La pasada semana en la Convención del PP el muy mucho liberal y demócrata Mario Vargas Llosa advirtió que, en la América Latina, en numerosas ocasiones se vota mal. No es un problema de elecciones libres –que sobre ello tendría mucho que callar-, dijo, sino de personas que votan mal porque no votan lo que el señor escritor entiende que es lo bueno. ¿Qué es votar bien? Votar a sus amigos y a los elegidos por la NDE (la CIA para entendernos). El resto es votar mal. Si se vota al liberal Juan Manuel Santos en Colombia es hacerlo mal porque termina con el conflicto armado y se fastidia el negocio armamentístico. Si se vota en Colombia por el liberal Iván Duque es hacerlo bien aunque se asesine desde grupos paramilitares y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado a sindicalistas (llevan ya cerca de 500), activistas y personas que protestan. Un mismo país, dos presidentes del mismo uribismo liberal  y cómo se vota bien o mal según Vargas Llosa.

En términos generales lo de Vargas Llosa, sin hacer caso de los ejemplos, es una verdadera boutade. Algo propio del tipo de pensamiento aristocrático o elitista. Todas las personas votan bien y de acuerdo a sus preferencias. Las cuales, por cierto, pueden y deben ser distintas a las de otras personas, no siendo mejor ni peor ese voto. Quien vota en blanco, o nulo, vota bien en tanto en cuanto muestra cierta rebeldía hacia bien el sistema, bien la clase política que ejerce en sufragio pasivo en ese momento. Incluso la abstención, que sería un no-voto en sí, es tan buena y válida como la votación. Si alguien prefiere quedarse en casa, ir al fútbol o al pueblo antes que ir a votar sus motivos tendrá. En cualquier elección libre nadie vota mal y si a alguna de las partes del sistema político, en sentido amplio, le parece que el pueblo vota mal, lo que debe hacer es no acusar señalando con el dedo y preguntarse por qué no han votado lo mismo que uno o a su partido. Es posible que la culpa no esté en el pueblo sino en la élite. De hecho es lo más normal.

Son mucho más graciosos los conspiranoicos que los elitistas enfurruñados. Al menos se inventan historias sobre empresas de recolección de datos que cambiarían los votos (¿A que sí podemitas?), influencias de potencias extranjeras, la posición de los astros o cualquier otra ocurrencia. Estas personas, aunque resulte paradójico, pueden estar más cerca de la verdad (salvo excepciones) que los elitistas que dicen que el pueblo ha votado mal. ¿Por qué? Muy sencillo, porque no echan sobre los hombros del pueblo errores a causa de la ignorancia, sino que entienden que ha habido algún tipo de conspiración que ha engañado al pueblo. El pueblo no se equivoca es engañado por poderes misteriosos. En este tipo de casos no entran los peones negros (¿recuerdas Girauta?) porque sabían que mentían. En realidad las personas votan por muchos factores y los aparatos ideológicos, que todos utilizan, son fundamentales para la composición mental.

El discurso de Vargas Llosa no es nuevo, se puede encontrar en la Antigüedad en Homero, Platón, Herodoto o Tucídides, llegando hasta nuestros días. La visión de que las multitudes, el pueblo, son idiotas (idiotés) y no se las puede dejar a su libre albedrío pues acaban votando mal. Da igual si es lo que no le gusta a Vargas Llosa o es la invasión de Sicilia sin conocer la isla, la cual te lleva a una derrota estrepitosa. Toda la psicología de masas (Le Bon, Freud, Moscovici, Ortega y Gasset o Canetti) acaba señalando al pueblo-masa como un conjunto de ignorantes que no saben votar, ni ser autónomos. Por ello, dice el discurso oligárquico, nada mejor que dejar la política en manos aristocráticas o de los mejores. De ahí que la política actual no sea más que un juego cutre de lucha entre oligarquías, donde hasta no hace tanto se intentaba respetar al pueblo.

Los progres también son elitistas

No todos los que votaron a Hitler eran ignorantes, ni analfabetos, ni seres despreciables, bien al contrario le auparon insignes filósofos y juristas, pastores protestantes, etc. Por ello ese sentido elitista donde “los algunos” (por seguir la línea analítica de Chantal Delsol) siempre aciertan y tienen en su cabeza la única verdad posible y universal, no sea más que un engaño. Pura demagogia en muchas ocasiones. Una persona titulada puede ser tan incompetente o prudente como una persona ignara.

Vargas Llosa muestra su elitismo… y la progresía también. El discurso de desprecio al pueblo o a la clase social (incluyendo la militancia dentro de los partidos) no sólo se sitúa a la supuesta derecha ideológica. La progresía es parte de esa élite dirigente que insulta al pueblo. ¿No se lo creen? Hace poco más de seis años Carolina Bescansa hablaba de retirar el derecho al voto a las personas mayores de 70 años porque no sabían votar. Vamos que no les votaban a ellos. Las cuentas trolls de Juanma del Olmo insisten semana tras semana que las personas que votan al PSOE están equivocadas porque la verdadera y única izquierda es Podemos. Antonio Maestre siempre señala a cualquiera como fuera de la izquierda, y por tanto fuera de la verdad, que no apoye lo que él dice, aunque sea una estupidez. Los intelectuales progres son bastante elitistas y sienten estar en la única verdad… bueno las doscientas mil verdades en que acaban muchos de ellos divididos. Desde el PSOE se ha dicho en más de una ocasión que no hay nada más tonto que un obrero que vota a la derecha. No es, por tanto, un pensamiento propio de una parte del espectro político sino que se expande. Al final intelectuales y activistas de uno u otro lado acaban señalando al pueblo como culpable de votar mal.

Ninguno de esos intelectuales, partidos o malvaviscos televisivos se preguntan sobre el porqué del voto del pueblo. Por qué las clases populares acaban votando partidos de extrema derecha o populistas. En general los intelectuales son elitistas, pero la clase política también y todos cometen el mismo error, cargar las culpas sobre el pueblo mientras que “ellos, ellas y elles” (con estas gilipolleces normal que no les vote nadie) se sitúan en una posición de observación tan alta que no ven la realidad. Influyen cuestiones materiales, racionales, ideológicas, comunales y, principalmente, capitalistas. En realidad nadie puede poseer la verdad ya que ésta es una búsqueda constante, pero en temas humanos ciertamente todos dejan bastante que desear. Es llegar al cargo o vender cuatro libros y situarse por encima del resto de seres mortales. Por eso es normal que las revoluciones comiencen por la purga de este tipo de personas. Les dicen que votan mal y se lo recuerdan gracias al señor Joseph Ignace Guillotine.

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