Cumplir cuarenta años de existencia para una corriente ideologizada dentro de un partido donde ya se habla abiertamente de socialdemocracia del siglo XXI –hasta no hace muchos años, incluso bajo el felipismo, se añadía a socialdemócrata el apelativo “de mierda”- es una victoria. Pírrica pero victoria al fin y al cabo. No han sido sencillos estos cuarenta años de existencia, más bien todo lo contrario pues no han sido pocas las ocasiones en que distintas ejecutivas, da igual federales, que provinciales, que regionales, que locales, han intentado torpedear la acción de la corriente de Izquierda Socialista.

Hoy hace justo cuatro décadas, aquellos y aquellas que quedaban del sector crítico, bajo la auctoritas de militantes históricos como Luis Gómez Llorente, Pablo Castellano, Francisco Bustelo, Carlos López Riaño o Manuel Sánchez Ayuso presentaban públicamente el manifiesto de la Izquierda Socialista. No eran corriente en sí porque estaba prohibido por los férreos estatutos ideados por Alfonso Guerra para procurar la tranquilidad al “líder carismático” Felipe González, pero era la forma más lógica de poner negro sobre blanco y afianzar eso que las prácticas políticas en el seno del PSOE se habían venido produciendo por numerosos militantes. No eran antifelipistas aunque eran contrarios al felipismo, eran marxistas gradualistas en la lógica tradición del partido, eran pacifistas (algo que luego sería clave) y, especialmente, eran pablistas. Ser pablistas era defender la democracia interna, los principios ideológicos, la fuerza de la práctica política en ligazón con el sindicalismo de clase, el rechazo de todo hiperliderazgo, una fuerte ética que se acompañaba de austeridad y un rechazo a dejarse llevar por la política espectáculo y el electoralismo. “El PSOE y, en su seno, la Izquierda Socialista, retomará como primordial objetivo interno y externo la lucha ideológica y la formación ciudadana, consciente de que dicho esfuerzo, por lento y difícil que sea, fortalece la organización obrera”.

La OTAN, la Huelga del 14D, la corrupción y el GAL: los años de González

Llegó en 1982 el triunfo arrebatador de González y con ello comenzaron a vislumbrarse las contradicciones entre los postulados que se decían defender y los hechos provocados por la acción de gobierno. El primer choque en que las gentes de Izquierda Socialista tuvieron que posicionarse fue la pelea entre Gobierno y sindicatos de clase. Algo que suponía abrir una profunda herida que no se ha terminado de cerrar entre las dos organizaciones hermanas, PSOE y UGT. Las drásticas medidas de Miguel Boyer y Carlos Solchaga, con el proceso de reconversión industrial a la vista, supuso una ruptura de familia en la que las gentes de la corriente crítica se posicionaron, como era de esperar, al lado de la lucha sindical.

Mientras tanto y para apaciguar la situación con los críticos, inteligentemente Guerra propuso una conferencia de organización para incluir a las corrientes de opinión dentro del anclaje de partido. Cabe recordar que Izquierda Socialista rechazó en 1981 acudir a la celebración del 29° Congreso del PSOE que terminó a la búlgara como bien reflejaron en la prensa de aquellos años. Inquietaba mucho más a Guerra que a González, que estando en el gobierno, con las contradicciones que ello implicaba, al final pudiesen perder la mayoría interna (recuérdese que el que ganaba las votaciones se llevaba todos los delegados y se votaba por federación) y que la prensa les señalase por la falta de democracia interna. Al final se legalizaron las corrientes pero los conflictos no desaparecerían porque una nueva contradicción ya amenazaba en lontananza.

En el 30° Congreso ya se planteó la posibilidad de que el gobierno socialista apoyase la permanencia de España en la OTAN, aunque sin integrarse en la estructura militar. Aquello provocó un gran revuelo dentro de las filas socialistas y permitió a Izquierda Socialista recordar que el partido había sido siempre, salvo algunas propuestas de Luis Araquistaín, contrario a pertenecer a alguno de los dos bloques político-militares. Comenzó González a presentar aquello como una necesidad de gobierno para todos los españoles –se pisaba el “OTAN de entrada, No”- ya que se iba a conseguir la entrada en la Comunidad Económica Europea o mercado común. Con la llegada del referéndum sobre la materia las gentes de Izquierda Socialista valoraron mucho más los principios defendidos que las cosas del gobierno, vislumbrando que aquello de no entrar en la estructura militar tendría poco recorrido. Así fue muy normal en la campaña contra la OTAN ver a Antonio García Santesmases, a Eugenio Morales, a Manuel de la Rocha, a Castellano y otros mitinear con la sociedad civil y el PCE contra la permanencia en la OTAN. Esto les costó una reprimenda del partido y a la postre a Castellano la expulsión del partido.

Con el contrato de formación y la huelga general de 1988 Izquierda Socialista se veía en la tesitura, nuevamente, de ser disciplinados con la senda que había tomado el partido o defender los principios de un partido de clase. Como es evidente apostaron por lo segundo y apoyaron la huelga general convocada por UGT y CCOO. El hartazgo con las contradicciones que se veían, el endiosamiento de González, los comportamientos extraños y burgueses de todos los que iban ocupando cargos (aquello del cambio de las tres ces: casa, compañero/a, coche) y el olor a podredumbre que empezaba a salir de las cloacas del Estado. Cuando se destaparon los casos Juan Guerra, Filesa y Gal, Izquierda Socialista estuvo defendiendo los principios éticos que muchos de sus compañeros, para no tener que volver a trabajar si es que aun conservaban el trabajo, se tragaban, reaccionando como verdaderos fanáticos no queriendo ver los que pasaba. Allí estaban las gentes de Izquierda Socialista como Juan Antonio Barrio o Vicent Garcés para señalar lo que pasaba. A eso súmenle a García Santesmases diciéndole a González en los comités federales (algunos duraban hasta ¡¡¡dos días!!!) que la doctrina social de la iglesia católica de Juan Pablo II era más de izquierdas que sus propuestas, o a De la Rocha batallando contra todos los pelotas del secretario general que calificaban de traidores a las gentes de la corriente de opinión  por decir lo que era vox populi y evidente: corrupción, terrorismo de Estado y pérdida de principios en favor de la idolatría.

La apuesta por Borrell y la negativa reformar el art. 135

El tiempo iba pasando, González decidía marcharse de la secretaría general tras la derrota de 1996 (año en que, por cierto, España entró en la estructura militar de la OTAN como había denunciado Izquierda Socialista) no sin antes recordar en entrevista en Antena 3 que en el momento de la despedida su primer recuerdo era para el fundador de IS Gómez Llorente en un hecho tan freudiano que sigue sin explicación lógica. Para dotarse de autoridad, ya que su nombramiento fue dedocrático, Joaquín Almunia tuvo la ocurrencia de establecer las primarias para elegir el candidato a la presidencia del gobierno y ahí Izquierda Socialista se sumó con todo al candidato Josep Borrell. Personaje al que siempre han situado a la izquierda del PSOE pero que en caso de duda siempre ha estado con la clase dominante y con la OTAN. El caso es que comparado con Almunia parecía mejor. Borrell venció, el aparato felipista le hundió y después de un estrepitoso fracaso en las elecciones de 2000 el PSOE tuvo que buscar una nueva persona para ocupar la secretaría general.

En esa elección Izquierda Socialista apostó por Matilde Fernández, guerrista, ex-ministra, feminista y persona que había pasado buena parte de su vida en la UGT bregando en una federación como la de Químicas. Apostar por José Bono no se hubiese entendido, como tampoco por Rosa Díez o el neoliberal de la postmodernidad José Luis Rodríguez. No ganaron y al poco el vencedor les robó de manera torticera el discurso del republicanismo. Como bien contó hace tiempo el miembro de Izquierda Socialista Mario Salvatierra “Zapatero nos acabó robando el discurso ético y republicano para hacer lo contrario”. Aquí comenzaron unos años de la corriente con menos presencia pública de la que sus tres diputados podrían dar a entender. Pareciera que pelear contra el felipismo les hubiese dejado exhaustos. También hubo sus peleas internas por envidias y celos personales que no se comprenden cuando eres una minoría perseguida, además, por el aparato de Almunia o de José Blanco. Cierto es que los diputados de Izquierda Socialista se negaron a votar el cambio del artículo 135 de la Constitución que permite salvar a los bancos antes que a las personas. Eso supuso su expulsión de las listas en las siguientes elecciones.

Después de Pérez Tapias

En 2015 se pudo ver, tal y como se ha desarrollado la historia posterior y anterior, el canto del cisne de Izquierda Socialistas. Juan Antonio Pérez Tapias fue presentado como candidato a las primarias del PSOE donde no venció pero convenció bastante más que el vencedor, apoyado por el aparato de las baronías, Pedro Sánchez y el otro perdedor Eduardo Madina. Ese 15% de los votos fue algo grandioso ante la poca presencia de la corriente dentro del partido y también provocó que muchas personas pensasen que aquello podría servir de plataforma personal. Sánchez, no se sabe bien el porqué, decidió que la corriente molestaba y pidió a su secretario de organización, César Luena, que propusiese la eliminación de las mismas en el siguiente congreso a celebrar en cuanto las elecciones generales lo permitiesen. Tras dos “resultados históricos” Sánchez dimitió por no admitirle la ejecutiva federal y el comité federal un congreso exprés, más las presiones para que se abstuviese como había prometido a baronías y grandes empresarios en la votación de investidura de M. Rajoy e IS se salvó… de momento.

Una parte de la corriente se puso del lado de Sánchez II en su vuelta a la secretaría general, otra se abstuvo o apoyó a Susana Díaz al poder leer las propuestas orgánicas que presentaba el candidato. Andrés Perelló fue uno de los principales valedores de Sánchez en ese tiempo, como lo fue Pérez Tapias. El primero disfruta de su estancia en París y actúa como Pepito Grillo de vez en cuando en la Ejecutiva, el otro abandonó el PSOE al ver que, en realidad, nada había cambiado. El caso es que por el camino Sánchez no ha tenido que recurrir a la expulsión estatutaria de las corrientes para acabar con Izquierda Socialista, la ha adormecido y se ha negado a reconocer a las personas elegidas en Asamblea Federal. Un entrismo que ha funcionado para dar una estocada a Izquierda Socialista, aunque sigue existiendo un bastión importante de militantes pablistas, marxistas y éticos que siguen defendiendo el legado de aquellas personas que le antecedieron. Como los que se agruparon en torno a De la Rocha en la candiatura a las primarias de la alcaldía madrileña frente al dedazo de un outsider del partido y de la política, demostrando que no todo vale en un partido de la clase trabajadora.

Haber luchado contra Felipe González en todo su esplendor y potencia ya supone un hito histórico, seguir defendiendo las esencias históricas del PSOE –donde algunos sacan los retratos antiguos para figurar-, defender la conciencia de clase, la lucha contra el militarismo, la ética y la democracia interna, más ahora en que parece que cualquier disenso debe ser perseguido, donde la libertad de expresión y de pensamiento se criminaliza (sólo hay que leer el reglamento del PSOE), donde la ética no tiene cabida porque el principio de contradicción (decir hoy una cosa y mañana la contraria) ha desaparecido, donde el pablismo en las formas y los usos han quedado enterrados en favor de lo espectacular, de la tecnocracia y los asesores áulicos, aún hay un espacio para que Izquierda Socialista tenga un sentido histórico. Aquello que criticó en su momento Gómez Llorente sobre el felipismo: idolatría, hiperliderazgo, pérdida de democracia interna (las Agrupaciones son sedes fantasmas en casi toda España), mercadotecnia antes que principios, lucha contra el imperialismo, europeísmo de la clase trabajadora, etcétera sigue estando presente en la vida del PSOE. Cuarenta años de lucha por el socialismo. Cuarenta años de disgustos y alegrías. Cuarenta años que hay que agradecer a muchas personas que ya no están y que defendieron los valores del socialismo antes que poder desarrollar carreras políticas bien pagadas. Cuarenta años de lucha por la libertad de expresión, de opinión. Cuarenta años de asamblearismo como verdadero elemento democrático dentro de un partido. Cuarenta años de defensa de un partido que no sólo piense en lo institucional sino en la conexión en igualdad con las entidades de la sociedad civil y de la clase trabajadora para aprender de sus prácticas y compartirlas en muchas ocasiones. Cuarenta años de lucha de clases y batalla cultural. Cuarenta años pudiendo decir con la cabeza bien alta que otro socialismo es posible. Cuarenta años que merecen un “felicidades” por haber sido dignos representantes de los valores que se dicen defender. Igual muchas personas no recuerdan a Gómez Llorente, Salvatierra, Morales, García Santesmases, Castellano, De la Rocha, Barrio de Penagos, Garcés, Pérez Tapias, Bustelo, Fernando Baeza, López Riaño, José Manzanares, Manuel Mata, Ana Noguera, Antonio Chazarra, Francisco Cordero y tantas personas en tantas agrupaciones del PSOE defendiendo los valores del partido que se fundó hace 140 años, pero sin ellos la historia del PSOE sin duda hubiese sido peor.

1 Comentario

  1. Buffff Santiago, qué pereza leerse un artículo tan largo sobre algo tan caduco como Izquierda Socialista. TL;DR.

    Al final, el tiempo pone todo en su sitio, y en mi modesta opinión trasladando el P??E a un contexto más actual, IS sería el Ciudadanos dentro del P??E, siento Felipe «GAL MrX» Glez el equivalente a un Abascal de hoy. Penoso.

    Y penoso es que en el P??E de hoy en día la militancia sigra tragando con impresentables integrales como Fernández Vara (que se vaya a dar la vara a su casa, por favor), Lambán-Lambiscón, Page-ado o Susana Díaz. Yo que vosotros les echaba a patadas para que no hundan más vuestro preciado partido…

    Buena semana 🙂

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