Europa está en decadencia. Se quiera o no, vive de un pasado glorioso como cuna de la civilización occidental, pero ya no da para más. Una decadencia que puede no ser evidente, pero cuya latencia resuena como lo harían los golpes de una persona enterrada viva. Europa es un no-lugar desde hace tiempo. Algo intercambiable en términos políticos, económicos y sociales con otras regiones mundiales. Ya ni Roma ejerce su poderío espiritual.

Mientras muchas personas se enfangan en disputas sobre comas o puntos de una realidad que languidece, el resto queda absorto en un tiempo que se le escapa entre los dedos sin poder aprehenderlo. La velocidad de vuelo que ha tomado la modernidad (o postmodernidad) es incomprensible para la mente de un europeo y por ello no capta que la decadencia está aquí.

Una decadencia, además, fea, inane, carente de cualquier atisbo estético. Porque se puede morir, se pueden entregar las armas, pero no de esta forma. El Imperio romano cayó pero mantuvo una estética deprimente, si quieren, pero estética. Lo mismo puede decirse de la Edad Media, del Renacimiento y de numerosos aportes artísticos que han sido a lo largo de los siglos. Esa muerte de época o de civilización acababa dejando algo para posteridad ¿qué dejarán estos años?

Una política para masas cretinizadas

La política actual carece de estética. Visualmente cualquiera de ustedes no sabrían decir si este o aquel son de este partido o del otro. Como mucho, si les ven sin corbata dirían que son de la izquierda y con ella de la derecha. Ni los que acudían en camiseta, en ese estertor estético postmoderno, hoy son distinguibles. Y esto sucede porque da igual, porque actúan para ellos mismos (quedar bien con los diferentes jefes de partido), y para los medios de comunicación. Una forma de entretener a las masas cretinizadas, que diría Juan Manuel de Prada, que no necesita de un planteamiento estético.

Si fuesen a un congreso de las juventudes de los distintos partidos políticos no verían grandes diferencias estéticas… y casi ni discursivas en el fondo. No hace tanto se distinguirían cuando menos en lo estético. Liberales, fascistas, comunistas, socialistas, etc., tenían su propia estética hasta no hace mucho tiempo –los socialistas levantaban el puño izquierdo y los comunistas el puño derecho-. Pero ya no les hace falta porque el capitalismo ha homogeneizado tanto la sociedad que un heavy puede ser de Vox. Tampoco hay preocupación por ello.

Magufadas para escapar de la homogeneización

Como sociedad pueden decir que existen diversas expresiones culturales. Que cada vez hay más grupos de interés o identitarios. Que hay una gran preocupación por derechos humanos. Que existen hasta anarcoliberales. Sí y todos se mueven bajo el mismo paraguas. No hay nadie que intente ver si hace sol o llueve más allá de la protección del paraguas. Hay muchas magufadas, demasiadas, para conectar con el ser interior; para hacer de cada persona un líder (sin seguidores y sin componente relacional); para que cada deseo, por estúpido que sea racionalmente, tenga su derecho o su espacio de víctima; para que, al final, no se vea quién mueve los hilos.

Destruyeron al dios cristiano para dar cabida a la diversidad impostada de dioses fabricados en agencias de publicidad; para que el hedonismo triunfase; y para que otros dioses entrasen en Europa a fin de destruirla en sus cimientos. Todo aquello que pudiese ser estético debía ser reducido a la nada para homogeneizar en vistas a poder vender sus bagatelas. Ni el paganismo es respetado hoy en día. También la iglesia de Roma se entregó a ello dejando de lado la estética, de cierto misterio y misticismo, que le había llevado a dominar. Powerpoints en las misas, curas con pintas de colegas de barra de bar, infantilización de los discursos…

Ni la música se salva de la catástrofe

Es comprensible que Víctor Lenore se abrace al reggaetón, al flamenco y demás subculturas, son los últimos que contienen cierta manifestación estética en Occidente. Si escuchan discos actuales, da igual el supuesto estilo –algunos estilos deberían acompañarse de cuchillas para cortarse las venas (como los discos de Quique González)-, todos suenan igual. Más distorsión en algunos estilos, más vientos en otros, pero todos suenan igual. Y no es culpa de los programas de edición, que también, sino de una incapacidad para hacer algo distinto, disruptivo…

Se ha pasado de una orgía estética en los años 1970s y 1980s a la casi nada. En España da igual el artista, todos se parecen. Son calcos con más o menos fortuna. Lo mismo sucede en el resto de Europa. ¡Qué decir de la literatura! Salvando a Michel Houllebecq, el resto son poco estetas. Por no hablar de los escritores de estilo ensayístico, más monocordes que el color negro. Deprimente todo.

La orquesta sigue tocando mientras se hunde Europa

Ahí los tienen, tocando sus instrumentos mientras el barco se va a pique. En esta ocasión no ha sido por no hacer caso a las advertencias, que ni caso las hicieron, sino que han visto el iceberg y hacia él que han ido con todas las fuerzas posibles. Mientras tanto nos cuentan sobre el peligro del comunismo cuando ni comunistas quedan. Nos hablan del peligro del fascismo cuando ni fascistas quedan. Así nos tienen entretenidos para que el languidecimiento de Europa no se note. ¡Anda que si hubiese fascistas y comunistas no lo íbamos a saber! Todos ellos sabían de la importancia estética. ¿Dónde los futuristas están? ¿Dónde los realistas se hayan?

Si hay que morir que sea con dignidad. Con majestuosidad. Con una estética acorde al acontecimiento. Una Europa muerta pero bella en su muerte. Una Europa inútil pero hermosa en su inutilidad. Una Europa decadente pero de una decadencia que quede en el recuerdo para el resto del tiempo. Desde que los postmodernos llegaron a Estados Unidos –y de allí nos devolvieron toda la mierda duplicada-, Europa no ha producido nada que merezca ser recordado o alabado. La socialdemocracia, verdadero producto europeo, es hoy indistinguible del liberalismo en lo fundamental y en lo estético. Quedará la nada, llena de cuerpos uniformes y sin alma.

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