De 1944 a 1972 mantuvo las esencias de su partido en el exilio forzado, desgarrador y cruel. No por ello cejó en el esfuerzo de mantener viva la llama del partido más antiguo de España para poder devolverlo a la sociedad en una democracia plena e integrada en una Europa política (que no económica). Hoy que tanto se habla de memoria histórica es necesario reconocer a Rodolfo Llopis, el que ha sido el secretario general más longevo del PSOE, todos ellos en el exilio por culpa del levantamiento fascista para su desgracia y la de todos los españoles.

Para muchos socialdemócratas de hoy en día Llopis es tan sólo un señor al que Felipe González sustituyó en el Congreso de Suresnes (aunque realmente le dieron puerta en agosto de 1972). Otros seguramente no sabrán ni quién es, ni qué hizo. Llopis es una figura del pasado que ha sido devorada por los libros de historia que casi ni pueblan los anaqueles de algunas bibliotecas. Un pasado que se olvida y que ni el propio partido que defendió a capa y espada reconoce con la dignidad merecida. Aunque no sólo fue secretario del PSOE, ante todo fue un pedagogo, un maestro de escuela, un republicano, un marxista y el gran reformador de la escuela pública y laica. El gran constructor de la escuela laica durante la II República, esa misma que tanto se ensalza hoy en día y que sigue pareciendo un sueño utópico. Porque la enseñanza (como bien saben en la histórica FETE de la UGT que ayudó a crear) y el PSOE fueron su vida.

En la localidad alicantina de Callosa d’Ensarriá, en un cuartel de la Guardia Civil, un 27 de febrero de 1895 vio la luz Rodolfo Llopis. Pronto sus inquietudes intelectuales quedaron fijadas por su vocación educativa. En Madrid cayó bajo el influjo de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y obtuvo el título de maestro. Impartió cursos, gracias a una beca, en la localidad de Auch en Francia durante dos años, que le ayudaron a conocer la lengua a la perfección y que tanto le valdría en el futuro. Allí quedó impresionado por el sistema educativo laico de la III República francesa, lo que le hizo ver claro que el “problema de España” era un problema de educación del pueblo. No sería hasta 1917 cuando, tras las luchas obreras y las distintas huelgas, tomaría conciencia de la necesidad de un cambio radical de la sociedad. Funda la Asociación General de Maestros que inmediatamente se une a la UGT. Al contrario que otros personajes de la ILE, Llopis no optó por partidos republicanos, sino por el socialismo que encarnaba Pablo Iglesias. Ya en esta época tiene claros los valores a defender, los cuales comparte con el PSOE: austeridad, humanismo, justicia social y libertad de pensamiento. Por esto último defendería para el PSOE la existencia de tendencias ya que son las que fortifican al partido mediante el debate. Sin divergencias teóricas el partido se muere. Algo que sigue siendo válido en nuestros días.

Como en la vida hay que ganarse las habichuelas obtiene plaza de profesor en Cuenca en 1919, impartiendo geografía. Esta cambio de residencia le hace darse de bruces con la realidad de la España profunda, dominada por caciques y el clero. Su empeño en querer cambiar la sociedad, tras unos años de amargura por chocar de frente con la Iglesia, le hace presentarse a las elecciones de 1922 para el cargo de concejal, el cual obtiene y en el que estará hasta la llegada de la dictadura de Primo de Rivera. En estos mismos años es cuando se une a la masonería del Grande Oriente de España donde llegó a ser uno de sus máximos dignatarios. Alguna biografía afirma que fue masón hasta 1961 por no poder atender todas las obligaciones que tenía, otros “hermanos” han expresado que lo siguió siendo hasta el final de su vida. El caso es que, como en otros muchos casos, hubo una plena compatibilidad entre ser socialista (y marxista) y ser masón. De hecho hoy hay muchos próceres de la socialdemocracia española que lo son.

Deja por un tiempo la enseñanza en sí, para dedicarse a la pedagogía política desde las páginas del diario El Sol, verdadero órgano de pensamiento de la conjunción republicano-socialista. Allí Llopis podía enseñar a las masas letradas (porque había muchas iletradas a las que había que leer) lo que significa el socialismo y la acción de masas conducente a la transformación del sistema. Tocase el tema que tocase siempre volvía al marxismo y a la lucha por la democracia plena. Con el advenimiento de la II República le llegará la oportunidad de llevar a la práctica sus ideales pedagógicos, que eran casi similares a los de la ILE y por tanto ampliamente compartidos. Así desde la Dirección General de Enseñanza Primaria puso las bases, mientras pudo, para una enseñanza laica y humanista mediante la Escuela Única.

Pensamiento y exilio.

Durante esta época se va formando el pensamiento de Llopis, que no es más que una mezcolanza de pedagogía krausista, pablismo, republicanismo y marxismo. También aumentó su unión con la facción de Francisco Largo Caballero, la cual le indujo a empaparse del obrerismo sindicalista de la lucha de clases en el día a día y no quedarse en la cuestión meramente teórica. Se conformaba un ideario que, con matices, ya no le abandonaría en toda su vida y que marcaría su propio devenir. Una educación libre y que formase ciudadanos, que formase seres humanos, pero que él veía incompatible dentro de un sistema capitalista, es ejemplo de esa hibridación de distintos enfoques. El socialismo pablista era entendido como austeridad y búsqueda de la ética de vida y acción. Un pablismo que prefería la calidad de los miembros del PSOE antes que la cantidad. Sin llegar al partido de vanguardia del leninismo, lo que el pablismo transmitía es que los militantes del PSOE debían tener una ideología bien asentada y firme, fuesen ocho u ocho mil, que no por tener más militantes se haría la lucha mejor. Y esto es algo que tendrá su importancia en el futuro. Su marxismo, un poco como el de Luis Araquistaín, tenía numerosas fallas, era muy mecanicista, darwinista, muy de palabras sin utilización del materialismo histórico, pero muy de batalla y lucha de clases. Para Llopis la razón y el posibilismo mientras se respetase la legalidad, en un país acostumbrado al sable y la falta de democracia, primaba antes que la revolución. Justo en ese momento de quiebra legal e impedimento a las mayorías sociales decía “quedaremos citados para la batalla final”. Esto es, la revolución.

El levantamiento fascista, la derrota en la Guerra Civil (con la división socialista por culpa de Juan Negrín y su apoyo en la URSS stalinista) y el exilio forzado, más para quienes tuvieron altos cargos durante los años republicanos, le llevaron a Francia. Allí ayudó a compatriotas a llegar a Orán para salvar la vida, allí intentó liberar a todas las personas que pudo de los campos de concentración donde el gobierno francés metió a los republicanos españoles y allí pasó la II Guerra Mundial con el miedo de que el gobierno de Vichy le mandaría a las SS para llevarle, como le pasó a Largo Caballero, a un campo de concentración nazi. Allí, en vigilancia domiciliaria, vivió la derrota del fascismo europeo (hasta los Pirineos) y se puso manos a la obra para acabar con la dictadura franquista, reordenar el PSOE y participar en el gobierno republicano en el exilio.

En el II Congreso en el exilio de 1944 cuando las tropas fascistas estaban cayendo los socialistas eligieron a Llopis como secretario general con un poder limitado a los compañeros que formaban la ejecutiva del interior de España. La gente de Negrín estuvo diciendo que el verdadero PSOE era el suyo hasta que en 1947 el Comité de las Conferencias Socialistas (COMISCO), antecesor de la Internacional Socialista, reconoció al PSOE de Llopis e Indalecia Prieto como el único que podía llevar ese nombre. Por eso, aunque desde Canarias insisten en revitalizar al ex-presidente canario, Negrín nunca ha sido plato de buen gusto entre los más mayores del PSOE. En 1951, Llopis acudió a la reorganización de la Internacional Socialista en Frankfurt quedando el PSOE como uno de los partidos fundadores. En estos años también fue elegido presidente del gobierno de la República en el exilio hasta que se vio que las fuerzas occidentales apoyaban la dictadura franquista. En ese momento el PSOE y UGT abandonaron las instituciones republicanas en el exilio por carecer de sentido seguir insistiendo por ese lado. Intentaron, casi al final de la II Guerra Mundial una entente con los monárquicos de Juan de Borbón, pero se percataron del doble juego del señor de Estoril y cortaron de raíz cualquier relación. Porque una cosa era intentar que la democracia llegase a España y otra que el Borbón jugase a dos bandos con Franco. También algunos militares de la dictadura tantearon al PSOE para abrir España a una monarquía constitucional por la época pero Llopis no dio su brazo a torcer. Creía en la República y no podía tolerar algo que naciese de las entrañas de la dictadura. Paradójicamente esa fue la solución que al final ocurrió y que llevó al enfrentamiento entre el exilio y el interior. Dentro del partido, pese a ser partidario de la democracia interna y del debate, hubo de recurrir al centralismo por cuestiones de seguridad y de operatividad. Llopis desde Francia y Amat desde dentro hasta que cayó en 1958, y se dio paso a Ramón Rubial como jefe de la oposición en la clandestinidad. Esta situación de encerrar al partido en sí mismo, dejó el campo abierto al PCE y a otros movimientos de oposición, especialmente en las luchas sindicales. Llopis alegaba que era más importante la calidad de la oposición que la cantidad, pero la verdad es que el PSOE no era más que grupúsculos en ciertas partes de España. Sólo había una lucha encubierta como tal en el País Vasco y Asturias.

A todo ello hay que sumar el excesivo anticomunismo del PSOE producto de los desencuentros durante la Guerra Civil y a lo que sucedía en la URSS y los países del Telón de Acero. No modificó su marxismo como hacían el resto de partidos de la órbita socialista. Pensaba que bajo un sistema capitalista las clases obreras al final acabarían poniéndose al servicio del capital americano. Algo así ha pasado parece. Y ello porque Llopis era un convencido europeísta. Creía en los Estados Unidos de Europa. Más bien en los Estados Socialistas de Europa como contrapeso al poder militar y económico de Estados Unidos y la URSS. Querían el PSOE y Llopis un sistema basado en “la justicia social, una vida mejor, la libertad y la paz universal” acorde a los tiempos que vivían. Y todo ello con un sistema no capitalista. Hacia dentro del partido pablismo, o lo que es lo mismo austeridad, honestidad y sentido de la responsabilidad. Tan así lo entendió que, solicitado por los propios compañeros, y gracias a los fondos solidarios de los demás partidos del entorno, le pusieron un sueldo que él aceptó sólo si era equivalente al de un obrero metalúrgico francés. No como sucede ahora que se adjudican 100.000 euros, que no los gana ni un obrero, ni un administrativo y ni un profesor.

La derrota dentro de su propio partido.

Esto ocurría en el exterior de España, pero dentro las cosas se iban moviendo y las personas jóvenes comenzaban a orientarse de otra manera. La creación de la Agrupación Socialista Universitaria, los movimientos de CCOO dentro de los sindicatos verticales, la acción en los campus universitarios, la lucha en las fábricas de la España que crecía quedaba fuera del panorama visual del secretario general del PSOE. Pese a que Rubial le informaba, no acababa de comprender realmente lo que acontecía. Al igual que les pasó a los dirigentes del PCE y su Huelga General revolucionaria, Llopis no supo ver que la transformación social acabaría por desembocar en algún tipo de democracia y que el PSOE debía estar presente cuanto antes en el interior de España. Así se lo hizo saber Luis Gómez Llorente tan pronto como en 1961 durante la celebración de un congreso. Y esto es lo que acabarían por decirle los jóvenes que se adscribieron al PSOE en los años 1960s. Primero fue Enrique Múgica, luego Pablo Castellano (del que se sospechaba que era infórmate de Carrero) y al final los jóvenes sevillanos.

Tras el XI Congreso de 1970, donde Felipe González expuso en el plenario del congreso a las claras lo que estaba ocurriendo en España y la necesidad de mandar la ejecutiva al interior, Llopis entendió que era un ataque a su persona. Que querían quitarle a él y empezó a ver conspiraciones por todos lados. Y haberlas las hubo pero no como él creía. No era contra él, sino en favor de la organización. Los mismos hijos de los exiliados pronto se unieron a los del interior porque veían la historia avanzar por derroteros distintos a los de Llopis. Así, tras no convocar preceptivamente el congreso en 1972, los miembros de la ejecutiva del interior junto a nueve del exterior convocaron el XII Congreso donde, pese a pedírselo insistentemente, no acudió. De ahí salió una ejecutiva colegiada a la espera del dictamen de la Internacional Socialista. Como sucediera en 1947, Llopis confiaba en que le darían la razón y más habiendo “hermanos” del Grande Oriente entre los dirigentes socialdemócratas. Y se equivocó. La IS le dio la razón a González, Guerra, Redondo, Múgica, Castellano, Bustelo o Gómez Llorente, a los que se había unido el histórico Rubial, y se encaminaron hacia el famoso congreso de Suresnes.

Llopis quedó tocado psicológicamente. Sin medios de vida tuvo que solicitar tras la muerte del dictador su pensión como maestro, la cual le fue concedida a finales de 1975. Decidió seguir con el PSOE histórico, el cual fue utilizado por Adolfo Suárez para luchar contra González. De hecho los históricos celebraron antes su congreso en España que el PSOE. Pero ya nada era igual. Llopis pensaba que el PSOE había caído en manos de unos radicales que habían engañado a Willy Brandt y demás prebostes socialistas. Lo que era estrategia, como se pudo ver en el 28° Congreso del PSOE y su posterior Extraordinario con el abandono del marxismo y el culto al líder, Llopis lo entendió como real. Él pensaba que el PSOE debía seguir siendo pablista, lo que se perdió en cuanto el PSOE acarició el poder y llegaron las masas a llenar sus agrupaciones. Lo que se temían el ex-secretario general ocurrió, llegaron muchos que no tenían principios asentados al albur del líder carismático. Pero no es menos cierto que la partida de la transición venía trucada y había que adaptarse a ella.

El 21 de julio de 1983 falleció olvidado de una hemorragia cerebral en su casa de Albi en Francia. Francisco López Real acudió al entierro en nombre del PSOE, pero salvo Diario 16 que le dedicó dos páginas escritas por Gómez Llorente (otro pedagogo y pablista que ha sido más recordado por suerte y que dijo de Llopis impresionaba “por su firmeza ideológica y por su radical austeridad”) y Nicolás Redondo (que le recordó como “una de las figuras más distinguidas de la familia socialista”), poco más se dijo. Había dedicado toda su vida a mantener el PSOE para la democracia y cuando llegó le había arrebatado el ser de su vida. Por mala cabeza y por ver fantasmas donde no los había, Llopis acabó muriendo fuera de su PSOE en sí, aunque para los socialistas de verdad Llopis siempre será del PSOE, sin histórico o renovado. El secretario general que más tiempo y con más dignidad ha ocupado el cargo. Nunca ganó si se quiere ver así, pero legó el penúltimo vestigio de pablismo para la posteridad. Hoy muchos que corren y matan por un cargo y un coche oficial deberían aprender mucho de él.

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