Tras la convulsión y finalización de la semana trágica del PP, quien más y quien menos –aquellas personas que tienen 35 o más años- ha sentido cierta nostalgia de otros años. No tan pretéritos como para que los posmolelos vengan a hablar del franquismo. Nostalgia de una clase política que, igual de agarrada al cargo, cuando menos tenía principios, ideología e intentaba cumplir con una actuación virtuosa. Hoy en día todo es individualismo, postureo, relato deconstruido desde su origen y mucho totalitarismo detrás de sus pretensiones políticas.

¿Por qué se ataca tanto a los neorrancios –esas personas de izquierdas que se niegan a tragar con la izquierda actual- y se los cataloga de nostálgicos? Porque vienen señalando que, cuando menos, la izquierda ha perdido el interés en el bien común. El bien de todas las personas, aunque en caso de duda se tienda a favorecer a las clases populares (desde la llamada clase media aspiracional hasta la clase trabajadora). Mejor dicho, se buscaba el bien de la comunidad, palabra esta que viene siendo desprestigiada en favor de colectivos post-lo-que-sea o un individualismo antinatural. Una comunidad que tendía a asemejarse a una parte del todo –cuando menos la disputa se situaba en esa simbolización- o a algún mitologema propio (la nación, el pueblo, etcétera).

La cacería contra Casado y otros…

Lo que han hecho con Pablo Casado, con todas esas ratas saltando del barco cuando muchos han llegado al puesto que tienen gracias a su voluntad, no tiene nombre. Como tampoco tienen nombre las cacerías que se han hecho en otros partidos por cuestiones puramente de poder. Porque la pelea podemita no fue por principios sino por el poder orgánico, por mucho que lo intenten disfrazar. Como lo que le hicieron a Cayo Lara y tantos otros comunistas dentro de IU-PCE no fue por ideología. Como lo que ha hecho Pedro Sánchez con las modificaciones de estatutos no es por democracia. En todos los casos hay una pelea descarnada por el poder sin principios o ideología de por medio.

Cierto que Alfonso Guerra laminó lo que pudo en sus tiempos, pero siempre fue mucho más sutil, utilizando los mecanismos democráticos (como la caída de Pepote Rodríguez de la Borbolla). Incluso la pelea renovadores-guerristas además del poder (lucha por mecanismos democráticos) tuvo un fondo entre un socialismo republicano o una socialdemocracia caminando hacia la Tercer Vía. La llegada de José María Aznar a la presidencia del PP supuso agarrarse a un salvavidas, pero también un intento de cambio de rumbo y síntesis de todas las posiciones ideológicas que había en Alianza Popular y le costó lo suyo. Luego siguieron existiendo esas familias ideológicas pero bajo un marco consensual.

Ese marco consensual ya no existe en casi ningún partido. En el PSOE fue destruido por José Luis Rodríguez Zapatero quien metió todo el discurso postmoderno dentro del partido, a lo que sumó el agonismo más radical del amigo-enemigo que ha impregnado buena parte de las estructuras del partido. No se puede comprender el exceso en la lucha Chacón-Rubalcaba, Sánchez-Madina (Pérez Tapias no cuenta en esto) o Sánchez-Díaz, sin ese veneno que insertó junto a Esperanza Aguirre en la esfera de lo político. Ese veneno agonal persiste en todas las formaciones políticas. Se lucha a muerte dentro y fuera del partido. No hay adversarios sino enemigos. Sólo así se pueden entender los discursos de desprecio absoluto que se escuchan de unos y otros.

La estructura favorece la desconexión

No sólo es que la política haya abandonado el espectáculo para convertirse en política de plataformas y por ende de postureo, es que las personas que están implicadas se sienten cómodas porque no necesitan demostrar capacidad, ni valores, ni virtudes. Yolanda Díaz con sus cosas chulísimas es buena muestra de esa no necesidad de explicar, de recurrir a un discurso (por ende racional, comprensible, firme), de justificar las acciones propias y su vínculo con el discurso. La acción deja de estar conectada al discurso (teoría y praxis sin vinculación), se puede plantear un discurso que nada tenga que ver con la acción y no pasa nada. Se ofrecen líneas rojas y se acaba liberando presos de ETA. Se dice en público que Vox es ultraderecha pero se encaman en la oscuridad de la trastienda.

¿Qué queda para movilizar a los individuos? El odio al otro. Un odio que es gratis si se realiza en redes sociales, pero que acaba llegando a la vida real. Apalear a alguien por llevar unos tirantes con la bandera de España es tan asqueroso como apalear a un homosexual. Cuando sucede algo así la posición de la clase política se balancea según se considere de los míos o de los otros. No hace tanto se consideraría de los nuestros siempre cualquier tipo de agresión irracional. Si hay, en la actualidad más radicalismo, es porque la estructura que tanto gusta a la clase política es perfecta para eso. La ética es relativa, la moral no existe y el principio de contradicción yace en el baúl de los recuerdos.

Esto pasaba antes pero había respuesta

Afirmar algo como “Esto no pasaba antes” no sería acercarse a la verdad –por cierto, otro concepto en completo desuso-, porque pasaban cosas similares. Lo que genera nostalgia es la respuesta a las acciones similares. Si un político, porque se está hablando del marco político, aparecía como un perfecto ser de poder despiadado, no tenía una carrera muy larga. Claro que había deseos de poder y luchas por él, Carl Schmitt ya advirtió de ello, pero siguiendo a Maquiavelo había que encajar discurso y praxis. Si un dirigente comunista hablaba de lucha de clases y luego se compraba un chalet en Somosaguas duraba dos días. Hoy no pasa nada.

Incluso aquellos que se catalogaban de católicos tenían la suficiente vergüenza torera si les pillaban en un renuncio respecto a su fe. Ahora hay un gran postureo respecto al catolicismo (el que Juan Manuel de Prada cataloga de pompier), sólo hay que ver a Isabel Díaz Ayuso haciendo ver su reborn católico pero actuando como una libertaria individualista. El personalismo no es lo mismo que el individualismo, ni la Iglesia es sólo lo institucional. Hoy declararse católico y de izquierdas es casi un anatema, normal que la HOAC o las Hermandades del Trabajo estén como están, cuando tiempo ha formaron cuadros para los partidos políticos de izquierdas.

Normal sentir nostalgia de algo que dependía de las personas. Ahora tener familia y no mascotas es reaccionario. Ahora tener valores y pedir un comportamiento virtuoso es de ser gilipollas. Ahora mentir es gratis y no perjudica al mentiroso –es más hasta tienen legiones de palmeros-. Ahora contratar con un familiar es negocio cuando antes era un comportamiento poco ético y provocaba dimisiones. Ahora hablar de comunidades, de solidaridad intergeneracional, de fraternidad es algo neorrancio. Y si se es patriota se pasa casi al nazismo. Que Hasel Paris o Víctor Lenore tengan que escribir en medios liberales, es parte de esa visión agonal. Cuando antes eran compañeros de lucha… Normal que se sienta nostalgia.

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