Susana Díaz: un discurso partidista y de perdedora

Hasta el último respiro la presidenta en funciones de la Junta de Andalucía se caracteriza por patrimonializar lo público para lanzar un discurso partidista, más bien personalista, que demuestra el mal carácter de perdedora que posee. Susana Díaz ha querido despedir el año a los andaluces y andaluzas siguiendo el patrón de sus propias miserias. Un discurso no para que Andalucía sienta su andalucismo, al menos, sino para enfrentar y señalar como peligros generales los personales. Un discurso de una perdedora que sale por la puerta indicando que sólo ella es la solución a los problemas que ella misma ha generado. Al menos ha vestido el negro de luto riguroso por la pena que siente por dejar San Telmo.

“La amenaza de los populismos crecerá si logran imponer su criterio los que apuestan por vaciar nuestra autonomía y mutilar nuestras competencias. Eso significaría una regresión histórica, volver al centralismo más rancio” ha dicho la casi ex-presidenta. El problema es que no ha especificado qué populismos porque, acostumbrados a que los populistas fuesen las gentes de Adelante Andalucía, no se sabe bien si los sigue incorporando a ese peligro. Debería haber hablado de extrema derecha o neofascistas para que las personas de bien entendiesen el significado porque decir populistas sólo supone blanquear a quienes quieren romper la convivencia. Lo peor es que habla de un vaciamiento que, constitucional y jurídicamente, no se puede producir sin el consentimiento de las izquierdas. Como siempre ha hecho habla de peligros inventados para hacerse la mártir, salvo que ahora Andalucía, esa que quería que fuese “su” Andalucía, le ha dicho que ya no cree en sus lágrimas de cocodrilo.

Si Andalucía está en peligro, aún más lo está Europa y España. “»Europa es un espacio de libertad y derechos que siempre nos ha servido como espejo. Esos ideales están seriamente amenazados por el auge de los populismos y de los nacionalismos egoístas. Ni Andalucía ni España son ya ajenas a ese peligro» ha advertido. Y dale con los populismos que no son tales sino neofascismos. ¿Por qué no querrá decir esa palabra o extrema derecha? Porque su odio con Podemos sigue muy presente sin darse cuenta que mirando sólo a los cuñados naranjas, que es lo que ella anhela, quienes además la han abandonado como a la zarzamora, los peligros que le afectan tanto hoy, hace dos meses no, van a seguir presentes. Y lo del nacionalismo deja fuera al nacionalismo excluyente español evidentemente. El nacionalismo étnico de PP, Vox y Ciudadanos, nada que ver con otros tipos de nacionalismos, es tan amenaza para ella como el catalán. El problema es que sigue sin darse cuenta que su derrota en escaños se produce por culpa de ella misma y su forma de gestión, de su chulería, de su soberbia, de su “mala follá”. Que es a ella a la que no quieren los andaluces y andaluzas, no a un señor a 800 kilómetros.

No contenta con eso, comienza a hablar de valores que traspasan las fronteras de su propia institución: “Mantener el terreno conquistado, sostener los derechos y libertades y continuar avanzando para alcanzar mayores cotas de igualdad es algo que se logra día a día gracias a la acumulación de esfuerzo de una generación tras otra”. Justo unos derechos y libertades que ella no es que haya sido la más defensora en la propia Andalucía o en España. Sólo hay que pensar en la “máxima autoridad” para darse cuenta de que las libertades sólo las respeta cuando no le afectan a ella. La secretaria general de un PSOE-A que es como la mafia calabresa donde al discrepante se le saja el cuello sin dudarlo, donde al que de buena fe avisa de peligros en la gestión se le condena a galeras, o donde sólo funciona el ordeno y mando. Cuando se habla de valores democráticos hay que demostrarlos. Por eso Andalucía le ha dicho adiós.

El resto del discurso, que pueden ver en las redes sociales, el típico autobombo de Díaz situándose en un altar político. Un altar que ella no ha visto que le han quitado las andaluzas y andaluces. Un altar que ella ha perdido por su mala cabeza, por querer ser más papista que el papa. Cuando los chicos y chicas andaluces sufrían un calor terrible en las aulas, porque ella no les ha puesto refrigeración y se gasta el dinero en tonterías de autobombo, le estaban señalando el camino de salida, por ejemplo. Pero esto aún no lo ha aceptado. Es tan soberbia que, tras la derrota (porque no parece que vaya a gobernar), sigue sin ver todas aquellas acciones personales y de gobierno que le han puesto en la salida. Aún no es capaz de admitir que su tiempo en política está a punto de acabar pues, por mucho que ella piense lo contrario, no tiene capacidad para más. Ha demostrado cómo lograr que el PSOE deje de gobernar en Andalucía. Después de eso sólo le cabe presentar curriculums para ver si tiene suerte y la cogen en algún lugar. Ella y sus conmilitones claro, que tampoco se han enterado. Porque, por su discurso ayer, parece que la culpa es de otros (como siempre), o lo que es peor, es culpa del pueblo andaluz. Está tardando.

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