El enorme conglomerado mundial del libro, Penguin Random House, amenaza con un nuevo libro de Arturo Pérez Reverte. Ya queda asegurado en ciertos magacines literarios el libro del año o del mes, o del día que en algunos por no dejar de ingresar tienen libros del año en cuanto la bolsa suena. Las librerías se llenarán de miles de ejemplares de El italiano que devorarán los fanáticos revertianos, esos que le llaman Don Arturo, tras una buena cantidad gastada de publicidad. Legítimo gasto pues en ciertos grupos empresariales no importa la calidad literaria sino la producción de productos de consumo fácil. ¿Es consumo fácil lo de Pérez Reverte? No, es la escritura circular, ora toca novela de héroes, ora toca novela de intriga y antihéroes.

Sí, porque el autor cartagenero lleva escribiendo los mismos dos libros desde hace más de tres décadas. Él que se vanagloria de su cultura, resulta que lleva endosando al público los mismos libros cambiando el ambiente y/o el tipo de protagonista. Lo cual tiene mérito, no crean. Pero Agatha Christie hizo lo mismo con Hercule Poirot o Miss Marple sin darse tanta importancia y sin elevarse a los pontificios altares de la literatura para señalar mangurrianes o impostores. Las influencias de Pérez Reverte son patentes, conocidas y se dejan caer por todas sus novelas: Homero, Virgilio, los toques de los ensayos Montaigne, Tintín, Robert Louis Stevenson y el Alejandro Dumas de los Tres mosqueteros, al de El conde de Montecristo no ha llegado en ninguna de sus obras, ni ha sido capaz de expresar ese espíritu de época, ni esa profundidad de los personajes. Porque hablando de personajes, los del autor español no suelen ser de profundidad psicológica, sino más bien arquetipos universales.

Siempre hay un héroe, o antihéroe que al fin es lo mismo, que cumple la palabra dada, el más valiente entre todos o que es el mejor de los camaradas aunque sea un tipo vil y miserable en realidad. Por este tipo de arquetipo utilizado le han tachado de tradicionalista y no, tradicionalistas son G. K. Chesterton o Juan Manuel de Prada, Pérez Reverte es un individualista, es el compañero perfecto de la mili pero el peor vecino que puede tocarle a uno. Y en toda novela recurre a esa eterna lucha entre el bien y el mal para lo que hay que recurrir al falso maquiavelismo (también Maquiavelo sufrió su leyenda negra) del fin justifica todos los medios. Y cuando se ha separado de esos guiones estilísticos la ha cagado (el insufrible El asedio está entre las pesadillas literarias de muchas personas).

En Pérez Reverte toda historia es mitologema, por lo que sólo lo épico, lo que interesa al mito es lo real o lo aprehensible. Así lo ha hecho en sus “novelas históricas”. Un ejemplo de esta misma semana. En su columna Patente de corso (ya saben patente para piratear en nombre de otro y quedándose un cantidad estipulada), dentro de una serie que titula Una historia de Europa, en este su capítulo XI nos narra las guerras médicas, la primera y la segunda, la de la batalla de Maratón, y la de las batallas de las Termópilas (y saben 300 y demás) y la de la batalla de Salamina. Pasa por alto la tercera guerra afirmando que les dieron una paliza en Platea y tal y tal. En realidad la tercera terminó con un armisticio y un acuerdo de no agresión, pero esto es menos épico. Luego con dos cojones, escribe: “Así, sobre las cenizas del derrotado ejército persa quedó definida la primera gran frontera geopolítica, tal vez aún simbólica pero significativa, entre el mundo de Oriente y el de Occidente. Entre sumisión al poder absoluto y libertad individual del ser humano (asunto actual, que supongo les suena a ustedes)”. La parte en negrita es mito. Si los griegos no hubiesen mandado a tomar vientos a Temístocles (que se pasó al enemigo persa), ni libertad, ni leches hubiese habido en la Hélade. No es tanto la victoria contra los persas lo que determina la libertad sino la pelea interna entre los griegos (que se definió en la guerra Peloponeso) y gracias a la cual Pericles puede asegurar en Atenas la democracia y la libertad. Una libertad que no es individual (ya se sabe que las mujeres no contaban y el sistema productivo se basaba en la esclavitud), sino derivada de la condición de ser ciudadano. Se era libre en tanto en cuanto miembro de una comunidad.

El articulista

Casos como éste donde se pontifica sobre la historia basándose en los mitos los hay en los libros y artículos de Pérez Reverte. Y si literariamente es perfectamente plausible su utilización, no deja de ser ficción –esto ha declarado cuando se le han afeado errores geográficos o históricos de sus libros-, cuando se pone en plan articulista y se disfraza de tribuno de la plebe la situación cambia. Hay que agradecerle al autor cartagenero que no se calle ni debajo del agua y que sea tan claro siempre, salvo cuando habla de los camaradas (algunos de los cuales comparten empresa literaria, pero sólo es casualidad), lo que no es de agradecer es que quiera tener la razón y la sabiduría como si la hubiese recibido del espíritu santo o algo parecido. Ser académico de la RAE parece que inviste de auctoritas para hablar de cualquier cosa y pontificar, que no opinar, sobre esto o aquello. Lo mismo ocurre al ser escritor superventas. Y se explica el señor aduciendo que ha leído muchos libros. Pues muy bien. Se pueden leer muchos libros pero no los adecuados para una materia u otra. Vamos que se puede leer mucho y mal (no es lo mismo conocer la historia de la leyenda negra por María Elvira Roca que por Leslie Bethel). Leer muchos libros así, en general, no otorga sapiencia, cultura posiblemente.

De hecho es capaz, él con sus muchos libros leídos de espadachines, viajes e historias, dar lecciones de ciencia política y sociología a doctores en la materia. Puede determinar la historia de España (que no se duda que ha leído algunos volúmenes) por encima de historiadores. Incluso puede determinar, como se ha visto antes, el sentido de la libertad antes que cualquier historiador de las ideas. Vender muchos libros y sentarse en la RAE (donde cabe recordar que se sientan Juanli Cebrián y Luismari Anson) parece que confiere el don de la sabiduría. Y el don de la posibilidad de pontificar sobre los cánones literarios… de los demás. Cual cardenal Richelieu (por seguir con Dumas) establece quiénes escriben primorosamente y quienes son unos zangolotinos. Curiosamente entre los que escriben bien y saben mucho de política están sus amigos (la mayoría de un mismo grupo editorial) y con ellos todo halago es poco. (Miren aquí las alabanzas que dedicó a De Prada al publicar su novela Las máscaras del héroe ¿Le engatusaría por lo del héroe?).

Tampoco en el terreno político tiene mérito decir lo que dice. Con Pedro Sánchez y Pablo Casado como principales jefes de los partidos no tiene mérito calificarles de chisgarabises, ni adocenados, ni esos insultos que suele utilizar en cuanto puede. Porque cuidado que insulta el hombre. Como pueden comprender está en su pleno derecho de expresarse libremente (con Franco, pese a lo que ha dicho, expresarse libremente podía costar cárcel y una mano de hostias, eso sí, se podía ser más cipotudo) y de enfrentarse al lenguaje de diferenciación sexual o de género (dentro del género caben les postmodernes), pero si le dicen que no está en lo cierto, que está equivocado, que lo que ha dicho ya lo habían dicho muchos otros antes, lo suyo es establecer diálogo y no mandar a la gente a tomar por culo. Esto último es lo que encabrona a muchas personas. Pero a él eso le da lo mismo porque factura bien a fin de mes, puede echarse unas navegaciones en su barco y  al final vive del escándalo y la disputa. Saca beneficio de ese mal carácter, de esa misantropía (que debió aprender como reportero de guerra), de ese porculerismo.

No es un tradicionalista porque lo común no parece gustarle. Salvo lo patriótico en tanto en cuanto épico. Tradicionalista y, por tanto, antiliberal es De Prada. Pérez Reverte es un postmoderno que odia cualquier planteamiento doctrinal pero es favorable a la camaradería de lo militar, algunas costumbres, la palabra dada y poco más. En todo lo demás es un hombre de su época, individualista, neoliberal y con pavor a las masas, a las que ve como incultas y aborregadas. No cree en una aristocracia natural pero sí en una aristocracia de los sabios (al estilo platónico) y él es quien determina quién es o no es un sabio. En alguna ocasión según se apoye o no sus proyectos, como le sucedió en su disputa con el académico Francisco Rico (para una vez que no hizo caja). También es cierto que escribir bajo el cobijo de ABC le hace ser odioso para gentes de izquierdas, pero es donde le han hecho buena oferta y toda su obra se ha publicado bajo cobijo del grupo Prisa (lo que le aseguró protección de los babelios). Este jugar con dios y con el diablo es lo que genera que se lea un artículo de un día y se esté de acuerdo, y al otro día le manden a tomar por culo.

No es hombre de derechas, ni de izquierdas, es hombre de sí mismo (que ya es algo más que otros) y de su circunstancia, cualquiera que se esta última. Vende mucho y eso tiene el mérito que tiene. La calidad literaria y las ventas (algo que le jode mucho que se diga) hay veces que van unidas y otras no. Conoce su oficio y reproduciendo los dos libros de su vida tiene para vivir muy bien. ¡Ole sus cojones! Lo que molesta es esa pontificación y esa prepotencia. Es más si quieren ver lo que es Pérez Reverte, lean este artículo “Ganar al fútbol es de fascistas” donde, el fútbol es conocido que le importa una mierda porque el pasea entre los dioses, glosa su propio ser. Como verán en unas cosas se estará de acuerdo, en otras no y en las demás se pensará que sí pero no por los mismos argumentos. Tiene el mérito de hablar de cosas que otros callan, pero el demérito de no saber callarse cuando toca. Al fin y al cabo, como le pasa a muchos, está viendo desaparecer su mundo consumido entre gilipolleces.

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