Considerado como un héroe propio por los catalanes, de doble heroicidad, don José María de Urquinaona y Bidot fue obispo de Barcelona y antes, en igual relevancia, de Canarias. Sin embargo, ell mossen fue a nacer en Càdiz el 31 de marzo de 1813, casi recién liberada la patria de la invasión gabacha. De carrera, como se dice en la actualidad meteórica, monseñor Urquinaona fue nombrado obispo de Canarias para serlo después Barcelona en 1868 y hasta 1878, como antes quedó dicho. Y es en esta última plaza donde el cura gaditano  alcanza el cenit de su gloria entre los mortales.

Consiguió, nada más ni nada menos que León XIII en el curso del Conclilio Vaticano I coronara a la Virgen de Montserrat lo que le valió el primer laureado heroico.

Pero nuestro monseñor gaditano-catalán era hombre de ambiciones terrenales y logró ser designado senador en Madrid en representación de la Provincia Eclesiástica de Barcelona. En la capital del Reino se significó por defender con entusiasmo y hasta contumacia, la supremacía y la protección de la industria catalana. (¿Frente a quién?)

Ya tenemos la fórmula mágica que tantos buenos resultados ha ofrecido a Catalunya y, también, a España: un cura defendiendo los intereses de los industriales frente a los derechos de los trabajadores. Pero en este caso con más sustancia: un cura andaluz.

Un AVE abanderado

Son las ocho de la mañana en la estación del AVE de Atocha en Madrid momento en el tren inicia su viaje a Barcelona, sin paradas. Para ser un domingo de octubre y no el Puente de la Pilarica, el convoy lo formaban 19 vagones e va repleto. Sobre todo de personas con banderas de España. Los había típicos pijos madrileños, visten, hablan y se peinan igual, y otra gente, digamos que “normal”. El ambiente se caldea llegando a la Ciudad Condal cuando desde un dispositivo se oye el “Viva España” que corea con entusiasmo el pasaje.

Llegamos la estación de Sants y frente a los “salientes” ocho furgones de la Policía Nacional. Parte de los recién llegados se dirigen a los policías nacionales con ánimo de fundirse en un abrazo fraternal, lo que los funcionarios con educación y amabilidad rechazan. A unos cincuenta metros, los furgones de los mossos, una distancia que parece sideral.

Y al Metro pues, estación de Sants, rumbo a Plaza de Espanya y allí cambiar hacia la plaza de Urquinaona (la de nuestro héroe), lugar de la convocatoria. En la estación de Universitat, a dos de la plaza de la concentración, nos invitan a abandonar los vagones. De ahí no pasan. Así que a pie, lo que ha favorecido la extensión de la concentración-manifestación. En los vagones, atestados, se canta el nombrado “Viva España” y se lanzan gritos que demandan la prisión para Puigdemont, algo relacionado con la inacción de los mossos y que “España unida jamás será vencida”.

Esta es una zona de grandes-medianas avenidas por lo que las rieras de gente con la bicolor parece que se multiplican. El ambiente es festivo, y los concurrentes se saludan entre sí, parece que hubieran logrado algo. Un ambiente similar a los días en los que la selección española juega un partido definitivo contra otro país yademás sea la final.

Pero la cuestión es que España no juega, no debería jugar así, contra Catalunya, porque esto no es un enfrentamiento ni siquiera deportivo. De lo que se trata es de jugar juntos, no contra. Pero este no parece ser el ambiente. Y ese es el error, de unos, los locales antes, y de los visitantes ahora que todos han despreciado el seny, el sentido común que la marcha de hoy en Barcelona, convocada por la Societat  Civil Catalana, reclama. Nunca es tarde…

Las emociones son malas compañas cuando lo que se dirime es algo de la mayor seriedad y gravedad. Pero la emociones corren a la par que la libertad y cada cual es libre para equivocarse cuando y como quiera.

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