La capacidad para convertir el Parlamento en un lugar chusco, propicio para el espectáculo, en los últimos tiempos tiene un nombre propio, por encima de algunos más, Albert Rivera. El dirigente de Ciudadanos, olvidando el lugar en el que está, siempre tiene que buscar aparecer en pantalla por cuestiones baladíes o aparentes. Ese aparentar es toda lo político que tiene Rivera y su formación Ciudadanos. Aparentar lo que no son o lo que les gustaría ser. Ahora, manteniendo una relación oblicua con los hechos (tienen menos escaños que el PP), intenta aparentar que es el “verdadero” jefe de la oposición. No por argumentos más sólidos, no por mostrar valores más universales, sino por ser el más espectacular y aparente.

Como le ha sucedido con otras cuestiones que hemos detallado durante dos largos años en estas mismas páginas, Rivera surge de detrás del escenario para intentar ocupar el espacio central del mismo pervirtiendo lo más característico del lugar en el que se encontraba, la palabra. Con la demostración que tuvo ayer en el Parlamento demostró que eso de parlamentar o utilizar la palabra no lo desea, salvo que sea escucharse así mismo en un bucle de egolatría, en un puro monólogo de la simpleza aderezada con presentaciones en powerpoint. Y lo peor es que ese espectáculo donde impera el monólogo aparta la palabra a los demás, especialmente si son secesionistas. Una nueva Inquisición parlamentaría para que nadie diga lo que el señor Rivera no quiere escuchar.

Según su señoría ayer se cometió un acto vandálico, una fechoría, un atentado contra la democracia porque unos “golpistas” dijeron que eran presos políticos. Y pidió a la presidenta Meritxell Batet, a grito pelado primero, y mediante cuestión de orden posteriormente, que interpelase a susodichas personas y se les conminase a no hablar de presos políticos en un sistema democrático como el español. Entiende el dirigente naranja, dentro de su mente sectaria y fanática, que las palabras contienen hechos en sí, que marcan la realidad por encima de los hechos. Y lo piensa porque en su propio discurso del odio que va diseminando por toda España, hay totalitarios por todos lados o en Alsasua les atacaron (cuando los hechos muestran que no es verdad, como pasó en Rentería). De ahí que si los secesionistas dicen que hay presos políticos eso minaría la credibilidad como democracia de España.

Busca la solución mediante esa Inquisición del habla que quiere instaurar y que sólo controla él, y a veces sus amigos del trifachito. Sólo Rivera dictaminará lo que es o no es libertad de expresión y lo que se puede decir en el Parlamento. Sólo Rivera dictaminará u ordenará que se dictamine el uso de las palabras que él crea adecuadas. No puede haber libertad de expresión si no pasan por el tamiz de la censura previa de la Inquisición naranja. Una institución que determina los valores y quien es constitucionalista o no. Una institución que es el vehículo para la dominación de los “buenos españoles” sobre los malos, que no dejan de ser aquellos que les llevan la contraria. Una dictadura blanda dentro del Congreso de los diputados impuesta por un señor que no tiene ni el segundo grupo más numeroso pero que se ha creído, producto de una enorme soberbia, que es quien manda y tiene las llaves de las esencia patrias.

Es evidente que las palabras tienen una enorme fuerza simbólica, pero no deja menos de serlo que si se dejan pasar, si se las trata con naturalidad, se hace un favor a la democracia, la cual consigue que se diluyan y no superen las fronteras del grupo o secta a la que van dirigida. Sin embargo, Rivera, como Casado o Abascal, más conocidos como el trío de Colón, necesitan el conflicto con Cataluña, y decimos con y no dentro de, para que sus argumentarios y sus puestas en escena en la política espectacular sigan teniendo sentido. Sin ese conflicto y la persistencia de la escisión abierta Ciudadanos, PP y los neofascistas tendrían que hablar de otras cuestiones y se notaría que no hay diferencias fundamentales y que están al servicio del establishment. Peleados pero con un mismo señor al que deben servidumbre. Eso sí, en el lugar donde la palabra debe fluir y ser utilizada para la deliberación y el consenso, Rivera quiere reinstaurar la Inquisición. Cual Torquemada posmoderno, el dirigente naranja siente un enorme placer en señalar con el dedo a quien se debe quemar o lo que se debe leer.

Es cierto que los secesionistas han querido hacer su parte del espectáculo, pues no les queda otra ya que sus argumentos se van diluyendo y evaporando por la realidad de una Cataluña en quiebra y con problemas sociales, pero querer impedir que acaten la Constitución, al final lo que interesa, para que lo hagan de la forma en que a Rivera le gustaría no deja de ser una imposición autoritaria. Un  problema éste que empieza a ser preocupante. Da igual el nivel  institucional en el que se mira, allí aparece alguien de Ciudadanos, del PP o de los neofascistas queriendo minimizar la democracia hasta el punto de vaciarla de contenido, salvo las peroratas del trifachito. Han cogido una peligrosa senda autoritaria, normal en los neofascistas que ya venían así de casa, en Cs y PP que puede acabar por destruir la propia democracia. Y no serán los populistas, ni los secesionistas, ni los sanchistas, sino aquellos que se autoproclaman como constitucionalistas quienes acaben de darle el golpe de gracia al llamado “régimen del 78”.

Ese autoritarismo queda reflejado perfectamente en la Inquisición naranja que está refundando Rivera. No será la última vez que lo haga, porque en la pelea con el PP y los neofascistas por ver quién se queda con la derecha en propiedad, a cada burrada de unos sigue una mayor de los otros, en una escalada sin precedentes de fiebre autoritaria y de negación de la verdad. La verdad es que España es una democracia, tan democracia que hasta permite que personas que están en juicio por un crimen de sedición se puedan sentar y decir disparates en el parlamento. Eso que molesta a Rivera es justamente la grandeza de la democracia española y su constitución, esa que dice defender. Incluso es tan demócrata la democracia que se puede discutir del principio de autodeterminación sin ser perseguido por ello. Al menos se podía hasta que el PP decretó la ley mordaza y a un ministro franquista que firma la pena de muerte de un “preso político” no se les puede llamar asesino. Si hubiese comprendido la constitución sabría esto, pero es poco de leer y más de llegar a la inspiración por otras vías. Total son sus dueños del establishment los que le dicen lo que tiene que hacer.

Post Scriptum. Sería recomendable que los señores de Ciudadanos dejasen de tratar a los españoles y españolas como menores de edad e incapaces, en especial el señor José Manuel Villegas. “Ciudadanos defenderá los derechos de los españoles, como ha hecho hoy Albert Rivera en el Pleno, sin que la presidenta del Congreso cumpliera con su obligación evitando que se les humille” ha dicho el corifeo de Rivera. Ni los españoles han viso cercenados sus derechos, es imposible que lo hayan sido en la juramentación  parlamentaria, ni han sido humillados. No sólo quieren imponer su única visión (falaz por otra parte) de la realidad, sino que mienten pensando que la ciudadanía es tan estúpida como ellos mismos. Los secesionistas han interpretado su papel cómico en la política espectáculo y Ciudadanos el trágico, nada más. Ni la ciudadanía ha sido insultada, ni se le han quitado derechos. Es más, ya que habla de derechos el señor Villegas más le valdría explicar la persecución a trabajadores de la Junta de Andalucía, que eso sí es un insulto y cercenar de derechos.

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