Barack Obama se puso como objetivo colocar a los Estados Unidos como líderes en la lucha contra el cambio climático. Donald Trump se ha puesto como objetivo todo lo contrario: ayudar a la destrucción del planeta. Hay que recordar que en el mes de marzo ordenó a Scott Pruitt, una persona muy vinculada a la industria petroquímica, como director de la Agencia de Protección Ambiental, la derogación del Plan de Energía Limpia que tenía como fin la reducción de emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera por parte de las centrales térmicas de carbón. El pasado lunes Pruitt se llevó el homenaje de los mineros de Kentucky cuando afirmó que el plan de Obama estaba muerto.

La argumentación que se da desde la Administración de Trump para justificar esta derogación es tan falsa como irritante, dado que se centra en intentan convencer a los ciudadanos americanos de que las regulaciones ambientales son una especie de asesinas de puestos de trabajo, que estas restricciones dañarán la economía estadounidense y que la única solución es continuar perforando. Este discurso es el que una parte de los republicanos llevan vendiendo en el Congreso desde hace años y que los miembros de la Administración Trump, incluido el propio presidente, han comprado.

En su baño de masas, Pruitt afirmó que el compromiso de Trump está con las energías más sucias, olvidándose del nicho de prosperidad que se encuentra en precisamente lo contrario, es decir, en la generación de energías limpias.

Otra característica de la Administración Trump es el negacionismo del cambio climático y de sus consecuencias, a pesar de las evidencias científicas y empíricas que se están viviendo en el planeta, una de las cuales está sufriendo el propio territorio de los Estados Unidos con los huracanes que están azotando los Estados del sur.

Hay expertos que aún son optimistas y piensan que Trump no es el fin. Incluso hay quien piensa que los Estados Unidos aún están en posición de cumplir con los Acuerdos de París, acuerdos de los que Donald Trump retiró a su país. Este optimismo se apoya, precisamente, en la descentralización natural de los Estados Unidos y en la fuerza que tienen las autoridades locales y estatales para reducir las emisiones o para generar estrategias energéticas basadas en lo contrario a lo que defienden Trump y su Administración. Hay movimientos en algunos Estados del norte, donde se alcanzan temperaturas en invierno inferiores a los 20 grados bajo cero, que están implementando políticas de sustitución del carbón por el gas natural, que, en algunas zonas, ya suministra más de la mitad de la energía consumida. En otros lugares se están reduciendo los precios de las energías limpias o se está incentivando la compra de vehículos eléctricos o más eficientes. Todo ello sin ningún tipo de ayuda federal porque el objetivo de Trump es destrozar todo el legado que dejó Barack Obama y uno de sus puntales fue, precisamente, la lucha contra el cambio climático.

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