El Partido Popular siempre ha tenido dos caras, la de su pensamiento ideológico basado en la concreción de diferentes corrientes políticas que van desde el ultraconservadurismo hasta la democracia cristiana o el liberalismo, y la de sus posicionamientos sociales basados en un modelo piramidal en el que una parte de los beneficios de las clases dirigentes soportaran las necesidades del pueblo.

Pablo Casado, el candidato que ha logrado unir a todas las candidaturas que quedaron descalificadas del proceso por el voto de la militancia, incluyendo la de María Dolores de Cospedal, ha presentado su proyecto en el Hotel Palace de Madrid con presencia de representantes de todas esas candidaturas, salvo la de José Manuel García Margallo que no estuvo presente por motivos personales. Este hecho demuestra algo muy importante: el PP no quiere a Soraya Sáenz de Santamaría como presidenta del partido. Todos se han unido contra la ex vicepresidenta porque todos saben que si Soraya SS ganara el Congreso del próximo fin de semana, el partido representativo del centro derecha implosionaría como ya ocurrió en los años 80 con UCD o como estuvo a punto de pasar con la Alianza Popular de Hernández Mancha.

Estamos en un momento muy delicado para los conservadores españoles. Por un lado, el Gobierno de Pedro Sánchez, con sus últimas medidas de carácter social contrarias a lo aplicado por el Ejecutivo de Mariano Rajoy, está ganando espacio en las encuestas. Por otro, la amenaza del partido de Albert Rivera, a pesar de que quedó parcialmente desactivado tras la moción de censura porque se demostró que su líder no tenía ningún tipo de discurso, sigue latente y con muchos millones de votos que en el PP entienden que son suyos.

Por esta razón Pablo Casado ha mostrado una doble cara en este desayuno informativo. Ha mostrado su conservadurismo en razonamientos como el derecho a la vida (búsqueda del voto de los ultracatólicos), el respeto casi fanático a la figura del Jefe del Estado (búsqueda del voto de quienes no creen que haya que reformar nada en el país), la negación de la memoria histórica (búsqueda del voto de la extrema derecha que, aunque minoritaria, aún mantiene su espacio dentro del PP) o el planteamiento del mantenimiento del estado del bienestar soportado por una política económica basada en el libre comercio (búsqueda del voto de los liberales).

En el primero de los puntos, Pablo Casado ha entrado directamente en el respeto al derecho a la vida, lo que, por consiguiente, supone un acercamiento a las posturas negacionistas de los derechos de la mujer como, por ejemplo, el aborto. Sin embargo, no se ha metido en aspectos mucho más delicados como la gestación subrogada adhiriéndose a lo aprobado en el anterior Congreso del Partido Popular en la ponencia dirigida por Javier Maroto que ponía la postura del PP en base a lo que determinara el Comité de Bioética. Es curioso que a la salida del acto dos camiones de la organización ultra Hazte Oír estuvieran circulando a las puertas del Palace haciendo campaña en favor de Pablo Casado.

En referencia al punto de respeto de las instituciones actuales ha sido curioso que se hablara del consenso y de la reconciliación de la Transición y, cuando ha salido a la palestra la continuidad de la Monarquía tras el último escándalo de las grabaciones de Corinna zu Sayn-Wittgenstein en las que se denuncian hechos presuntamente delictivos por parte de Juan Carlos de Borbón, Casado ha sido contundente al afirmar que «no apoyará una comisión de investigación que busque el desprestigio del Rey». Es incongruente hablar de consenso cuando se cierra la posibilidad de entrar en el debate de la Jefatura del Estado, un debate que se cerró en falso en la Transición ya que no se les dio a los españoles la capacidad de elección del modelo de Estado que querían para la democracia que estaba naciendo.

También Casado ha mostrado dos caras en referencia a la memoria histórica, sobre todo cuando ha sido cuestionado por la exhumación de los restos del dictador Francisco Franco del hipogeo del Valle de los Caídos. «No gastaría un euro en sacar los restos de Franco». Relacionado con el punto anterior de la reconciliación que presuntamente supuso la Transición, es una incongruencia por parte de Casado no aceptar que para la salud democrática de este país Franco no puede pasar ni un minuto más en el Valle de los Caídos. Hay que recordar las declaraciones que hizo el ahora candidato a la presidencia del PP cuando afirmó que «los de izquierdas son unos carcas, todo el día con la fosa de no sé quién». Cada cuerpo que se encuentra en una cuneta o en una fosa común es una herida que no se cerró en la Transición y, por lo tanto, no puede haber una reconciliación completa de las «dos Españas». Casado, a pesar de que fue preguntado por la concentración de los ultras en el Valle de los Caídos del día de ayer, no hizo mención a la misma ni, por supuesto, la condenó. Eso sí, hizo referencia a la recuperación de los votantes del PP que se marcharon a VOX.

Finalmente, Casado mostró una doble cara al plantear la necesidad de apuntalar el estado del bienestar, pero basándolo en un modelo económico sustentado por el libre comercio y la baja fiscalidad. Esos dos conceptos son antitéticos, salvo que se regulen bien o que se deje en manos de empresas privadas. El estado del bienestar es una obligación que tiene cualquier Estado democrático para con su pueblo y no se puede dejar en manos de los intereses de las élites económicas o empresariales. Ya hemos visto cómo una legislación como, por ejemplo, la reforma laboral tiene resultados muy dañinos para el pueblo porque su redacción se asimilaba a la perfección a las reivindicaciones de la patronal. Por otro lado, la baja fiscalidad sólo puede sostener el estado del bienestar si los que más tienen pagan los impuestos que les corresponden y no se da la circunstancia de que grandes multinacionales pagan menos porcentualmente que un trabajador con nómina o, directamente, les sale la declaración negativa.

Sin embargo, y a pesar de esta doble cara que ha mostrado en su presentación en el Fórum de Economía, la única solución para que el centro derecha español tenga la fuerza suficiente para frenar al ultranacionalismo de Ciudadanos es Pablo Casado y la unión de todas las candidaturas en torno a él demuestra que el Partido Popular se ha dado cuenta de que sería una tragedia que ganara Soraya Sáenz de Santamaría, una tragedia para el partido pero, sobre todo, una catástrofe para España.

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