La investidura que hoy comienza va a contar con la derecha más reaccionaria de Europa, por no decir de Occidente ya que Donald Trump podría ganar en ese sentido. La derecha más parda que se ha visto en España, incluso saliendo de la dictadura franquista, y que más deseos de establecer sin pudor alguno un estado de excepción permanente sobre la población española. No se dejen engañar por sus constantes diatribas sobre el nacionalismo secesionista, sobre el regionalismo o sobre la identidad nacional. Nada de eso les importa en realidad porque, en esas mismas regiones que insultan, está gobernando la burguesía expropiadora de lo público que se reúne en comandita con la burguesía “española”. No se dejen llevar al terreno de lo sentimental porque detrás de todo no hay un sentimiento nacionalista en sí, sino un ansia material en defensa de los intereses de clase de la burguesía.

Da igual Pablo Casado que Santiago Abascal, cada uno a su forma y con sus argumentos, defienden lo mismo: que los ricos sigan siendo ricos y que los dominados piensen que las cadenas (legislativas, políticas, económicas, etc.) no existen. El nacionalismo españolista es utilizado, como lo utilizan en País Vasco o Cataluña, por los partidos de derechas para ocultar lo material de la vida misma. Mientras hablan y no paran de la nación (española, vasca, catalana…) la burguesía sigue haciendo negocio, en muchos casos a causa de esa reivindicación nacionalista. Así, no es extraño que el nacionalismo españolista baje impuestos a los ricos en Madrid o Andalucía, mientras que en el País Vasco o en Cataluña se crean guetos económicos para beneficiar a sus respectivas fracciones burguesas. Con esto, lo que se pretende es señalar que al final no es que les importe si se destruye España, si se pacta con ERC o PNV (llevan décadas pactando desde el PP) sino que realmente toda esta algarabía está determinada en gran parte por la inclusión en el Gobierno de Coalición de Unidas Podemos.

Olvídense de las banderas porque la clase dominante y sus brazos políticos están apelando a lo identitario para esconder que no quieren una izquierda (por muy socialdemócrata que sea) gobernando en favor de la clase dominada. Desde que el neoliberalismo se erigió como ideología dominante, desde la burguesía global o estatal o nacional se han promovido a todos los grupos parduzcos que han sido necesarios para colar lo identitario como mecanismo de agitación de la agenda pública y así ocultar lo material. ¿Qué es lo material? La precarización constante de la clase trabajadora a lo largo y ancho del orbe mundial. Si hay protestas en Bolivia, sacan a pasear lo religioso. Si hay protestas en Chile, asesinan impunemente y se dice que es una conspiración rusa-bolivariana. Si las protestas son en Europa, aparecen los Salvini, los Abascal y las derechas clásicas o conservadoras apelan a sentimientos nacionales y soberanistas que camuflen el estado en que tienen a la población. Y por el camino se privatizan las pensiones y los seguros de desempleo. Si frente a esto se levanta una izquierda socialdemócrata (como es el caso de PSOE y Podemos) con propuestas a salvar la situación mínimamente, entonces el brazo político de la burguesía estatal actúa haciendo apología del autoritarismo.

Esto ocurre en España claramente. Desde medios de comunicación manipulando la información hasta acusaciones de traición a los valores patrios (sin explicar cuáles son esos valores no vaya a ser que no les apoyen). Algún columnista ha hablado de guerracivilismo, pero no van por ahí los tiros en sí. Llegar a ese extremo supondría un grave perjuicio económico para la burguesía. ¿Creen que el Ibex-35 permitiría una dictadura que perjudicase los movimientos bursátiles donde tienen buena parte de su patrimonio? No. Pero sí que aspiran a ese Estado de excepción del que nos hablase el pensador italiano Giorgio Agamben. Un Estado de excepción, sin necesidad de instaurar una dictadura en sí (aunque en términos marxistas no deja de ser una dictadura de clase), que acaba actuando no sólo contra la diversidad de opiniones, de proyectos vitales sino incluso contra el cuerpo del propio ser humano. Todo ello dirigido desde el poder político en clara connivencia con la clase dominante. Supone negar la capacidad, por medios legales (¿recuerdan la ley mordaza?), de pensar por sí mismo, de plantear proyectos alternativos, de salirse del camino marcado por los poderes fácticos. Si el Pedro Sánchez quiere mejorar mínimamente la vida de las personas se le acusa de traición y felonía para no querer señalar que lo que no gusta es su programa político. Si Pablo Iglesias es vicepresidente se le acusa de comunista (apelación que dentro del imaginario colectivo español sigue sonando a peligroso) para ocultar que lo que da miedo es que desarrolle políticas sociales.

No es problema que se vaya a destruir la nación española, total tampoco existe desde hace tanto tiempo como nación (ni doscientos años), el problema es que se piensa gobernar en beneficio de la mayoría. Y si por el camino consiguen atajar el problema de los secesionismos y nacionalismos (incluido el español), acabarían por quitar a la burguesía ese escudo sobre el que vienen instaurando el Estado de excepción contra la personas en su globalidad. Se quedarían sin el mantra del peligro de la izquierda gobernando y sin el conflicto centro-periferia que vienen utilizando para tapar el austericidio, los suicidios de personas que ya no pueden más, la pobreza que se está extendiendo por la población o la creciente desigualdad en todos los ámbitos de la vida. Sólo podrían echar mano de la xenofobia y eso vende peor que el patriotismo cuartelero. De ahí que hoy Casado y Abascal (Ciudadanos ya no cuenta más que como sucursal de los neofascistas) acudan al hemiciclo a instaurar el Estado de excepción que conviene a la clase dominante nacional e internacional. O lo que es lo mismo, impedir por todos los medios un gobierno de izquierdas. Olviden lo identitario porque eso ni les importa pues es parte de su mecanismo de ocultación de la realidad, lo que no quieren de ningún modo es que haya un Gobierno de izquierdas con políticas de izquierdas. La gran mentira nacionalista oculta una realidad muy material. De hecho pudiendo hacer negocios les daría lo mismo que Cataluña fuese un Estado independiente.

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