Se acabó la campaña electoral en Andalucía. La suerte está echada. No parece que haya demasiado margen para la sorpresa; las encuestas dan como ganador al PSOE de Susana Díaz, mientras que todo queda abierto e igualado para la segunda plaza. Pese a la victoria casi segura, los socialistas probablemente no conseguirán la mayoría suficiente para gobernar en solitario, y Teresa Rodríguez, la candidata de Adelante Andalucía, no parece muy dispuesta a pactar con su archienemiga Díaz. Es ahí donde se abre un resquicio, una puerta para las derechas.

En principio, y a falta de que hablen las urnas, solo un pacto entre PP y Ciudadanos, quizá con el apoyo de Vox –el partido ultra de Santiago Abascal a quien los sondeos dan entre dos y tres escaños–, podría terminar con el susanismo y con uno de los dos candidatos de la derecha en el poder regional.  De ahí que ambos líderes, Juanma Moreno Bonilla por el PP y Juan Marín por C’s, hayan planteado la campaña no tanto como una ofensiva contra Susana Díaz, que parece segura vencedora, sino como una competición entre ellos dos para tratar de aglutinar el mayor voto posible de la derecha. Es tal la encarnizada batalla entre Bonilla y Marín que en las últimas horas ambos candidatos se han mostrado dispuestos a presentarse a una hipotética investidura (aún sin haber ganado las elecciones) para pedir el apoyo de la cámara autonómica y derribar a Díaz.

En este envite es el Partido Popular quien tiene más que perder. El PP tiembla ante la posibilidad de que C’s pueda arrebatarle esa privilegiada segunda plaza que en los últimos años ha ostentado como principal partido de la oposición. En el caso de que la formación de Albert Rivera se alce como segunda lista más votada, por detrás del PSOE, el PP no solo cosecharía la mayor derrota de su historia en esta comunidad autónoma sino que lo condenaría a una posición intrascendente en el mapa político local.

Ese escenario −que el Partido Popular termine sufriendo el sorpaso de Ciudadanos−, horroriza a Pablo Casado, que se ha tomado muy en serio, casi como una cuestión personal, estas elecciones andaluzas. El presidente popular le ha dado a estas autonómicas la importancia que tienen como posible ensayo para las generales y como una forma de tomarle el pulso al volátil electorado de derechas, que en la carta ya no tiene un solo menú para elegir, sino tres.

La competencia que le ha surgido con C’s, y también con Vox, amenaza no solo la supervivencia del PP en Andalucía, sino su futuro como aspirante al Gobierno de la nación. Es por ello que los populares se juegan mucho como partido este 2D, aunque quien más se juega es el propio Casado. Tras las primarias, su estrategia política sigue siendo muy cuestionada por un cierto sector de Génova 13, que aún duda de su capacidad de liderazgo y de que sea el hombre apropiado para sacar al PP de la grave crisis en la que se encuentra tras los numerosos casos de corrupción que asolan al partido y la moción de censura que lo desbancó del poder. Quizá por esa tensión, por ese cara y cruz al que se enfrenta, a Pablo Casado se le ha visto más sobreactuado, más nervioso y más duro de lo habitual. Y eso le pasa porque, indudablemente, cuando mira por el espejo retrovisor ve el coche naranja tuneado de Rivera comiéndole el terreno y a lo lejos otra máquina verdosa con la matrícula de Vox que parece propulsada por un gas que el PP está perdiendo.

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