“Agudo, valiente y divertido análisis de la impostura moral de nuestro tiempo”. Así, para que Penguin Random House pueda ponerlo en una de esas ¿odiadas por muchos? fajas, en la segunda edición, se puede resumir en una frase el libro de Edu Galán, La máscara moral. Por qué la impostura se ha convertido en un valor de mercado (Editorial Debate). Y eso que tenía mis dudas al principio. Su anterior libro (El síndrome Woody Allen) no me pareció tan acertado pues el análisis estaba muy manido a nivel tanto nacional como internacional. No en grandes grupos editores, tal vez, pero sí que se había escrito bastante sobre ello años ha. Tampoco ayudaba el curriculum del propio Galán: “comiquillo” que suele aparecer en televisión (lo que lleva aparejado, aunque no lo quieran reconocer algunos y algunas, un camino más sencillo hacia la publicación); y seguidor de la filosofía de Gustavo Bueno (amado y odiado a partes iguales).

En esta ocasión, y es algo que me animó a la lectura, valoré que la temática versa sobre psicología social. Galán es psicólogo y me dije: tonterías o “pajas mentales” no va a escribir. Seguro que algo serio, dentro de los límites obvios del tipo de trabajo, habrá puesto negro sobre blanco. La realidad es que no es un libro de un comiquillo sino de una persona “pública” que, en base a sus conocimientos, analiza con preocupación lo moral insertado en lo social. Sin duda es una segunda parte del anterior trabajo aunque en esta ocasión analiza la parte menos aceptada por cada uno: la importancia moral y su utilización para el mercadeo social (con su correspondiente recompensa pecuniaria, en ciertas ocasiones).

Ya no me tocará pelearme con su amigo Arturo Pérez Reverte (en buena lid, no vayan a pensar) sobre la novedad teórico o no del libro. Es un buen libro que, si ustedes lo leen  y se sumen en la modestia, verán como se ven reflejados en él. Especialmente si son usuarios habituales de las redes sociales y se dejan llevar, o no, según la ocasión por la turbamulta del momento. No hace referencia directa al hombre-masa orteguiano pero ahí está en espíritu recorriendo buena parte de los párrafos de la obra. La moral como mecanismo de postureo es lo propio de nuestro tiempo, tanto como el cinismo moral o la hipocresía de cada uno. Porque existe mucha impostura para vender lo propio, para hostigar al contrario, pero muy poca para la praxis diaria de cada cual.

Tomando como referencia la división que hace el propio Galán entre moral (colectivo) y ética (individual), somos morales para con los demás, para mostrarnos, para vendernos pero muy poco éticos en nuestro día a día. Mientras leía el libro me he acordado, porque es actual, de cierto director de periódico (católico, por cierto, el periódico) que está obsesionado con los gastos, fastos y el Falcon (algo bueno en sí), pero que calló, siendo director de otro medio muy del abecedario, cuando todos los españoles pagábamos el cuidado médico del padre de un presidente en Moncloa. A esto se refiere Galán en parte del libro.

El periódico como la persona o el partido se venden como entres perfectos moralmente hablando. No hay mayor entidad moral que la propia. Algo que sirve para vender periódicos (o tener más visitas), para obtener más seguidores (y suscripciones a canales digitales) y monetizarlo, o captar más votos que los demás. Una impostura completa que se ofrece como cualquier bien de mercado aunque luego no se crea en ello. Si se piensa tal sólo como bien de mercado, esa construcción moral deriva que no hay dilema en hacer la vista gorda, cometer herejía, cuando beneficia el callarse o hace falta por la afluencia de dinero de subvenciones. Ese dirigente político que se llena la boca hablando de democracia, como valor sociopolítico y moral, y en su partido tiene instaurada una dictadura comisarial.

El tristemente fallecido Rafael del Águila publicó en Taurus un libro donde se vislumbraba algo de esto, La senda del mal (2000). El catedrático de Ciencia Política hablaba allí de ciudadanos impecables (aquellos que ponían la moral y la ética por delante en la acción política) y de ciudadanos implacables (aquellos que no ponían impedimentos a la razón de Estado pisoteando un poco o mucho lo ético y moral). Tres años después, (dejen que me haga publicidad) yo mismo escribí sobre los ciudadanos impecablemente implacables, es decir, aquellos que por mor de lo moral son capaces de traspasar todos los límites. La cultura de la cancelación o la impostura moral han llevado al paroxismo al ciudadano impecablemente implacable como nos cuenta Galán.

En esta sociedad hipersensibilizada por las redes sociales, las cuales, nos cuenta el autor, hasta marcan el devenir y el marco moral (ya saben el pezón que no se puede ver en el entorno Meta, por ejemplo), se es implacable, o se pretende, en términos morales. No hay grises, no hay diálogo, todo es blanco o negro. Y esa blanca palidez, por decirlo con Procol Harum, se oferta al mejor postor a la vez que se conmina a las hordas atacar a quien no encaja. Es habitual que algún influencer o político intente alguna cancelación o lance un ataque contra cualquier persona (cerrarle la cuenta) por el simple hecho de haberle contradicho o haber mostrado que eso de la moral y la ética es postureo. Como bien cuenta Galán, este tipo de pérdida de credibilidad cuesta mucho al “vendedor”. Oenegés que hacen X campañas pero cuyos mandamases son unos caras que viven de la subvención y no actúan como dicen que hacen, por ejemplo. De ahí haya un nicho de mercado como “experto” en responsabilidad social corporativa, en limpiador de internet (curiosa esta parte del libro), o “cuidador de moralidad” externa.

Espero que les agrade tanto el libro como a mí (si no nos cancelan antes). No se van a encontrar nada excesivamente académico. Algunas citas se ofrecen porque, al fin y al cabo, hay que rendir cuentas con quienes nos han ensañado algo o quienes han descubierto algún aspecto social incluido en el libro. Para plagiar ya están otros u otras. Un libro bien construido, ameno, con alguna sonrisa mientras se pasa de página, pues el recuerdo de esto o aquella les vendrá a la cabeza, y el cual nos pone a todos frente al espejo. Tras leerlo igual les sobreviene la reflexión y no se dejan llevar por la impostura moral de nuestros días. Sea en redes sociales, sea en su día a día, sea donde sea. Más vale asumir la imperfección propia y reflexionar antes que criticar por muy complicado que sea, tal y como nos dice Galán. Al final esto es un mercado persa y cada cual intenta venderse a sí mismo. Y yo estoy intentando venderles este libro.

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