra siempre tira al monte y en cuanto se enciende la discusión vuelven sus ramalazos de ego.

El principal problema que tiene Pedro Sánchez es la transmisión del mensaje que quiere defender. Su manera de trasladar los puntos fuertes de sus proyectos no es en modo alguno efectiva y, por tanto, sus interlocutores se aprovechan de ello o no despierta ilusión en el electorado. Lo vimos durante las dos campañas electorales. El PSOE tenía un programa con medidas de mucho calado social que no consiguieron ilusionar a los votantes porque el líder, quien tenía que defender el proyecto, fue incapaz.

En el debate con Susana Díaz y Patxi López le ocurrió lo mismo. Se lo comieron literalmente por mucho que los sanchistas de viejo y nuevo cuño quieran defender su victoria. Susana no estuvo brillante porque estaba más pendiente de atacar a Pedro que de exponer su proyecto, un proyecto que, por cierto, tiene una defensa muy difícil de llevar a cabo. Quien sí que estuvo brillante fue Patxi López quien sacó la agresividad cuando hizo falta, atacó a Pedro cuando hizo falta, atacó a Susana cuando hizo falta, y expuso su proyecto.

La incapacidad de Pedro Sánchez en los debates se vio cuando no supo responder de manera coherente, o lo hizo con un silencio, a los ataques de sus rivales, en muchos casos porque no había defensa posible. En esos casos la respuesta se centraba en el guion establecido por las cuatro ideas que repitió machaconamente del mismo modo que lo hace en los actos de su candidatura.

Un líder debe saber defender su proyecto, debe hacer pedagogía con su contenido y, sobre todo, debe seducir a las personas objetivo. Sánchez no ha logrado jamás ninguna de estas tres cosas.

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