Enigmático y fascinante por igual, Trotski bien entrado el siglo XXI sigue siendo una de las personalidades más atrayentes para detractores, seguidores y estudiosos del pensamiento político contemporáneo.

Lev Davidovich Bronstein nace el 26 de octubre de 1879 en Yanovka. Una centuria después del estallido de la Revolución Francesa; y 38 años antes de la toma del Palacio de Invierno.

De inteligencia avanzada, a los siete años se integra en Jeder, la escuela judía que usaba el yiddish como lengua de enseñanza. Su adolescencia se desarrolla en Odessa, la perla del Mar Negro, considerada en el siglo XIX la Marsella rusa.

Descubre a Charles Dickens, se emociona con la novela Oliver Twist; y se ve atraído por la clandestinidad tras leer El Poder las tinieblas  de Tolstoi.

Cercano a la mayoría de edad llega a Nikoláiev para completar su educación, cuando ya era un apasionado de las matemáticas descubrirá el interés por la militancia.  Conoce a Franz Shvigovsky en 1896, un jardinero que arrendaba una huerta en las afueras de la ciudad. Este checo de origen sostenía un pequeño círculo para los estudiantes y obreros de ideas radicales. Leía en varios idiomas, devoraba los clásicos rusos y alemanes, así como revistas y periódicos extranjeros prohibidos. Shvigovsky siempre estaba dispuesto a facilitar libros y folletos incómodos para el régimen zarista.

Trotski cultiva en este ambiente su pensamiento político al que pertenecía Aleksandra Sokolovskaya, hija de populista, y marxista de convencimiento, que acerca al joven León a las ideas de Engels.

Se gradúa en 1897 como uno de los primeros de la clase, con toda la disposición en materializar sus anhelos de libertad. A los 19 años ya conoce el arresto y la deportación a Siberia. La cárcel le sirve para madurar políticamente y absorber las enseñanzas de otros revolucionarios mucho más experimentados. En prisión le impresiona El desarrollo del capitalismo en Rusia, de Lenin.Tras cuatro años de encierro conocerá al autor del libro después de fugarse de Verjolensk y huir de Siberia en 1902.

Nueve meses más tarde del encuentro con Lenin, participa en el Segundo Congreso del Partido Socialdemócrata de Rusia. El encuentro que dará lugar a la escisión entre mencheviques y bolcheviques.  Troski cuestiona con dureza el modelo de organización del partido y expresa sus diferencias con Lenin en Informe de la Delegación Siberiana.

Conoce a  Natalia Sedova en 1903 en París, la que sería su segunda esposa, y apoyo principal hasta el final de sus días. Un año después comienza la relación con los mencheviques, que romperá tras su ingreso en prisión en San Petersburgo. Durante su segundo encarcelamiento lee a los clásicos más destacados de la literatura francesa y escribe Balance y Perspectivas.

La revolución para Trotsky va ligada a los anhelos europeización desde antes de 1917. Un año antes de la Revolución de Octubre arriba a San Sebastián, conoce Madrid, y tras pasear 10 días por la ciudad, y disfrutar de la pintura española es arrestado durante el transcurso de un espectáculo deportivo. Según el jefe de policía de la ciudad, “sus ideas eran un poco demasiado avanzadas para España”. Terminará partiendo de Barcelona a Nueva York en compañía de su familia, sin saber si regresará al viejo continente. “Esta es la última vez [le escribió Trotski a su amigo Alfred Rosmer] que le echo una mirada a esa vieja canalla Europa”.

Regresará de los EEUU meses más tarde para protagonizar la revolución rusa. Cercano a los cuarenta traslada la exigencia a los cuadros que dirige, y muestra su determinación sin pestañear. Clausura cabeceras y aunque nunca expresó su voluntad de ejercer el monopolio de la prensa, tiene claro la destrucción del existente, y la nacionalización de las imprentas y fábricas de papel. Durante la guerra contra las Guardias Blancas, no dudó en tomar como rehenes a la familia de quienes traicionaban al Ejército Rojo y se cambiaban de bando.

Llega a obtener los reconocimientos con su nombramiento como comisario de la Guerra y presidente del Supremo Consejo de Guerra, y es condecorado con la Orden de la Bandera Roja. Nunca tendrá más adelante un galardón tan grande como político y militar.

Compensa en parte la frustrada Paz de Brest-Litovsk que Trotski se toma como un fracaso personal. “Toda su conducta está dominada por su ego, pero su ego está dominado por la revolución”, dijo de él un amigo.

Tras ofrecer otra muestra de firmeza, y aplastar la rebelión de Krondstad en 1921, como último mérito de guerra, inicia las batallas por aumentar la democracia en el partido, terminar con la burocratización, y mejorar la política económica de la URSS. Reivindica la idea que en 1917 llevó al triunfo de la revolución rusa, basada en aprovecharse de la marea, aquélla que si se deja pasar es posible que no vuelva durante décadas.

Tras la desaparición de Lenin, Trotski es expulsado del Comisariado del Pueblo del Ejército, y derrotado por Stalin en la Tercera Internacional, donde impone su autoridad en todos los partidos comunistas de Europa.

En 1928 sufre la deportación a Alma-Ata, y muere su hija Nina con tan sólo 26 años de edad por tuberculosis. Entonces toma el Quijote como libro favorito, meses antes de ser expulsado de la URSS para siempre, y exiliarse en Turquía.

A partir de ahí se intensificará su producción literaria.  Gracias a los Rosmer colabora en  The New York Times y Daily Express. A Trotski no le silencian por su talento literario, y se convierte en un referente para los perseguidos de izquierda en todo el mundo. Goza de cierta libertad y solvencia económica por sus publicaciones y el bajo coste de la vida en Turquía, y extiende su  influencia política a EEUU, México, Indochina, Indonesia y Ceilán.

En 1933 se suicida su hija Zina. Aun así, no abandona su militancia, ni tiene tiempo para el duelo. Como antifascista incita en la primavera a las potencias occidentales a formar una alianza contra Hitler. Tras cinco años en Turquía, se muestra cada vez más deseoso de establecerse en Francia. Y lo consigue después de serle revocada la orden de expulsión de 1916.

Allí vive en peores condiciones que en Turquía, recibe la noticia del asesinato de Serguéi Kirov en 1934. A las acusaciones de instigador de dicho magnicidio le siguen los procesos contra Lev Kámenev, Grigori Zinóviev, y la captura su hijo Sergei Sedov.

Maltratado por Francia, se despidió del país galo rumbo a Noruega, donde termina en 1936 su obra maestra: La Revolución traicionada. Padece la persecución de los partidarios de Quilsing, y las acusaciones de utilizar Noruega como base de su conspiración contra la URSS. Desengañado, abandona Europa. A Trygve Lie, futuro secretario general de la ONU después de la II Guerra Mundial, y por entonces ministro de Justicia le espeta: “Este es vuestro primer acto de capitulación frente al nazismo en vuestro propio país. Pagaréis por ello. Os sentís seguros y en libertad de tratar un exiliado político como os venga en gana. Pero el día está cerca – recordadlo – el día está cerca en que los nazis os expulsarán de vuestro propio país, a todos vosotros junto con vuestro Pantoffel-Minister-President”.

Dos décadas después vuelve a tomar rumbo a Norteamérica gracias a la gentileza del presidente mexicano, Lázaro Cárdenas. Se instala inicialmente en la Casa Azul, en Coyoacán, domicilio de los pintores Frida Kahlo y Diego Rivera. El tiempo que dura  su último exilio,  el Fiscal General de la URSS, Andréi Vishinsky, acusa a Trotski de mantener acuerdos con Hitler y Japón, y recibe las noticias de los encarcelamientos de Karl Radek y Grigori Sokólnikov.

Lidera el contraproceso internacional, y alega en el mismo: “La experiencia de mi vida, en la que no han escaseado ni los triunfos ni los fracasos, no sólo ha destruido mi fe en el claro y luminoso futuro de la humanidad, sino que, por el contrario, me ha dado un temple indestructible. Esta fe en la razón, en la verdad, en la solidaridad humana que a la edad de dieciocho años llevé conmigo a las barriadas obreras de la ciudad provinciana rusa de Nikoláiev, la he conservado plena y completamente. Se ha hecho más madura, pero menos ardiente”.

Diego Rivera le comunicará la muerte de su hijo y dirigente destacado, León Sedov. A este nuevo golpe le siguen las acusaciones de conspiración contra Lázaro Cárdenas – no reconocidas por el presidente -, y el respaldo de la viuda de Lenin, Nadezhda Krúpskaya, a los procesos de Moscú.

“Uno es viejo cuando no tiene expectativas por delante”, le solía decir su esposa Natalia Sedova. Nunca cesó en la actividad, y tras el asesinato de Kirov el trotskismo crece en el exterior tras la proclamación de la Cuarta Internacional, en la que León expresó convencido que ganaría millones de militantes. La misma exageración con la que recordaba que Nerón fue deificado, y después su nombre fue borrado de todas las partes posibles, en clara referencia a Stalin.

Tras el frustrado atentado de 1940, incorpora en su rutina una frase que le dirigía a Sedova nada más levantarse: “¿Ya ves? Anoche no no nos mataron, después de todo; y todavía te quejas”.

La mañana del 21 de agosto fue la última que pudo pronunciar dicha oración. La costumbre de retirar a los guardias con frecuencia cuando recibía visitas, facilitan que Ramón Mercader asesine con piolet a un hombre con un cerebro de enormes dimensiones, y gran fortaleza. Capaz de aguantar el ataque, embestir al agresor y morir horas después en el hospital.

“Me reservo el derecho de determinación por mí mismo el momento de mi muerte… Pero cualquiera que fueren las circunstancias… moriré con fe inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y su futuro me da aún una capacidad de resistencia que no puede dármela ninguna religión”, dejo escrito en su testamento político.

Doscientos años después del nacimiento de Marx, leer a Trotski resulta imprescindible para abordar la implantación de las ideas comunistas y socialistas en el mundo. Marxistas-revolucionarios, bolcheviques-leninistas o comunistas internacionalistas; sus detractores y cultivados reinterpretarán las luchas contemporáneas de quienes como afirmó Ernest Bloch, tras perder las certezas, solo les quedó la esperanza… Hasta en el siglo XXI.

J. L. Torremocha Martín

Periodista y analista político internacional

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