Cuando parecía que estaba ya todo escrito sobre la IIa Guerra Mundial la editorial Ciudadela nos ofrece una de las sorpresas del año. La guerra de Stalin de Sean McMeekin viene a derribar mitos y ofrecer una nueva perspectiva sobre los antecedentes, el desarrollo y la finalización del segundo gran conflicto armado del siglo XX. Hasta el momento siempre se habían facturado libros con una visión occidentalizada o laudatorios, el historiador de Idaho, haciendo acopio de los archivos de la antigua URSS, ofrece una visión donde Stalin es el protagonista para bien y para mal.

Si usted es un lector de historia habrán pasado por sus manos libros sobre Hitler, sobre Churchill, sobre Roosevelt y sobre Stalin durante el conflicto armado. Habrá leído que gracias a este o aquel se ganó/perdió la guerra. Les habrán hablado, especialmente desde una perspectiva occidental, de la inteligencia que tuvieron los presidentes para guiar el conflicto hacia un satisfactorio resultado final. Se habrán visto rodeados de barras y estrellas, de banderas rojas con la hoz y el martillo, o con la Union Jack. En términos generales habrán leído mitos y más mitos sobre lo buenos que eran unos y lo malos que eran otros. Pero ¿les han contado que la IIa Guerra Mundial fue lo que quiso el soviético?

McMeekin desbroza, sin alabar o ponderar positivamente a ningún momento a los distintos personajes, los tejemanejes de Stalin con los dirigentes políticos implicados. No se esconden ningunas de las matanzas cometidas con total impunidad internacional por el dirigente soviético, ni los problemas que tenía para formar ese “mítico” Ejército Rojo. Se explica perfectamente, al detalle en algunas ocasiones, cómo Stalin manejó el conflicto según sus propias necesidades. Cuando era obvio que el conflicto llegaría pactó con Hitler (el famoso pacto Molotov-Ribbentrop) y mantuvo el acuerdo hasta que el alemán decidió invadir la URSS. Con Roosevelt acordó la entrega de millones de toneladas de armamento, equipaciones tecnológicas y comida a cambio de nada. Con Churchill acordó quedarse con media Europa, por mucho que el premier británico luego hablase del “Telón de acero”.

Cuando Hitler invadía Polonia, Stalin ante la mirada impertérrita de los dirigentes occidentales invadía las repúblicas bálticas, media Polonia y parte de Finlandia (donde le dieron para el pelo al todopoderoso ejército rojo). No se suele hacer referencia a estos hechos cuando se habla del conflicto mundial. Parece que hay que dejar pasar los pecados cometidos por los biempensantes occidentales. Pero había guerra en Europa y no provocada por Hitler precisamente. Los dirigentes británicos y estadounidenses sabían perfectamente lo que había pasado en el Holodomor y en el bosque de Katyn (donde se asesinó sin piedad a miles de polacos de toda condición, incluidos judíos), pero tragaron con todo ello.

Stalin consiguió todo de EEUU, algo que suelen ocultar en los mitologemas estadounidenses (especialmente películas), teniendo agentes soviéticos en los más altos cargos del gobierno. Roosevelt estaba rodeado de agentes que le hacían ver que toda ayuda era poca para defenderse de Hitler y llegó a permitir el espionaje industrial oficial. En Yugoeslavia no tuvo que hacer nada para que Churchill apoyase a los rebeldes de Tito (que tampoco es que tuviesen mucha eficacia guerrera) en detrimento de los chetnicks democráticos. Directamente se ofrecieron a apoyar al futuro mariscal Tito por no se sabe qué.

La guerra, tal y como cuenta McMeekin, se desarrolló tal y como convino a Stalin, pese a que vio muy cerca la derrota en su propio territorio, la cual pudo salvar gracias al armamento y la tecnología estadounidense. El desembarco de Normandía, que costó cientos de miles de bajas a los aliados, fue un empeño del soviético para obligar a Hitler a mover sus divisiones de la URSS, pese a que los generales estadounidenses y británicos insistían en que habría menos bajas entrando por Italia o el Mediterráneo. Y así hasta llegar a las conferencias de Teherán y Yalta, donde les sacó a los dos presidentes quedarse con todo el oriente europeo. Esto último es más conocido pero la novedad está en los subterfugios utilizados por Stalin para arrancarles esos territorios que tenían ganados para la democracia.

Otra de las novedades es la contienda en Asia. Allí Stalin también logró manejar a EEUU como quiso en favor de sus propios intereses. Pactó con Japón un acuerdo de no agresión que mantuvo hasta el penúltimo día del final del conflicto. Mientras tanto la URSS iba moviendo sus piezas para conseguir acabar con Chiang Kai-shek y dar vía libre a Mao, Al final acabaría invadiendo parte de China hasta llegar a Korea donde los generales estadounidenses le hicieron parar (ya había muerto Roosevelt y era Truman el presidente) dejando fracturada la península.

Es mejor que ustedes lean este magnífico libro de historia el cual les desmitificará algunas actuaciones. Las películas, los libros y las series han dado una visión ciertamente distorsionada del conflicto que McMeekin destruye con suma eficacia. Incluso la parte breve de la Guerra Civil española asombrará a más de dos. Un acierto de Ciudadela al publicar en español este magnífico libro que no les dejará indiferentes. Que Stalin era un sanguinario, y para ello hay que tener cierta inteligencia, era conocido, que los dirigentes occidentales fuesen tan pusilánimes no. Si tienen algún conocido al que le guste la historia, este es un magnífico regalo.

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