Desde luego Susana Díaz no se hubiese podido hacer uso del sistema de bonificaciones del 99% de la matrícula para los alumnos y alumnas que aprueben todas las asignaturas de cada curso (semestre) ya que tardó cerca de 10 años en aprobar la carrera de Derecho. Algo menos le costó el master, ese mismo que tienen unos cuantos socialdemócratas como ella. El caso es que está orgullosa de haber implementado esta bonificación porque así se ha “conseguido elevar el rendimiento académico de los alumnos andaluces”. Vamos que la presidenta de la Junta de Andalucía reconoce que antes de la bonificación las alumnas y alumnos eran una panda de vagas y vagos. Sólo ahora se han puesto a dejarse los codos estudiando.

En su discurso durante el acto del XXV aniversario de la Universidad de Jaén, Díaz ha agradecido a los rectores andaluces que hayan participado del «cambio de mentalidad» que proponía el Gobierno andaluz, que ha pasado de «penalizar el fracaso a premiar el talento y el esfuerzo», bonificando las matrículas. Unas palabras sinceras que tienen una serie de contradicciones conceptuales.

Por un lado, nada tiene que ver aprobar con tener talento. El talento es algo que va más allá del mero aprobado de una asignatura. Va más allá incluso de esta o aquella nota. Es una capacidad que, incluso puede desarrollarse, deriva de muchas actividades y depende también de contextos y carreras. Así que por aprobar no se tiene talento, se ha estudiado lo suficiente para poder aprobar una asignatura, o incluso estudiar para aprobar con un profesor concreto sin aprender mucho más. Suponemos que será un mecanismo de autoengaño de la presidenta porque ella aprobó y así se autoimpone el talento. Claro que por su actividad cotidiana y las batallas políticas que ha librado no parece que tenga talento, salvo que tenga alguno escondido.

Por otro lado los rectores no han hecho por el “cambio de mentalidad” nada. Conscientes de cómo es la población estudiantil, saben que hay algunos que aprueban por esfuerzo, otros por inteligencia y aquellos que no deberían ni haber pisado la puerta de entrada de la Universidad. Los docentes, como son los rectores, entienden que su labor es enseñar materias de la forma más adecuada y con los mejores avances científicos disponibles. Ahora bien, que haya bonificaciones o no a los aprobados, les importa un comino. Su función no es que aprueben en sí, sino que aprendan. Como tardó tanto la presidenta en aprobar y no pasaba mucho tiempo en la Facultad, prefería los botellones o “botellonas” con 24 años (edad en la que muchos y muchas ya habían terminado sus estudios y trabajaban).

Se alegra Díaz de los resultados en el rendimiento de esta medida. Lo que demostrarían, a juicio de la presidenta, que ése «era el camino». No se pregunta si esos aprobados conllevan aprendizaje. Sólo con aprobar ya mejora el rendimiento y ¡olé! Es más podría darse el caso de que ahora los profesores se vean más presionados por el alumnado para aprobar “por los pelos” para salvar esa asignatura con la que se ahorran unos euros. Como en todo en la vida, siempre hay un reverso de las medidas que la presidenta nunca considera. Que aprendan, se formen bien o vayan por el camino del talento le da igual, si aprueban le vale para sus números. Y como la Educación es algo no aritmético, ni estadístico, pues aprobar no implica conocimiento suficiente para hacer algo provechoso. O incluso poder autorrealizarse. Es, sin más, pasar una materia.

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