Seguramente a estas alturas del tiempo pandémico alguno de ustedes tiene un familiar, un allegado o un conocido que está infectado por el coronavirus o que ha fallecido por culpa de él. Habrá lamentado enormemente no poder hacer el recorrido último en esta mundo, haberle puesto las dos monedas para Caronte en los ojos y llorar en compañía la pérdida tan terrible que ese virus les ha arrebatado. La reclusión forzada y voluntaria para impedir que la pandemia se expanda más (aunque a los empresarios parece preocuparles poco pues ellos y ellas son más de beneficios contables que de enfermedades de esas personas a las que explotan y que son un mero instrumento productivo y, por ello, reemplazable) ha impedido el antiquísimo rito social del entierro. Sin duda es lo más terrible para aquellas personas que han perdido a un ser querido. Cuestión bien distinta es el regodeo en la propia muerte, la necrofilia (no la parafilia), el necesitar el duelo para echárselo en cara al adversario. Aunque en el caso de la derecha pareciese más bien el enemigo. Cuestión lingüística que deja bien a las claras la concepción antagonista y de destrucción del otro que tienen en ese extremo derecho del espectro político.

Más de 15.000 fallecidos por culpa del coronavirus no es una cantidad para tomar a broma, ni para que se esconda como mera estadística, sino que conlleva una serie de reflexiones alrededor donde, no hay que ocultarlo, se pueden encontrar culpables de negligencia o de planificación política austericida. En esto casi el 90% de la población estaría de acuerdo salvo que se profese algún tipo de fanatismo político donde lo que hace la dirigencia a la que se apoya todo lo haga bien y es culpa del resto que no se avance o las acciones acaben implementadas de forma correcta. Y fanatismo hay mucho en este tiempo del coronavirus, pero no es el tema a tratar en estos párrafos. Retomando el hilo culpables existen, no al punto de querer meter en la cárcel al Gobierno (al menos no en solitario salvando a los gobiernos autonómicos de distinto pelaje ideológico), y tendrán que rendir cuentas en sede parlamentaria, sedes parlamentarias, mejor dicho, por su capacidad o incapacidad en la gestión de todo esto. Mientras eso ocurre la derecha, da igual política que mediática que económica que social, está interpelando de forma necrófila al Gobierno y a buena parte de los medios de comunicación.

Necesitan muertos, vísceras, ataúdes todos los días, cuerpos en descomposición, datos estadísticos junto a imágenes cadavéricas; necesitan duelo y banderas (de España por supuesto) a media asta para regocijarse en la muerte, disfrutar de la cantidad y del simbolismo de los cadáveres; necesitan la muerte… para sus propósitos políticos. El duelo, como rito, les da lo mismo. Reclaman al presidente del Gobierno que vista de luto, ¿por qué si no es cristiano confeso y por tanto no debe guardar esa negritud de una tradición que no profesa? Hay muchos ritos funerarios y desde la derecha se quiere imponer el de una parte, o una tradición. A ello súmenle la estupidez, que sólo puede ocurrírsele a quien por mucho que aparente cultura se sabe que carece de ella, de proclamar luto oficial tres o cinco días. ¿Qué pasa con los muertos que vengan después de ese luto oficial, no tienen derecho a ese rito, son menos muertos? Lo piden ahora para dañar simbólicamente al Gobierno, no porque realmente les preocupen los muertos en sí. Como sucede con todas esas asociaciones de carroñeros de derechas que se están creando, pese a la reclusión, con el tema de “víctima del coronavirus”. ¿Quién está encerrado en su casa no es víctima? No, sólo lo son los que pueden lanzar muertos contra el Gobierno, si es de izquierdas evidentemente.

En todos estos días, Pablo Casado no ha tenido ni un solo mensaje en términos positivos. Siempre, cada día, en cuanto se sabían los datos oficiales, ha lanzado su mensaje en redes sociales hablando de los muertos del día y de los acumulados. ¿Puede haber mayor necrofilia? ¿Le han visto protestar por los dos trabajadores enterrados en mierda y basura que el Gobierno vasco aún no ha sacado? No, porque esas muertes no son utilizables, no se pueden instrumentalizar. Pero no es una estrategia de la necrofilia del PP o del personaje que se sitúa a la cabeza, es de toda la derecha que siempre ha disfrutado con los muertos, con las catástrofes que se puedan utilizar como instrumento político contra la izquierda. Por eso gustan de hablar de muertos de hambre en Venezuela pero callan cuando se les recuerda que eso pasa también en España a causa de las políticas neoliberales. Tampoco son de mover imágenes de niños y niñas palestinas asesinadas por el ejército invasor israelí. Los del “Team facha” tienen claro de quiénes son siervos. Y la verdad es que tienen muchos amos. Si piensan que esto puede ser exageración verán a continuación mensajes y palabras de unas cuantas personas de derechas reclamando el protagonismo de los muertos, no para honrarles, para canalizar el rito social, sino para adjudicárselos o lanzárselos a Pedro Sánchez.

Por comenzar con un político del PP, nada mejor que Pablo Montesinos, criado a los pechos de Federico Jiménez Losantos, haciendo uso de la necrofilia pepera: “¿Cuántas personas más tienen que morir para Sánchez decrete el luto nacional y cambie el color de su corbata?”. ¡Qué manía con intentar que las personas hagan lo que ellos quieren! Lo curioso es que les sienta mal que se les diga que utilizan a los muertos. Así se quejaba Casado: “El PSOE nos acusa de usar a las víctimas del coronavirus y tirar piedras a los sanitarios. Esa gravísima acusación no podemos tolerarla. Su oferta de pacto es volar los puentes con el partido que le aprueba el estado de alarma. Si no se retractan será su exclusiva responsabilidad”. En este artículo de la semana pasada ya se hablaba de la necrofilia del presidente popular, ya que la misma no es de hoy, ni de ayer, sino de mucho antes, el intento de instrumentalizar los muertos. Pero los políticos han sido suaves si los comparamos con la calaña que anda suelta en la caverna mediática. Antonio Pérez Henares, que ha querido tener su cuota de cariño de derechas al proclamar a los cuatro vientos su salida de cierto programa de televisión y quien hay que recordar que en su tiempo fue director de Mundo Obrero, ha explicado perfectamente el malestar de la derecha por no poder utilizar los muertos contra el Gobierno, pues éste ha implementado una “técnica estalinista de convertir a los fallecidos por COVID-19 en simple estadística”. “Hay que ser hijos de puta para intentar ocultar el luto de los españoles” también ha dicho sin especificar qué significar ocultar el luto, porque precisamente lo que no hay es luto que mostrar por estar recluidos. Si les parece poco aquí el summun de la necrofilia de derechas: “Los muertos no salen en televisión. Salen las estadísticas, pero los ataúdes y los entierros solitarios no. Salen los balcones, pero el dolor de las familias, no”. Necesitan mostrar el sufrimiento para que su táctica de instrumentalización de los muertos resulte. Lo más tremendo en el caso de Pérez Henares es que el inconsciente acaba floreciendo por el enfado visceral y acaba reconociendo que los muertos son de alguien, son utilizables por alguien, no son los muertos de todos sino víctimas de alguien: “Tenemos derecho a saber cuáles son nuestras víctimas y la obligación de rendir homenaje”. Una sucia utilización porque donde hay víctimas suele haber un victimario y éste para la derecha no es otro que el Gobierno, no un virus.

Si no han vomitado con las frases de Pérez Henares igual lo llegan a hacer con los periodistas más fascistas y más procaces de la derecha. En el primer lugar del pódium está, ¿acaso lo dudaban?, Javier Negre, el periodista condenado por coaccionar a una supuesta entrevistadas que trabaja en el panfleto de la necrofilia, El Mundo. Un tipejo que ha sido el mayor “lamebotas” del poder político en España y que ahora se junta a hacer programas con personajes como Cristina Seguí, Macarena Olona o Carlos Cuesta. La reacción fascista y ultracatólica en resumen y verdadero núcleo irradiador del Team Facha. También tiene el muchacho un problema, no con las mentiras pues cada vez que habla ya está profiriéndolas, sino con los muertos. Él los ama, los quiere, pero porque los puede lanzar contra el victimario, Pedro Sánchez: “No solo son los muertos del coronavirus. También son los muertos de la negligente gestión del Gobierno de Pedro Sánchez. No os lo perdonaremos jamás. Por la dignidad de los fallecidos y sus familias. DEP. Que lo vea toda España. No escondáis estas imágenes como quiere el Gobierno”. Para que luego califique a Antonio Maestre de cucaracha. Además recurre al autovictimismo inventándose que el Gobierno de España le quiere meter en la cárcel por decir las burradas que su mente pervertida le incita a decir: “Sería un honor acabar entre rejas por seguir contando lo que el Gobierno no quiere que veas sobre el coronavirus. A sus muertos”. Para no seguir provocándoles vómitos o diarreas mentales será mejor pasar a otros necrófilos.

Aunque parece más moderado en las formas, Ignacio Camacho, tertuliano de televisiones y ABC, también ve necesario que los muertos salgan más, que se vean, ¡que así no hay forma de arrojárselos al Gobierno!, le ha faltado decir. En una columna, donde el titular ya indica a las claras por dónde van sus intenciones, “Muerte opaca” el todólogo de derechas intentando llevar la muerte a lo metafísico, que en su caso no deja de ser una disquisición para ir a lo que le interesa (le ha faltado recurrir a que el ser humano es el único animal que sabe que nace para morir), “las víctimas de la pandemia, además, fallecen en una soledad sin alivio, sin funeral, sin duelo, amontonadas en el anonimato de esos horribles tanatorios clandestinos. Nadie podrá hablar de vuelta a la normalidad sin proporcionarles siquiera un entierro digno”. El párrafo tiene una maldad escondida que es necesario mostrar para que no parezca un bello panegírico de alguien con hondo humanismo. Cualquier ser humano que muere alivio no sentirá, como mucho que se está muriendo. Lo del funeral o el duelo, al muerto, se la trae al pairo porque no lo vive pues está muerto. Eso es una tradición, parte de la cultura de la sociedad dada, por lo que en lo que a la “víctima” se refiere ni lo siente, ni lo padece. Quiere con ello indicar que el tenebroso gobierno impide hasta la última manifestación social de quien fallece. Cierto es, pero tampoco se le ha permitido a las familias de los cientos de miles que hay en cunetas por España y les parece mal a todos estos todólogos. Lo curioso es que parece que Camacho no se ha enterado que a las personas se les está enterrando o incinerando, con lentitud, pero se está haciendo. Esos “tanatorios clandestinos” no son para permanecer largas temporadas sino transitorias. Su maldad es enorme al insinuar que se lo deja ahí tirados por tiempo indefinido. Claro que más estúpido, aunque utilizado como mecanismo de culpación al Gobierno es eso de pedir un entierro digno. ¿Habrá que exhumar a los ya enterrados para goce de la derecha? ¿Qué se hace con los incinerados para volver a incinerarles? Si se leyesen verían que aportan argumentos vacuos y estólidos. La fatuidad es enorme cuando intentan cuadrar muertos y culpas. “Alguien parece haber decidido que la tragedia no debe enturbiar la tranquilidad del confinamiento” remata el artículo Camacho. Traducido en intenciones, quiere decir que es el Gobierno el que impide que haya muertos a todas horas, en todo momento, porque así no se les puede culpar de esas muertes (aunque lo hagan siempre). Claro, como él sale a tertulias y no está recluido, parece que eso de manejar lo psicológico con miles de muertos a todas horas en los medios no lo han valorados. Una cifra de 15 o 16 mil muertos es asombrosa ya de por sí como para que los españoles tengan que ver todos y cada uno de los féretros como quieren en la derecha. Con el único ánimo, no de honrarlos, sino de arrojarlos contra el Gobierno. Necrófilos y mezquinos.

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