El Partido Popular de Málaga se ha hecho el harakiri. Quizá no pensaron que cuando decidieron el apoyo, con todas sus consecuencias, a Soraya Sáenz de Santamaría, un proyecto muy legítimo y menos fachorro que el que encarna la figura de Pablito Casado, el tío al que presuntamente le regalan los títulos sin ir a clase y que mantiene que “somos el partido de la España que madruga”, estaban asumiendo el riego de verse abocados a la forma japonesa de quitarse del medio por razones de honor, sacándose todas las tripas fuera.

Un cálculo erróneo de Elías Bendodo que ahora deberá tratar de coser con el hilo que le preste Casado y que complicará aún más el ciclo de declive en el que ya habían entrado también los populares malagueños, como casi en todo el territorio del Estado, salvo algunas claras excepciones.

La cuestión peliaguda está en que además del harakiri, la actual dirección del PP malagueño, situada en un ideario bastante menos derechista que el enunciado por Pablo Casado, tendrá que lidiar con los que se han convertido ahora en los pesos pesados de su formación en Málaga, casi todos con tufillo democristiano, como Esperanza Oña o Francisco de la Torre, además de personajes que desde hace ya mucho tiempo se la tenían jurada a los chicos de Bendodo, como es el caso del senador Joaquín Ramírez, viejo lobo de mar que se mueve muy bien por las alturas.

A la espera todavía de que el flamante presidente Pablo Casado muestre sus cartas y anuncie la configuración de su equipo, que se presume mastodóntico, por aquello de tratar de contentar a todos los dispares apoyos que ha obtenido, cada cual de su padre y de su madre,  en la malagueña Avenida de Andalucía, donde se enclava la sede de la dirección provincial, deben tener el alma en vilo.

La apertura del melón sucesorio de Mariano Rajoy pilló a todos desprevenidos e inmersos ya en el siempre complicado proceso de elaborar las listas electorales, no solo para las municipales del año próximo, sino también  para las más que probables autonómicas andaluzas en el próximo otoño.

El tener las tripas fuera, por culpa del puñetero harakiri, no ayudará, para nada a enfrentarse a la que parece evidente bajada de la ola popular, que tantos frutos dio a Bendodo y sus muchachos, cuando estaban en lo alto de la cresta.

Aunque para remontar sigan contando con la astucia y las artes del ya no tan niño Javier Arenas y del indudable empuje de la corcho Celia Villalobos, siempre dispuesta a dar la vuelta a un calcetín.

Artículo publicado en Confidencial Andaluz

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