Desde que comenzó la reclusión pandémica lleva la derecha (que es como dios una y trina: partidos, prensa y capital) intentando acabar con el Gobierno por cualquier vía posible. Legítima, ilegítima e incluso ilegal si hiciese falta. Desde el partido neofascista ya llamaron a un levantamiento militar y la toma de La Moncloa para situar si hiciese falta a Felipe González al frente de un Gobierno de Concentración. Lo normal en mentes atrapadas en el autoritarismo y el doctrinarismo religioso más vil e infecto. Desde el PP, según el día, se pide la dimisión, echar a Podemos y formar un Gobierno de Gran Coalición, o simplemente guillotinar en plaza pública a Pedro Sánchez. Desde la clase dominante se ha dado barra libre a la inventiva de cada aparato para que tomen la estrategia que se desee siempre y cuando suponga un beneficio para las cuentas de resultados y la acumulación capitalista. En la prensa, como han podido comprobar, hay de todo, desde la petición de encarcelamientos masivos (no, a Isabel Díaz Ayuso no le piden cárcel por el genocidio en las residencias de ancianos madrileñas) o los bulos más demoníacos que se les ocurren.

Ahora la moda es provocar un levantamiento violento de la sociedad civil contra el Gobierno. No en este mismo momento porque las personas están recluidas y presas del miedo a contagiarse, pero en cuanto se abra esa posibilidad deberían como buenos españoles acudir en masa y violentamente a manifestarse contra el Gobierno “socialcomunista” y derrocarle. No tienen más obsesión que esa en la derecha. Sibilinamente, por ejemplo, Carlos Herrera hacía una comparación sobre la actitud que supuestamente tomó la izquierda cuando sucedió el caso del ébola. Compara decenas de personas que acudieron a manifestarse contra el sacrificio de un perro, a la necesidad de acudir a las sedes de los partidos para hacer claudicar la democracia. Los sospechosos habituales como Javier Negre o Carlos Cuesta, fascistas aupados por las sectas católicas, piden cárcel, persecución y ajusticiamiento día sí, día también. Lo curioso es que, como en tiempos remotos, vuelven a utilizar la democracia como cortapisa de la instauración de un régimen autoritario donde la izquierda sólo tendría derecho a ser oposición, con suerte.

Todo es parte de una táctica no muy bien diseñada pero que ejecutan en coordinación todos los medios de la derecha (incluido El País). Por una estúpida pregunta del CIS sobre bulos e información veraz han creado, o intentan crear mejor dicho, un estado de opinión sobre un supuesto ataque a la libertad de expresión y de información. O lo que es lo mismo, un ataque contra los medios de esa caverna mediática que, paradójicamente, publica lo que desea (aunque sea mezquino y deleznable), se inventan noticias o hacen uso del autoritarismo ideológico (o se piensa como ellos o se está equivocado y por ello se pierde el derecho a opinar). Lanzan la mentira de que el Gobierno quiere callarles para generar en la opinión recluida y pública la sensación de que se está montando una dictadura bolivariana o comunista. Esto lo habrán leído una y mil veces. Mienten a sabiendas acogiéndose a la libertad de expresión que dicen no existe pero esto les importa poco. Cabría recordar al liberal que más defendió el derecho a la libertad de expresión, léase John Stuart Mill, quien defendía que toda opinión era válida siempre y cuando siguiese un procedimiento racional o procurase la mayor felicidad posible. En contra, si esa opinión o forma de actuar atentase contra la propia persona o el resto de las personas cabría conminarle a rectificar o castigar. Especialmente si eran mentiras sin sustento. Hoy a uno de los padres del liberalismo le metería la derecha en la cárcel (vía ley mordaza seguramente) y le acusarían de comunista.

Les gusta hablar de muertos, enseñarlos a diario y regodearse en las miles de muertes no por una cuestión doliente, sino para calentar los ánimos de las personas que al estar confinadas han perdido contacto con la realidad y sólo se alimentan de las noticias que se les ofrecen y muestran. De esta forma, más el añadido anterior de la acción dictatorial del Gobierno, calientan a las personas que van acumulando rabia. Y esa rabia debe explotar en algún momento. Van soltando bilis en las redes sociales pero desde la derecha se espera y desea que al acabar la reclusión estalle todo en una orgía de violencia contra el Gobierno. Crear caldo de cultivo porque comprueban que la unidad de la izquierda es sólida, cuando menos en sus bases, y que sus dirigentes no están calando entre la población para darle un vuelco democrático. Hay que hacer caer al Gobierno por todas las fórmulas posibles y con la mayor represión posible. Vuelta al guerracivilismo porque lo llevan en la sangre. Son incapaces de pensar una España ideológicamente diversa pero unida en un futuro común. Sólo si esa España es gobernada por los suyos, por ellos mismos, es buena, mientras tanto hay que luchar con todas las fuerzas del mundo contra el Gobierno, aunque éste esté aplicando medidas bastantes más suaves que las de liberales franceses y conservadores alemanes (que sí están nacionalizando). Todo les da igual porque, desde que se formó el Gobierno de coalición, no quieren que avance pues de terminar la legislatura se habrá quebrado el mito de la desunión de la izquierda y ese miedo ancestral inoculado por siglos de ideología dominante contra algo que se medianamente radical. La caterva de derechas es así, antes cuando aparentaban ser democráticos y ahora que se les ve el pelaje pardo.

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