En otros tiempos, cuando la izquierda tenía suficiente capacidad analítica y no estaba arrinconada por las bravuconadas de la derecha, lo que hoy está oculto o latente se les mostraría los diferentes cuadros y dirigencias políticas de la izquierda como algo patente. Pensar que la derecha global quiere privatizar todo lo público para quitar derechos sociales o que las personas lo pasen mal mientras las grandes corporaciones llenan sus bolsillos, típico discurso de la izquierda, no es en modo alguno el motivo principal. De hecho, la realidad es que el riesgo sanitario o educativo no lo suelen asumir las empresas privadas tan sencillamente como se dice. Si observan lo que ocurre en España con los conciertos, la realidad es que el riesgo es mínimo porque el pago está garantizado por el Estado y así pueden reclamar, con toda la cara del mundo, más recursos mientras se los quitan a lo público.

Las pensiones, al ser un producto financiera a largo plazo, aunque no se garantice su cobro al final de la vida laboral, sí interesan y mucho a la fracción financiera de la clase dominante porque es flujo de dinero es fundamental para seguir acumulando y obteniendo beneficios mediante un proceso que hemos dado en llamar como hiperplusvalía, pues son los accionistas y grandes detentadores de capital los que acaban arrancando a los trabajadores otro extra de su trabajo. En la Sanidad con las derivaciones desde lo público o con la gestión, a precio de oro, de los hospitales públicos ya sacan un buen rédito. Los capitalistas son voraces pero no estúpidos y conocen perfectamente el terreno que pisan y la coyuntura especial que existe en Europa. Privatizar el servicio pero con la seguridad de los fondos públicos para la obtención de beneficio. Bien sea mediante becas (el modelo que el PP y Vox quieren implantar en la Comunidad de Madrid), bien sea mediante financiación directa. Esta forma de extracción de capital es conocida y lleva funcionando años, pero hay algo más detrás de todo ello. Algo que la dirigencia de izquierdas ni se ha molestado en analizar u observar pero que es un aspecto esencial para el futuro.

Da igual que ustedes tomen como referencia a Nicos Poulantzas, a Göran Therborn o a Bob Jessop, a marxistas, postmarxistas o postestructuralistas, en todos los casos las diferentes epistemología que sirven de análisis acaban viendo lo que está latente u oculto en las intenciones de la derecha global, que ejemplificaremos con el caso español para mejor comprensión, se quiere privatizar los social para que desde el Estado no quede ningún tipo de oposición al neoliberalismo y al capitalismo financiero y globalizado. No quieren que haya personas, ni estructuras que muestren las contradicciones internas en el Estado y que enlazan con las relaciones de producción y reproducción social sobre las que se asienta en dominio de la clase burguesa. Cuando Santiago Abascal habla de acabar con chiringuitos públicos, o cuando, ahora que se ha pasado a la ultraderecha, Pablo Casado pide que se quiten puestos de funcionarios de los servicios sociales no lo hacen tan sólo por una cuestión de presupuestos, un Estado mínimo o por un intento de gestión más racional, sino porque son conscientes (no ellos sino los que tienen detrás y sí piensan) de que en el propio Estado hay elementos estructurales que se oponen a sus pretensiones de dominio total y totalizante.

Los distintos aparatos y recovecos administrativos del Estado no son tan sólo lugares donde hay funcionarios que gestionan la cosa pública, detrás de cada rama de la administración hay toda una serie de luchas que las han ido configurando tal y como son. Los servicios sociales, la Seguridad Social, la Educación o lo cultural han sido conquistados a la clase capitalista por las luchas de los partidos de izquierdas, de los trabajadores y trabajadoras de los distintos servicios sociales o de las mujeres en lo que respecta a la cuestión feminista. Un maestro de escuela pública, una profesora de instituto pública o una catedrática de Universidad no son sólo agentes de lucha sino los ojos de la verdad de una sociedad que tiende a excluir a los que menos tienen, a la clase trabajadora y a los innombrados. Un maestro de escuela observa cada día como le llegan niños y niñas desnutridos; una profesora de instituto observa cómo el machismo campa libremente en su instituto; un médico ve enfermedades que se agravan por carecer de los recursos mínimos; las personas de los servicios sociales se asombran cuando llegan a ellas gentes con titulaciones y que se ven empujados a la pobreza máxima por el sistema. Todas estas personas ven lo que ocurre realmente en la sociedad y que las estadísticas “oficiales” no nombran e intentan esconder. Lo cuentan en muchas ocasiones y generan opinión para luchar contra esas lacras producto de la dominación capitalista.

Abascal, Casado o Inés Arrimadas son conscientes del poder de estas personas, cuyos aparatos estatales están impregnados de esas luchas sociales y políticas, y nada mejor que ir destruyendo, poco a poco, esos aparatos donde es patente la lucha de clases, la lucha feminista, la lucha por una vida digna y posible. Los aparatos de servicios sociales y culturales del Estado están en la diana de la derecha porque desean quitarlos para desnutrir al propio Estado y que quede tan sólo como mero reproductor de la dominación de clase y la policía. Un Estado que proteja la propiedad mercantil, la única que les importa a los capitalistas (con deuda pública y austeridad para salvar el sistema financiero) y que ejerza de policía contra aquellos que protesten (ley mordaza mediante). No quieren destruir el Estado porque sea como un Minotauro que va tragando y tragando recursos, sino porque saben que en cada médico, cada profesora, cada jueza o cada asistente de servicios sociales hay un agente en potencia de la lucha contra el dominio capitalista. Por tanto, un agente que posibilita mantener la lucha de clases en el propio seno del Estado y, haciendo proyección, en el seno de la propia sociedad.

Privatizar las pensiones, como quiere la Troika, para llenar las arcas sin tanto flujo como desearían desde la fracción dominante; mochilas austríacas para acabar con los servicios de empleo donde se ven realmente las desgracias humanas que produce el capitalismo; pasar la gestión sanitaria o educativa a manos privadas para que los elementos díscolos y, esto tiene su importancia, muy formados no ejerzan acciones encaminadas a la lucha contra el sistema; acabar con las subvenciones sociales para todas aquellas asociaciones, incluida la Cáritas católica, para que no muestren la pobreza y el mal que se está insertando en la propia sociedad; acabar con la lucha de las mujeres, recortando funciones estatales y apoyos tan necesarios como pisos donde esconderse,  porque han demostrado ser un sujeto de transformación importante; y así con todas las ramas administrativas y de gestión que se vinculan a lo social. No es que sean desalmados que desean el mal a sus conciudadanos sino que intentan evitar que esta parte de la lucha de clases, fundamental pues están dentro del Estado y confrontan las contradicciones de la reproducción capitalista, siga activa y pueda unirse a otras luchas de la sociedad. A la clase dominante no le asustan los pensionistas de Bilbao o Santa Cruz de la Zarza que se reúnen cada lunes, les pueden molestar, pero temen a todas las personas y la existencia misma de la Seguridad Social. En ese aparato estatal no sólo hay gestión sino las marcas patentes de una serie de luchas que han llegado a conformarlo.

Casado, Abascal y Arrimadas saben que ahí existe un motivo de lucha en favor de la clase capitalista, de la que son destacados representantes públicos y políticos, lo que no es tan claro es que en buena parte de la izquierda española (y global) se hayan percatado de esta cuestión. Cuando hacen una defensa de lo público, algo necesario todo hay que decirlo, no es posible que lo hagan pensando que no sólo esos servicios son garantes de igualdad, de libertad o justicia social (Emiliano García-Page después de defender los conciertos educativos, un canal de toros y la derivación sanitaria seguro que de esto no tiene ni idea) sino partes de la propia lucha por eso de lo que son garantes. Y no sólo garantes sino parte cualificada de la propia lucha de clases. Dirán que es antigualla por la utilización de unas palabras que quieren que sean antiguas, pero la realidad muestra que los pensadores del capitalismo temen más un análisis de este tipo que otro que hable de los significantes vacíos y esas cosas. Desde un punto de vista completamente materialista, que no excluye nunca los valores de igualdad, libertad y fraternidad, es obvio que la destrucción de ciertos aparatos del Estado no es más que un paso para derrotar a las fuerzas de izquierdas insertas en el Estado. Verán a la derecha pelearse por defender a policías y militares, pero nunca a maestros, médicos y trabajadores sociales, tiene un porqué y hoy algo les hemos explicado.

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