Que vivimos en una sociedad distópica parece confirmarse poco a poco. Cualquier estupidez que se le ocurra al primer populista o indocumentado de turno copa portadas y debates en todos los medios de comunicación. Desde la aberración de tirar comida a los pobres de dos mujeres “influencers”, sin que nadie las haya denunciado por vulnerar los derechos humanos, hasta todas las cuestiones sin sentido que utilizan en Vox para copar la agenda política semana tras semana. En esta ocasión asistimos a sesudos análisis sobre el “pin parental” en los que nos cuentan que quieren acabar con la educación pública o incidir sobre la educación en libertad. Y mientras todos están enredados con el dichoso pin, los gobiernos del trifachito que existen por toda España (por suerte no son tantos) socavando la base material a las personas.

En Madrid durante la postguerra en la fuente de Neptuno, hoy más conocida por ser el lugar de celebración de los títulos del Atlético de Madrid, colgaron un cartel donde hacían hablar al dios romano: “Dadme de comer o quitadme el tenedor”. Una referencia al tridente que porta en la mano y la situación de hambruna que la devastación había creado en el país. Los políticos de izquierdas deberían hacer más caso al cartel de Neptuno y olvidarse la guerra cultural que están lanzando desde Vox continuamente. Es decir, “Menos pin y más pan”. La estrategia de los neofascistas es clara, sin tocar para nada la estructura básica del sistema (capitalismo), promueven una guerra cultural a la que entra como novillo aguijoneado toda la izquierda. No falla nadie, desde una ministra hasta el último personaje de la más recóndita asociación. Y ustedes dirán que aquí se ha dicho por activa y por pasiva que la lucha de clases también se propone en la teoría. Cierto, pero olvidan lo importante del término “lucha de clases” no guerra cultural.

La guerra cultural es un arma de sistema porque es capaz de asimilar y de rentabilizar todas esas batallas que no afectan al núcleo duro del sistema. Ni al capitalismo en sí, ni a los aparatos del y en el Estado. La lucha por la igualdad de gays, lesbianas, trans y demás identidades sean raciales o religiosas sirve de entretenimiento a los medios de la clase dominante. A ello súmenle que de esas batallas no sólo obtienen una forma de entretenimiento de las masas sino una rentabilidad económica (viajes gays, camisetas de apoyo, libros de temática X, etc.), mientras las verdaderas batallas, las que consiguen transformar el sistema (o reformarlo para darle un rostro más humano), quedan arrinconadas o vilipendiadas. “¡Cómo vais a hacer una huelga si el país está a punto de desaparecer!” gritan columnistas y doxósofos a los cuatro vientos para criminalizar las luchas materiales en pos de batallas culturales/identitarias. En esto los neofascistas de Vox son expertos más allá de su pensamiento más o menos anacrónico en lo religioso, desvían la mirada porque saben que los medios de comunicación y los dirigentes políticos van a entrar al trapo. Desde el PP, por ejemplo, tienen al portavoz andaluz tragando con el famoso pin y a Díaz Ayuso muy ofendida diciendo que na nai de la China.

Como la izquierda ha ido dejando a un lado esas batallas materiales, esa lucha por el pan como símbolo, y se ha convertido en la campeona de lo cultural, de la lucha por el reconocimiento, se acaba enredando en todas las tretas de los populistas de ultraderecha. Con lo sencillo que hubiese sido decir “¿Han aprobado un pin parental? Pues muy bien, problema suyo” y a la vuelta de dos meses, justo antes del verano, haber cambiado la legislación mediante decreto ley, a lo que se habría sumado el PP por hacerlo con cierta nocturnidad. Por muchos principios que haya en juego, si se deja de darle importancia y se actúa cuando se piensan que han ganado igual la guerra la ganas. Si se entra en esas disquisiciones e intercambios que duran casi una semana, por mucho que no implanten el control, ya habrán ganado la batalla porque a alguien habrán convencido o atraído a sus postulados por el contraataque en avalancha. Así con todas las cuestiones. Dejarles decir e intentar hacer sin darles importancia. Por mucho que en los medios insistan, ignorarlos y esperar a utilizar el BOE cuando menos lo esperen. ¿Qué pasó con la destrucción de España? No se les hizo caso y las personas, por mucho que han ladrado desde los medios de la derecha, han dado más la razón al Gobierno.

En lo que sí tienen que estar desde el Gobierno de coalición es en mejorar las condiciones de vida de las personas sin entrar en disputas culturales. En un ambiente donde todo es ruido lo indicado no es intentar hacer pedagogía sino callar y actuar. El ruido provocado por toda la prensa de derechas (casi toda desde la local hasta la internacional) jamás va a permitir vencer a la izquierda en la guerra cultural. Así lo hicieron Reagan y Thatcher para extender el neoliberalismo, inventar cuestiones culturales mientras segaban las piernas a sindicatos y movimientos de la clase trabajadora, con el añadido del hundimiento del sistema soviético. De ahí pasaron al miedo y la lucha identitaria de las religiones, el cual aprovecharon para cambiar el sistema financiero en su favor y precarizar a toda la población occidental con el emprendimiento como santo y seña. Ahora, con la irrupción de los populismos de corte neofascista o ultras, utilizan los señuelos de las identidades tanto a favor como en contra. A favor de mostrar un sistema político permisivo con la diversidad, pero represor con las luchas materiales (leyes mordaza, porrazos o disparos contra manifestantes…); o contra esa misma diversidad cuando lo que se pretende es acabar con gobiernos de izquierdas, o desviar la atención por cuestiones puramente económicas.

No es fácil aguantar el tipo frente a las chabacanerías y las tretas de este tipo porque, si es que la izquierda tiene superioridad moral como dicen algunos, mostrarse impasible ante artimañas de tal calado es sólo posible si se es una persona curtida. No es sencillo, para alguien que es gay y se considera de izquierdas, aguantar que le señalen como un enfermo contagioso. Deben aprender de los viejos socialistas y comunistas que les dijeron de todo y avanzaron día a día, lucha tras lucha para arrancar a las garras de la clase dominante los derechos de los cuales hoy se disponen. Pero en una sociedad de ofendiditos es más complicado tener la frialdad necesaria para aguantar el tipo y esperar el momento propicio para atacar donde más duele: en lo material. Si la iglesia apoya el pin parental tan sencillo como denunciar el Concordato y fuera la financiación. No al día siguiente sino cuando no lo esperen. Pero sin dejar de pensar que el verdadero enemigo para la izquierda no son los populistas o lo eclesiásticos sino los que conforman la CEOE y la AEB. Al fin y al cabo los que financian esos medios de comunicación que montan las guerras culturales para tapar el hambre y la precariedad de la población. Lo dicho “menos pin y más pan”, “menos batallita cultura y más batalla material”.

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