Es curioso como veintiséis años y medio después de dejar sus funciones como presidente del Gobierno y 25 de abandonar la política activa, Felipe González sigue generando en un sector de la prensa un enorme escozor. En esta ocasión ha sido por una sencilla frase: “Hay algo que he aprendido en esos años, en democracia la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad”. Curiosamente nadie se ha parado a pensar si la frase es cierta o no es cierta, esto es, si contiene verdad. Y, por supuesto, nadie, ni en su más remoto sueño, ha querido escuchar lo que dijo justamente después de esa frase. “Nosotros (los presidentes) conocemos las razones (de la verdad)”.

La creencia sobre la verdad entre las masas es algo que ha sido profusamente estudiada a lo largo del tiempo. Desde Gustave Le Bon y su Psicología de las masas hay una larga tradición para el esclarecimiento de algo que siempre ha sorprendido a los científicos sociales, cómo ante la verdad se niega esta y se piensa que es otra. De hecho buena parte de la política moderna está construida sobre la alteración de la realidad y la ocultación de la verdad. Por ejemplo, muchísimos aficionados del Atlético de Madrid están convencidos de que Miguel Ángel Gil y Enrique Cerezo han puesto dinero de su bolsillo alguna vez para sostener y hacerse con la Sociedad. Pese a que se ha demostrado que pusieron avales y los quitaron (al día siguiente de firmar las escrituras), o que avalaron unas cantidades que luego vendieron a Wanda y posteriormente a Offer, siguen pensando que han puesto dinero.

En las dictaduras lo habitual es ocultar la verdad, el problema es que quien intenta hacer ver que están mintiendo o están ocultando la verdad acaba de mala forma. Con suerte sólo en prisión, con mala suerte muerto. Así pues la diferencia con la democracia es que lo que es verdad para las masas, aunque no sea la verdad verdadera, acaba condicionando los resultados electorales y las políticas de los gobiernos. Pese a que los gobernantes sepan que lo que la sociedad piensa no es cierto, o no es completamente cierto, pese a que tengan las razones, los números y la certeza del error de la sociedad están condenados por la creencia de la ciudadanía. No hay nada más peligroso para un gobernante, el que sea y en el sistema que sea, que se cree un estado de opinión contrario a la verdad/realidad de las cosas. Por mucho esfuerzo que se haga para convencer, no hay tu tía, creen lo otro, entre otras cosas porque hay grupos que potencian creer en lo otro, lo falso.

Esto está más que estudiado en la Ciencia Política y la Sociología, igual no lo está en periodismo, economía o filosofía y por eso los columnistas han saltado como podencos a por la liebre. Porque lo común en todas las columnas de opinión que han hecho referencia a la frase, y son más de treinta en todos los medios, es no haber analizado si la frase en cuestión es verdad. Ninguna de las columnas se han molestado en verificar si esa sentencia es cierta a la vista de la influencia de los medios de comunicación o las falsedades de las redes sociales, los actuales aparatos ideológicos del sistema. Paradójico es que muchos de esos columnistas, en otras columnas, hablan de batalla cultural. ¿Por qué existe una batalla cultural? La mayoría dirán que porque ellos están con la verdad y los demás con la mentira. ¡Ah, claro!

Felipe González en ningún momento cuestiona que exista una verdad, no hace apología del relativismo como han querido ver torticeramente los columnistas. De hecho añade que los gobernantes tienen las razones de la verdad, algo que han olvidado al escribir sus columnas. Lo que sí muestra es que en democracia, que es donde se puede debatir en libertad, hay poderes distintos al político que pueden llegar a conformar una “verdad” en la mente de las personas. ¿Es esto falso? No. ¿Es relativismo? No. En ningún momento ha dicho que la verdad no existe y es una mera construcción social, sino que si hay una idea que se impregna en las masas es imposible hacerlas cambiar de opinión con la verdadera verdad. Por cierto, esta última frase está tomada de Le Bon, que la escribió en 1895.

Si todo esto es conocido y es verdad ¿por qué mienten o lo ocultan los columnistas? ¡Ay amigos! Igual es que la verdad tampoco les importa a los columnistas sino vender su mercancía social, periodística o editorial. Están formando opinión, o intentándolo, para que las masas se acerquen a sus posiciones. Las cuales entienden como verdaderas pues, esto también está más que estudiado, las personas (y los grupos a los que pertenecen) también tienen sus verdades sociales. Para los ateos Jesucristo fue un hombre sobre el que montaron una religión, para los cristianos es el hijo resucitado de Dios. Nadie puede negar que son dos verdades sociales, cada una con sus defensores y sus pruebas. Para los columnistas de un lado el Gobierno es malo, para los del otro es bueno. ¿Alguien se preocupa por la verdad? Pocos o casi ninguno, para los columnistas es verdad lo que dicen y no doctrina.

El buen columnista, o cuando menos aquel que tiene un cierto compromiso con la verdad, debe hacer ver todo el contexto de lo expuesto en su columna. En muchas ocasiones de forma breve porque no hay otra, en otras recurriendo a un libro o algún hecho sobradamente conocido. El contexto de la frase de González es el que se ha expuesto más arriba. Pretender que la verdad política y social inserta en las cabezas de las personas es algo parecido al espíritu santo es no ser sinceros con la verdad. Hablar de relativismo moral es hacer relativismo moral por no querer ver que en las sociedades hay “verdades” que funcionan como tales pese a no serlas. Por tanto lo dicho por el ex-presidente del Gobierno es verdad, otra cosa es que moleste mucho reconocerlo. Lo de las Fake News no es de ahora precisamente. Los que son malos son los columnistas que han utilizado esas palabras para sus propios fines, sean o no verdaderos.

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