Desde la derecha mediática y política se viene insistiendo en un tema cuando menos asombroso, el giro hacia el autoritarismo o el totalitarismo del Gobierno de coalición por muy diversas causas y con estrategias, todas sibilinas, para acabar con la democracia. Atentados contra la libertad de expresión, amordazamiento de la prensa, injerencias judiciales, arrestos domiciliarios y demás estolideces propias de quienes no saben qué hacer para derrocar al ejecutivo aprovechando la crisis pandémica. Lo hacen desde posiciones sesudas, o pretendidamente sesudas, retorciendo la realidad, los datos o inventando sobre el papel, que como se sabe lo aguanta todo. También lo hacen con sus personajes sin cerebro, más mediáticos que ilustrados, pero con mucha capacidad de activismo, entre otras cuestiones porque o sacan o piensan sacar un alto beneficio económico de todo ello. No piensen que tienen una firme ideología, unos valores asentados intelectualmente, sino que todo es cuestión del maldito parné.

Entre los estultos han destacado, por cuestiones referidas a cornamentas variadas, Javier Negre, un habitual de los juzgados por su supuesto trabajo en El Mundo, y Alfonso Merlos (siempre muy interesado en lo militar y el terrorismo). La cosa rosa realmente tiene casi nula importancia en sí pero les ha puesto en el disparadero de toda la opinión pública. Aún más con las respuestas recibidas. Ahora que estaban montando un canal en Youtube para lanzar sus campañas de odio y difamación, justo en ese momento en que pensaban que ya era analistas competentes (incompetentes los hay en todos los canales), justo cuando rozaban con los dedos la gloria de la ignominia, se les ha venido todo al suelo. Sus caras ahora son más conocidas por unos cuernos que por lo que puedan decir u opinar. Su campaña en favor de la extrema derecha, en la que se sienten muy cómodos de momento y mientras puedan ganar dinero, se ha venido abajo. Lo que conlleva también arrastrar las dádivas del PP aunque sea por contacto. Ahora aparecen ante las personas no como dos periodistas cualificados que quieren “derribar al Gobierno” y lo están “desestabilizando” (la imaginación da para llenar mucha egolatría), sino como dos idiotas del mundo del colorín. Con lo que ello implica de carencia de autoridad (antes tampoco tenían mucha), el rechazo si hablan de temas no “cornamentales” y quedar marcados como dos chisgarabises.

De esa situación (¿buscada?) se ha generado la paradoja Merlos-Negre. Una paradoja que es un verdadero alivio para la izquierda política (a la que tampoco ayuda la imagen de Jorge Javier Vázquez por mucho que diga ser “bolchevique”) pues ha demostrado que mejor no hacer nada en contra de la prensa de derechas, al menos en su estado de exaltación, guerracivilismo y recurso a lo inexistente actual. Merlos-Negre han demostrado que es mejor que hablen hasta cansarse porque acaban pifiándola en algún momento. Con unas masas cretinizadas en grado sumo, infantilizadas hasta más no poder y con ganas de que la dirigencia política se vaya, con perdón, a la mierda, lo mejor es que pregunten, que escriban y que se peleen entre ellos. La prensa actual, ni intentándolo, podría establecer un proceso conspirativo como el de los años 1990s. Lo intentan sin dudas, pero más por suma de opiniones con un monotema pero sin desarrollo, ni capacidad de generar algún tipo de pensamiento que se incruste en el inconsciente colectivo. Es más fácil recurrir a las teorías conspiranoicas y a memeces de ese tipo, que a defender la libertad (cuando ni se dice a qué libertad se refiere); que a señalar procesos totalitarios del Gobierno (cuando no se sabe qué es lo totalitario en sí, salvo las frases sueltas que se sacan del clásico de Hannah Arendt); o que a decir que hay un golpe de Estado encubierto. La paradoja Merlos-Negre enseña que pueden decir todo eso y no tendrá efecto porque siempre acaban metiendo la pata.

Horas y horas en Antena 3, Telecinco, 13TV o La Sexta desentrañando una invención sobre las intenciones del Gobierno (ejemplo de argumento: como Iglesias era leninista quiere convertir España en la URSS. Algo que señala que ni sabe lo que propone realmente Iglesias, ni lo que es el leninismo en sí); horas y horas de radio-bilis; párrafos y párrafos de retorcimientos de la realidad para encajar con la idea preconcebida, para que una jugada de bragueta y despelote eche por tierra todo el trabajo. En los medios hay personajes que critican con habilidad, cultura y sentido (Pedro García Cuartango o Juan Manuel de Prada en ABC; Jorge Vilches en Vozpopuli, La Razón o El Español…), los periodistas en su mayoría (muchos aquejados de explotación laboral e ideológica) hacen lo que pueden siguiendo cierta ética, pero los que destacan, los mediáticos, que son a los que hay que referirse, tienen sus propias servidumbres políticas, sociales y económicas (da igual a izquierdas o derechas) y a ellas sirven y por ellas acaban metiendo la pata. No se puede hacer la pelota siempre; defender lo indefendible o intentar filosofar sobre cuestiones sobre las que no se ha dedicado ni un minuto en cultivar. El pobre Francisco Rosell (director de El Mundo) estará triste, fané y descangallado porque lleva meses infectando a la opinión pública con falsas verdades para que una jugada de uno de sus trabajadores acabe por confirmar lo que su periódico es. Y así con todos.

Si fuese cierto que el Gobierno pretende amordazar a los medios de comunicación o pretende acabar con la libertad de expresión de los medios y las personas, es lo peor que podría hacer. Es mucho mejor dejarles sueltos (denunciando lo denunciable evidentemente) que ya ellos solos se acaban delatando. Con cosas de bragueta, o con el continuo cambio de opinión. No ya de una semana a otra, sino de la mañana a la tarde y las mismas personas. La pandemia no está dejando bien parada a la dirigencia política de este país, pero está arruinando la imagen de la prensa hasta límites insospechados. No hace falta preguntar nada en el CIS, con sólo ver el comportamiento de las personas es suficiente. Dejarles que actúen como han venido haciendo, pues el único enfado de la prensa se produjo por ver ciertos medios perder su posición de élite, para que sólo ellas y ellos acaben ahogándose en su propio vómito periodístico. Un daño que acabarán pagando los plumillas que hacen un buen trabajo pateando la calle todos los días porque no hay espacio para tanta mentira, ni para tantos medios de derechas. Y la paradoja Merlos-Negre es la estocada que tendrán muchos de ellos. Dejar hacer y mientras cavar la tumba de sus todólogos cadáveres.

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