Entre los mitologemas de Occidente hay uno que se ha impregnado en el inconsciente colectivo de parte de las sociedades, el éxito, una vez logrado, debía evitar la prepotencia, la chulería, el pisar a los demás y ejerciendo la auctoritas no el dominio (físico y psíquico) sobre aquellos que se encuentren en el camino o forma de vida. Fundado, en buena parte, sobre los valores del cristianismo, el mitologema nutría a películas, series de televisión o la literatura de mitos. Se podía llegar a ser el mejor, el más inteligente, el que más triunfos lograse pero sin necesidad de cometer abusos, comprar voluntades o engañar de manera ruin. Es decir, evitar la hybris. Todo ello acabó dinamitado con la transformación del sistema desde principios de los años 1970s, lo que no ha impedido que esos mitos aún se guarden como rescoldos en el inconsciente de millones de personas.

El pasado miércoles más de la mitad de España, cuando menos la futbolística, gritó como suyos cuatro goles de un equipo de la pérfida Albión, con el añadido de ser propiedad de mahometanos. Paradoja por producirse en España, pero lógica por ese fermento psíquico tan sólido: se celebraba contra el chulo y prepotente que el mitologema ha venido poniendo el solfa. Enemigos declarados y abusados corrientes hicieron suya la alegría de la derrota de un equipo español en la máxima competición futbolística de Europa: la Champions League. Si en Manchester media ciudad celebraba el pase a la final de los suyos, en España era más de medio país.

Millones de españoles se fueron a la cama con una sonrisa en la boca. La misma sonrisa que mantenían, sin necesidad de explicar el porqué de su alegría de forma oral, el jueves por la mañana en oficinas, centros educativos, instituciones públicas y bares. Una sonrisa que, curiosamente, molestaba a otros millones de ciudadanos, los cuales no llegaban a comprender el porqué de esa sonrisa. Más que otros días, frases como “no vi el partido”, “me he enterado esta mañana del resultado” y similares han sido la tónica general. Un despiste inexplicable para quienes quisieran escuchar que “la 15 está más cerca”, “este equipo tiene su jardín trasero en la Champions” o “papá va a enseñar a mamá quien manda”.

Como enseña el mitologema, el mal no siempre vence y el chulo acaba recibiendo su “recompensa”. A Odiseo le tocó pasarse unos cuantos años errando por el Mediterráneo hasta que recibió su golpe de realidad. Porque la alegría no es producto de la envidia (se puede ser feliz sin ganar constantemente) sino por la prepotencia, la chulería, el control de los aparatos ideológicos (eso que se ha dado en llamar nacionalmadridismo) y un abuso constante del malote: el Real Madrid.

Ese vuelco hacia el nacionalmadridismo de todos los periódicos (salvo los catalanes), por miedo al falso ser superior (ergo podría ser el Anticristo), ha venido provocando lo contrario de lo que se buscaba. En vez de amar y adorar a los falsos ídolos, los españoles han respondido con un asco frente a la idolatría. Cualquier jugador que vista cierta camiseta acaba siendo el mejor del mundo en su puesto (sin necesidad de demostrar algo), el próximo balón de oro (que no deja de ser un premio de una revista) o la futura estrella mundial a la que deben rendirse todos y no hacer ni faltas.

No es que tenga malos jugadores, no. Pese al “milagro” de estirar la forma física de forma impropia para esas edades, han disfrutado de unos grandes jugadores que por su juego y la red mágica de los dioses (especialmente esos que visten de amarillo o diversos colorines) han logrado muchos triunfos. Pero la vida no sólo son los triunfos, también existen los valores, el bien común, la alegría de pertenencia, la ética… Algo que quienes tan solo viven del triunfo no son capaces de asimilar. En muchas ocasiones proyectan en el fútbol sus propios fracasos en otros ámbitos de la vida, en otras no son más que productos de una campaña perpetua de los medios de comunicación para elevar a los altares quien no es más que un ángel caído (otro mito de la hybris).

Y como esa campaña perpetua siempre se hace despreciando y riéndose de los demás, con falsedades de supuesta persecución (los nazis también decían ser perseguidos, cabe recordar), al final provocan que media España celebre la victoria de un equipo extranjero. No tendrán cura de humildad sino que la culpa será del empedrado (Ancelotti en este caso), o de la mala fortuna (con la suerte que llevan teniendo), o del presidente de la UEFA, nunca del Anticristo del fútbol (cabe recordar que tienen como “jugador” a un tipo que les viene costando 300 millones en cinco años). Les han vendido que tienen a los mejores del mundo de tal forma que no cabe en sus mentes que el City les pase por encima como el miércoles pasado. Por eso, no hay nada mejor que seguir gozando con las caras, esas que están en la imagen del comienzo del artículo.

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