Vibrante ensayo novelado el que nos ha regalado Andrea Wulf. Magníficos rebeldes es el acercamiento más cuidado hasta el momento de lo que ocurrió en la ciudad de Jena a finales del siglo XVIII y que acabaría por determinar buena parte de la literatura y la política de los siglos venideros. Si ustedes piensan que James Joyce inventó una nueva forma de relatar es que no habrán leído a Friedrich Schlegel. Si ustedes piensan que el individualismo neoliberal es algo actual es porque no les explicaron que Fitche y Schelling ya lo anunciaron.

En un breve lapso de tiempos el Círculo de Jena, tal y como lo ha denominado Wulf, trastocó todas las reglas literarias y filosóficas entre escarceos amorosos, vino, peleas de egos y unas enormes ganas de llevar a las artes y la filosofía lo que en Francia se estaba llevando a la práctica política. Salvo, tal vez, en el París que era una fiesta, nunca han llegado juntarse una pléyade de autores tan afamados y prestigiosos en un mismo lugar y en un mismo tiempo. Ni Oxford, ni Cambridge, ni Harvard pueden decir algo similar a pesar del gasto de millones de dólares para intentar algo parecido… sin suerte.

Aprovechando el propio desarrollo histórico Wulf va introduciendo a los personajes según va llegando a la Universidad de Jena. Goethe y Schiller los primeros, a los que se irían sumando Fitche, los hermanos Schlegel (junto a la importante Caroline, esposa de August Willem), los hermanos Von Humbolt, Novalis, Schelling y Hegel. La autora va haciendo saltos en el tiempo para que, en el momento de llegar un personaje a Jena, se pueda conocer la vida de esa persona y el porqué de su llegada. Pese a estos saltos en el tiempo, la narración no se hace farragosa, ni desespera. Bien al contrario supone un juego literario que encaja perfectamente.

El romanticismo (o romantismo) acabó generándose en aquellas reuniones y debates de todos estos personajes. Todo ello patrocinado desde el gobierno por Goethe y desde Jena por Caroline Schlegel. Mujer con una vida apasionante, una inteligencia suprema y que tuvo que ver cómo eran sus maridos quienes firmaban sus textos literarios y filosóficos por la prohibición contra las mujeres. Un romanticismo que nada tiene que ver con la cursilería o el amor, sino con una visión respecto al mundo y la vida que traspasaría las fronteras del ducado de Sajonia-Weimar hasta impregnar a diversos grupos de escritores y pensadores en todo el occidente. Emerson, Coleridge, Shelley y tanos otros son deudores de este círculo, como lo pueden ser muchísimos escritores posteriores sin saberlo.

No deben asustarse al encontrar filósofos y escritores muy reconocidos para afrontar el texto. Hay filosofía sí, pero expuesta de una forma muy sencilla. El Ich y el no Ich de Fitche o Schelling no son tratados de una forma en que quede perplejo y deba leer y releer. Se expone de manera muy sutil lo que ello significaba, sin enredarse, y lo que implicaría filosófica y políticamente. La sinfilosofía que inventaron allí derivaría en muchos cientos de páginas abstrusas en la historia de la Filosofía, pero no en el texto de Wulf. Muy al contrario el texto se centra mucho más en las personas que en las ideas de esas personas, a pesar de que vivían de forma a como pensaban. O cuando menos lo intentaban por culpa de las normas morales de la época.

El propio desarrollo histórico del Círculo de Jena permite a la autora hablar de la aurora, el esplendor y al decadencia del grupo según van llegando y saliendo, en algún caso falleciendo, autores y pensadores. La paradoja es que el final del Círculo se produce con dos hechos, la llegada de Napoleón y sus tropas a la ciudad y Hegel como último gran filósofo que pasaría por allí. Pese a ser un gran amigo del más joven, Hegel supondría justo lo contrario a lo que Fitche, Schlegel o Schelling propugnaban. El resto es historia.

Las traducciones de August Willem Schlegel y Caroline Schlegel-Schelling de la obra de William Shakespeare siguen siendo canónicas en Alemania. El Yo como centro de todo sigue presente en nuestra época. Sin Fitche es posible que los nacionalismos y las revoluciones del siglo XIX no se hubiesen producido. Gracias a Alexander von Humbolt el estudio de la naturaleza y la antropología cambió. Goethe ofreció su Fausto gracias a estos años. Las obras de Schiller todavía se representan. Y todo ello contado sin ocultar nada. Poniendo delante del lector la hipocresía moral de la incipiente burguesía europea. Un texto muy entretenido que les llevará a otra época que, en cierto modo, recuerda a la nuestra.

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