Cada vez más se acerca el ocaso de los todopoderosos partidos políticos del pasado. Seguirán existiendo estructuras partidistas, según el sistema político, pero ya no serán las poderosas estructuras que permitían la sosegada circulación de las élites (esa oligarquización de la que hablara Robert Michels) y el debate interno sobre la realidad circundante y qué hacer según los principios ideológicos. En una especie de eterno retorno se pasó, según su organización, de los partidos de notables o clubes a los partidos de cuadros, de éstos a los partidos de masas, luego a los partidos mixtos (cuadros y alguna parte de las masas) cartelizados, para llegar a algo así como clubes electorales establecidos como plataformas. No interesa para el análisis si son más o menos ideologizados porque casi todos son partidos atrápalo todo (o catch-all que se dice en términos más científicos y anglo). Un retorno a lo primigenio pero con todo el aparataje actual.

No es casualidad que una parte del capitalismo actual sea catalogado como capitalismo de plataformas (ahí tienen Amazon, Netflix, etc.) y que se vengan desarrollando las plataformas en el marco político. ¿Qué es una plataforma política? Una semi-estructura donde un candidato, con un pequeño grupo de apoyo, construye una plataforma electoral sin necesidad de pertenencia a un partido político, en unas ocasiones, o transformando un partido político. Es mucho más sencillo que la plataforma aparezca en los modelos presidencialistas que en los parlamentarios, pero no es imposible como se verá. Casos como los de Emmanuel Macron que alcanzó la presidencia de la república francesa sin partido detrás, sino un movimiento o plataforma, o como Donald Trump que sí estaba ligado al partido Republicano pero en realidad era una plataforma personal que surge de dentro de un partido.

Sólo mediante una política de plataformas es posible comprender que Éric Zemmour obtenga ya un 18% de los apoyos en las encuestas electorales francesas, con un discurso que deja a Vox como centro-derecha (para que se hagan una idea), mientras Anne Hidalgo siendo candidata del partido socialista no pase del 4% de los apoyos. Macron se sitúa casi en el treinta por ciento con su movimiento En Marché. Giorgia Meloni es un caso parecido en Italia con su Fratelli d’Italia y Podemos lo fue en sus inicios. Más un movimiento o plataforma electoral que un partido político en sí es lo que viene surgiendo en diversos lugares del mundo. En unos casos como una plataforma electoral personal, otros con apariencia de partido o club político (ahí tienen el supuesto Frente Amplio de Yolanda Díaz). Curioso que en la ponencia y los discursos del PSOE y Pedro Sánchez se señale que éste es un movimiento que trasciende las siglas.

Características de las plataformas electorales

Lo que permiten las plataformas electorales es o bien dedicarse a un tema o pocos temas (como la inmigración, la pérdida de identidad nacional, etc.), o bien adaptarse a todos los temas que surjan sin prestar atención a principios o tradición histórica, con la simulación de situarse en algún punto del eje político (bien sea izquierda-derecha, bien sea centro-periferia). Por ello es normal ver cómo unos y otros candidatos afirman ser pro-LGTB, pro-feministas, pro-catolicismo, pro-europeísmo, anti-europeístas, sin encontrar principio de contradicción alguno. Se puede luchar en favor de la emancipación del ser humano mientras se apoya el sistema capitalista que le esclaviza. O se puede luchar en favor del progreso industrial de la patria mientras se defiende el libre mercado globalizado. Todo cabe en una plataforma política porque, al fin y al cabo, no hay nadie por debajo para rendir cuentas internas. Es la comunión perfecta entre “líder” y las masas.

Cuando la plataforma se constituye dentro de un partido político clásico se tiende a la digitalización de la vida interna; las sedes pasan a ser un lugar de reunión de los cuadros solamente y para los días de elecciones; se inocula el virus del dogmatismo; todo se plantea alrededor del jefe máximo y todo depende de su deseo cuasi-personal. El militante deja de existir para ser transformado en un mero activista que debe repetir las consignas que le envían al whatsapp o al telegram, mover hagstags, señalar al enemigo (que no adversario), callar al discrepante (si lo hubiese) y conseguir que si plataforma electoral consiga cuantos más me gustas posibles. La pelea no es sobre la verdad, sobre la posibilidad de una transformación, la mejor política a ejecutar sino sobre quien tiene más me gustas, más apoyos y sus mensajes son más movidos en las redes sociales. Todo lo que surge de la persona al frente de la plataforma electoral es como las tablas de los mandamientos, cuestión de fe y herejía. Y al hereje se le quema, deja de ser persona para pasar a ser un no-ser, un homo sacer al que cualquiera puede matar públicamente. La plataforma, es decir, el “líder” lo es todo, el resto es el enemigo.

Desencantamiento de la política

Normal que se hable de desencantamiento con la política. La ausencia de valores o principios que defender con suficiencia, sin renunciar a los mismos (por mínimos que sean) y apostar por productos que se ofrecen en el mercado político conllevan la pérdida de apoyo, no al sistema en sí sino a los actores del espectáculo de las plataformas. Antes a los partidos se les valoraba por la cantidad de personas que destacaban y transmitían autoridad, siempre con el jefe de filas en primer lugar; se valoraba la discusión sobre los principios, el cambio mediante el habla compartida; se valoraba el no mentir (hoy gente como Pablo Casado puede hacerlo todos los días sin que pase nada) aunque no se dijese toda la verdad; se valoraba a un medio de comunicación por su veracidad, no por si está con la posición de mi plataforma o no… Cierto que las sociedades avanzan pero nadie ha dicho que a mejor, por ello el desencanto.

Se ha pasado de los pega-carteles a los activistas en redes, pero fuera de las redes quedan muchas personas, más de las que se piensa. Y todas esas personas se van separando de la política en la misma medida en que la política se va separando de ellas. Activismo y separación que se vislumbra en los propios medios de comunicación que ya no buscan contar algo cercano a la realidad sino contar lo que les produzca más visitas y lo que caiga mejor a quien maneja la publicidad institucional. Se ha derribado a dios para poner a diosecillos como elementos de culto, los cuales durarán lo que dura el fogonazo de un meme en las redes sociales. Ya nadie recuerda a Albert Rivera, ni falta que hace, y mañana nadie recordará al actual de turno. La política de plataformas es como el titán Cronos devorando a sus hijos, salvo que no hay un Zeus. Los que hoy son adorados, mañana serán olvidados porque no se desea que exista memoria. Ni memoria, ni pasión política, esa que genera comunidad; que genera compartir principios, ideología, creencias; no debe haber más unión que la entrega total al jefe de la plataforma, sea política o mediática. Y cada vez menos personas hacen suyo el salmo 23 para caminar por el valle de la muerte sin temor, porque allí ya no hay nadie, ni báculo que proteja.

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