Es evidente que existe una clara división en la izquierda española. Una parte es más partidaria del gradualismo y el cambio jurídico para atenazar al capitalismo, una socialdemocracia doliente y sufridora que sigue sin encontrar el camino, ni el sitio en una sociedad que se transforma día a día. Otra parte, abandonado el comunismo en sí, que postula la transformación del sistema pero que aún no ha encontrado ese discurso emancipador que aglutine a una gran parte de la población, la cual se visualiza en Podemos, IU, movimientos sociales, mareas diversas y enfados múltiples. Ambas se encuentran en una disputa por las cosas electorales, por ocupar media columna más en lo mediático, nutriendo el espectáculo de la política.

Se odian porque se aman en secreto. A cada una le gustaría ser un poco como la otra, pero al final no se encuentran. Ambas con dos dirigentes que, en buena medida, pecan de narcisismo, de ser los machos alfas de las respectivas manadas. Un Pedro Sánchez que principalmente se preocupa por Pedro Sánchez. O un Pablo Iglesias que está mustio y triste por no haber conseguido el sorpasso y ya no se junta realmente con la gente (Pablo después de una charla como la de La Morada del miércoles 27 de febrero hay que relacionarse un poco más y no esconderse entre bastidores. Dicho esto desde el cariño). Están a ver quien la tiene más larga… la izquierda. Mientras tanto la derecha, da igual azul o naranja, campa a sus anchas por la política española reduciendo las libertades, acosando a los trabajadores, burlándose de las mujeres, riéndose de los jubilados que valerosamente les están plantado cara. Todo ello apoyado por unos medios de comunicación que hacen su buen trabajo de desinformación. Sólo hay que recordar cómo Susanna Griso le decía a una jubilada que había peligro para su pensión si ganaba Podemos, que pasaría lo mismo que en Grecia.

Es complicado que se entiendan las dos partes de la izquierda cuando sólo están pensando cada una en sacar más votos que la otra. Pero hay muchas cuestiones que deberían hacer pensar a las cúpulas de ambos partidos que ese es un mal camino. Que hace falta una unidad de acción, al menos, en cuestiones fundamentales como podrían ser los derechos sociales del pueblo o la defensa de una verdadera democracia. En la campaña catalana clamaba al cielo que ambas formaciones partieran de unos presupuestos similares. Ambas abogaban por el diálogo, por evitar aumentar la fractura social que se estaba produciendo por intereses de la clase dominante, da igual secesionista o unionista. Ambas luchaban por lo mismo pero separadas, enfrentadas. ¡Qué buen tándem habría sido el Iceta-Domènech! Pero agua pasada no mueve molino.

Sin embargo, hay algo acuciante que necesita de una concentración de las fuerzas, algo que afecta a la vida de todas las personas, a la vida del propio pueblo considerado como tal. La reaparición del fascismo en dos vertientes: la franquista y la populista sistémica. La lucha contra el fascismo que ya no se esconde, que habla sin tapujos y con todas las tribunas abiertas debe ser, cuando menos, la causa de unión, de frente común entre PSOE y Podemos (e IU, aunque sean minoritarios). Conformar un Frente Popular donde quepan todos aquellos y aquellas que luchen por la libertad, por la dignidad, por la vida buena, por los derechos de las personas, por el ser humano en sí y para sí. Decía en 1937 el senador estadounidense Huey Long: “El fascismo llegará a los Estados Unidos disfrazado de patriotismo. Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas. Cuando el fascismo llegue a Estados Unidos lo hará envuelto por la bandera norteamericana”. No sé si en EEUU ha pasado, pero aquí en España, en nuestra patria común, sí que ha llegado (si es que alguna vez se fue).

El fascismo disfrazado de populismo sistémico.

Es evidente, y desde estas páginas lo he denunciado, que el establishment se ha puesto en favor de Ciudadanos con total claridad. Los han aupado hasta donde están con una más que dudosa financiación, los han puesto todos los medios de comunicación a su favor (incluso es difícil ver alguna crítica contundente en esos medios que se sitúan hacia la izquierda como Público o El Diario), los cuidan como cuidaron a Emmanuel Macron en Francia frente a las derivas “patriotas” de Marie Le Pen o Jean-Luc Mélenchon. Aquí han contado con la inestimable ayuda del conflicto catalán, el cual les ha permitido a los señores del dinero, al establishment, ondear, como se temía Long, la bandera de la patria. Pero la patria mala. La patria de banderas con la riqueza para los de siempre. La patria de pulseras con banderas pero niños y niñas hambrientas. Una patria que llega al fondo del inconsciente e inflama los corazones, mientras te están robando la cartera. Un neoliberalismo fascista que utilizando la manipulación, la tergiversación y el discurso del odio, impulsa política diseñadas contra el Estado de bienestar y las instituciones democráticas.

Sólo hay que escuchar las palabras de Carlos Carrizosa en Espejo Público (de nuevo este programa) donde afirmaba sin rubor: “Ya dijimos que Puigdemont no sería President, y lo mismo va a pasar con Jordi Sánchez”. La imposición, pese a no haber conseguido mayoría en el Parlament, de los propios deseos utilizando, si hiciese falta, las instituciones judiciales. Utilizar la Justicia para acabar con el enemigo, como sucedía en el franquismo, por ejemplo. No es extraño que Albert Rivera o Inés Arrimadas, por el bando naranja, o Rafael Hernando o Pablo Casado, por el bando azul, afirmen día tras día que ni Puigdemont, ni Junqueras, ni Sánchez pueden ser nombrados presidentes de la Generalitat porque pesan sobre ellos graves delitos. La presunción de inocencia ¿dónde queda? Como en el fascismo, sólo por el hecho de ser otra cosa son juzgados y condenados desde los púlpitos. Señalados para que las masas lancen su furia desatada contra ellos, mientras tanto, el establishment sigue acumulando riqueza y el pueblo pobreza.

Henry A. Giroux ha expuesto, hace pocas fechas, que “el neoliberalismo creó las condiciones para transformar una democracia liberal en un Estado fascista”. Y en eso andan, especialmente desde las tropas de la derecha naranja. Un fascismo que pretende una democracia orgánica de nuevo cuño. Una España como destino universal pero plegada a los intereses de las corporaciones empresariales, a los deseos del establishment y que quiere modificar hasta las pautas culturales. Sólo hay que recordar que Rivera afirmaba que La Internacional era una canción del radicalismo de izquierdas. Claro que igual él es más de Montañas Nevadas.

Los muertos, la libertad de expresión y la democracia.

Ante la visita y petición del PSOE de que Franco abandone el Valle de los Caídos y la reforma de la Ley de Memoria Histórica, han saltado todos los franquistas que siguen pululando por España. El mayor de ellos, el señor Carlos Herrera, intentando desprestigiar desde las ondas y la tribuna de ABC el deseo de dignidad para los asesinados por el fascismo español del siglo XX. Para Herrera, quien califica a Andrés Perelló de “tipo”, desconociendo su prestigio como jurista y como defensor de los Derechos Humanos, así como su compromiso con la izquierda (estuvo muchos años en el punto de mira del felipismo), lo que pretende el PSOE, y Podemos al lado, es vencer una guerra que perdieron. Lo de la Memoria Histórica es sólo cosa de historiadores y quien ganó, ganó. Eso sí, para que no se acuerden de su madre y cierta vieja profesión, reconoce que es necesario que los muertos de los perdedores tengan un reposo digno. Pero que las cruces para hacer un tributo a los caídos del bando fascista no se tocan.

Le molesta a Herrera que la Memoria Histórica sirva para acabar con el simbolismo del fascismo que mantuvo a España durante 40 años oprimida. Porque quitar una placa, aunque él puede poner en su casa lo que le dé la gana, e incluso postrarse en Sevilla ante la tumba de Queipo de Llano, significa dejar de recordar un atentado contra la democracia, contra los derechos humanos. Como dijo Perelló en el Valle de los Caídos, aunque esto Herrera no lo debió escuchar porque estaría tomando vinos, la memoria debe recoger a todos los asesinados y caídos, de un bando y otro, porque la Guerra Civil fue ignominiosa sin duda, con hermanos matándose entre sí, pero peor fueron los 40 años posteriores de asesinatos y cunetas llenas de cadáveres.

Pero la sorpresa fascista seguiría al descubrirse que el gobierno de M. Rajoy está repatriando con dinero de todos los españoles los cuerpos de los muertos de la División Azul que aún siguen en Rusia. Los muertos de las tropas del fascismo internacional, de aquellos ejércitos a cuya retaguardia se estaba aniquilando a millones de personas en campos de concentración, sí merecen una tumba digna para el actual gobierno. Las cunetas españolas están bien llenas de cadáveres para los señores Rajoy o Hernando, o la señora Cospedal. No hay dinero para dar digna sepultura, en algunos casos hasta cristiana sepultura, a aquellos que fueron masacrados por los padres y abuelos de los actuales dirigentes del PP y de Ciudadanos, pero sí para devolver a España a las tropas fascistas.

Y ¿qué decir del ataque constante a la libertad de expresión? Decía hace poco Mario Vargas Llosa que “la corrección política es enemiga de la libertad”, y tiene muchísima razón. Desde luego Vargas Llosa está actualmente sirviendo de títere simbólico de ese fascismo democrático (aunque sea casi antinómico), pero no es menos cierto que desde el establishment, desde los medios de comunicación, desde las posiciones del buenismo liberal, y desde el gobierno se viene cerrando el margen de acción vocal. Se están intentando tapar las bocas, tapar las voces que claman por un proyecto emancipador lejano a la opresión actual. La revolución hoy es, en muchas ocasiones, dar voz a quien no la tiene. Y en esto deben unirse las izquierdas en España. Deben dejar de lado sus diferencias de criterio. Incluso sus diferencias sobre el programa en sí. Porque hay algo mucho más importante en juego, la voz.

El fascismo actual viene disfrazado de democracia y libertad, pero sólo es democracia para aquellos que lo merecen y libertad para el comercio. Libertad y democracia para aquellas personas que no son sólo una mercancía. Para aquellas personas que no son una cosa. Para aquellas personas que no están alienadas. Libertad y democracia para la clase dominante.  Un fascismo enarbola la bandera de la patria para subyugar al pueblo. Frente a esto, hoy más que nunca, es necesaria la unión de PSOE y Podemos. Algo que parece utópico pedir dadas las circunstancias, pero que es crucial ante los hechos que se vienen viviendo en España, en Europa y a nivel Internacional. El fascismo ha vuelto y ahora se llama democracia.

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