Busquen un billete con destino a Grecia; déjense caer en cualquiera de esos bellos lugares que la civilización helénica ha legado a la humanidad; tomen asiento y disfruten del libro que hoy les presentamos. Nada mejor que rodearse, aun en el siglo XXI, de un entorno donde lo bello, la verdad y el bien, mejor dicho, donde la búsqueda de la verdad, la belleza y el bien esté como en casa. Si no pueden permitirse el viaje, cuando menos procúrense un lugar tranquilo pues El último verano de Diego S. Garrocho es un libro para disfrutar en tranquilidad. Para reflexionar cada dos páginas o grupo de páginas, sin necesidad de enfrentarse a un texto abstruso o pedante.

Garrocho, que hoy en día es director de Opinión del diario ABC (un acierto), ha reunido en un solo volumen sus columnas periodísticas. Unas columnas, que sin evitar el día a día, ese mismo que se desvanece con la misma rapidez con la que llegó, donde viene proponiendo algo más que la refriega de unos contra otros. Como buen filósofo, porque filósofos malos haberlos haylos, intenta ver más allá de lo que nos presentan como supuesta realidad. Al igual que Platón hablaba de la rememoración de unas ideas que estaban más allá de las sombras, Garrocho nos habla de aspectos vitales bajo el marco del bien, de lo bello o de lo que es verdadero. No dejar engañarse por las sombras que proyectan los amos del cortijo.

Desde un republicanismo cívico, como fuente primaria doctrinal, Garrocho desentraña aspectos de la vida, sea cotidiana o política, en defensa de una verdad poliédrica, de un bien común que no excluye una individualidad necesaria para ser humano (¿demasiado humano?), mediante un debate donde importan más los argumentos que quienes los defienden. ¿Cabe valorar como buena una posición moral si la defiende un sacerdote o un político? Lo que importa, nos dice, Garrocho, es si la proposición es capaz de hacernos concebirla como positiva, “que merezca la pena decir sí”. Porque, por desgracia, las redes sociales y los medios de comunicación son ejemplo claro, parece que sólo pueden existir argumentos contra alguien desde la defensa doctrinaria de lo propio. Eso que se califica de agonal y de posicional que, entiende el autor, es ya algo bastante decadente.

Lo moral no está desligado de la razón sino que lo informa, eso mantenía el recientemente fallecido Joseph Ratzinger, pero el “moralismo” actual donde “haz lo que yo te diga que hagas pero no lo que yo hago” es una lacra. Más si se utiliza a la (supuesta) víctima como observador o locutor más perfecto. Como dice Garrocho: “Todos sabemos que existe un razonamiento ético puramente objetivo, pero eso no impide que podamos aspirar a aliviar la carga subjetiva de nuestros juicios”. Esto es lo que intenta el autor en sus artículos y en buena parte de las páginas del libro que hoy se recomienda. Paradójicamente, ha querido el destino que esta reseña aparezca el día de Viernes Santo, como si leer la obra suponga el primer paso hacia la resurrección.

Sin necesidad de resultar herejes, pues era una metáfora, la realidad es que Garrocho es junto a otros pensadores actuales (vienen a la mente Cerdá, Zerolo, Richi Franco…) un luchador en favor de un debate sano, común y que pueda confluir en unos mínimos (o unos máximos, no hay que ponerse barreras al optimismo) éticos y morales. No porque se quiera dominar las conciencias de las personas sino porque, como seres humanos occidentales, se tiene la obligación de concordar la verdad y lo bueno para el logro de una sociedad en la que merezca la pena vivir y, entonces, justo en ese momento, poder dedicarse a lo estético y buscar la belleza. Que las pasiones nobles, el heroísmo ético, la misericordia, en resumen, lo virtuoso sea algo común y no la excepción. “El bien y la verdad caminan juntos” nos dice Garrocho.

Un libro que toca diversos temas con un mismo hilo doctrinal detrás. No verán que se posicione a favor de uno y de otros, como suelen hacer los columnistas u opinólogos, sino que, desde unos presupuestos propios, analiza la praxis de cada cual. Posiblemente, como lectores, no compartan todo lo que dice Garrocho, pero sin lugar a dudas les hará albergar una duda, socrática si quieren, sobre si ese prejuicio que mantienen es eso mismo, un prejuicio. Para finalizar nada mejor que esta frase del propio autor y que bien puede valer como resumen perfecto de una época, ésta, que nos está tocando vivir (o sufrir): “Empezamos tolerando la posverdad, pero terminaremos abrazando la posmentira”.

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