Anda Pablo Iglesias muy preocupado por la calidad de la democracia en España, eso sí, sin aportar ninguna solución que no pase por ÉL. Haciendo adanismo ha creído descubrir que el recinto de la soberanía popular recibe presiones, que los medios de comunicación reciben presiones, que el gobierno recibe presiones… algo que en las Ciencias Sociales, en los propios medios de comunicación, en libros, en películas, en series y en mil formatos más se lleva diciendo desde, al menos, 40 años atrás. Pero ÉL tenía que aparecer como descubridor de la pólvora. Le parece mal que encarcelen a este o aquel, pese a que se hayan pasado las leyes por el arco del triunfo (y no precisamente las de libertad de expresión); entiende la violencia como un mecanismo político más; pero al final del camino propuesta para adecentar la democracia ninguna. Leyes con crímenes de autor sí. Reformas políticas de verdad, no.

Tiene la oportunidad en el mecanismo ese de resiliencia que se han inventado para el estudio del futuro de España. Pero no hará nada porque para Iglesias y su alegre muchachada todo se resuelve con referéndums, que es la democracia directa perfecta. Lo dicen así y tan panchos se quedan cuando saben, o deberían saber, que el referéndum ni es democracia directa, ni es más perfecto que otros mecanismos. Lo primero de todo porque para que fuese un mecanismo de democracia directa debería existir un proceso deliberativo suficiente, con la misma publicidad de todas las opiniones –tantas como ciudadanos existan- y sin la necesidad de una decisión dicotómica (Sí o No). Los referéndums que se presentan como la panacea de la democracia pecan de no aportar la información suficiente, es decir, toda la información para que las personas tomen una decisión valorada; y tampoco permiten establecer la pregunta algo que es fundamental. Por ejemplo, si alguien plantease si se quiere la independencia o no de Cataluña sin más se estaría hurtando la realidad pues hay numerosos condicionantes que deben ser incluidos en la pregunta en sí y que no aparecen. Y eso es calidad democrática. No hurtar la información y la deliberación ni en el transcurso ni en la misa pregunta.

Ese es todo su aporte democrático a la política, en línea con el populismo con tics de izquierdismo barato que ofrece cada día. Como mucho, desde alguna tribuna cercana a entorno morado, se ha llegado a solicitar que en algunas políticas intervengan asociaciones o incluso ciudadanos antes de que la clase política tome la decisión final. Algo es algo porque se incorporan elementos de la sociedad civil al proceso de deliberación primario, aunque se hurtan de la decisión real. Esto lo proponía Felipe González a comienzos del siglo XXI en sus conferencias por esos lares, por lo que muy nuevo tampoco es. Ni muy democrático si esas asociaciones son elegidas o son los lobbies interesados en el tema y piensan sacar rédito. Lo que ha hecho Irene Montero con la ley Loretta impidiendo que los grupos feministas interviniesen en el proceso previo –y en el deliberativo también a decir de la agresividad que muestran-. Ahí las presiones de las farmacéuticas son bien recibidas. Por tanto, algo que se presenta como más democrático en realidad puede ser –y es en la mayoría de las ocasiones- más oligárquico. Súmenle lo que duraron los círculos en Podemos y ya tendrán completo la esencia democrática de Iglesias.

Reforma del Senado.

El resto de la dirigencia política no es que sea mucho más democrática en sus propuestas, de hecho la gran mayoría tiene pavor a la democracia y no dudan en blindarse (estatutariamente y legalmente) contra aquellas mismas personas que les auparon al poder. No hay optimismo posible con la clase política en general, pero cuando menos no van de listos o de salvadores de la democracia. Como mucho dicen que España debería ser federal para solventar algunos problemas, cuando España ya es federal pero no se han enterado. Aunque, como le sucede a Iglesias, lo que quieren es un Estado confederal para algunos y más restrictivo para los demás… bueno como ahora con la permanencia de los fueros. No son muy dados a abrir el abanico porque, el que más y el que menos, viven de la política y tienen que “pagar los servicios prestados” a muchas personas del interior del partido. Pero ya que quieren cambiar la composición del Senado, habrá que ofrecerles una solución democrática.

Están preocupados porque el Senado no sirve para mucho –producto de la legislación existente- y querrían meter a los presidentes y presidentas de las Comunidades en el mismo. Más clase política haciendo lo mismo que hacen siempre, pero con pompa y circunstancia que dirían los británicos. No, lo que hay que hacer en meter directamente a la ciudadanía en el Senado para que esté representada la soberanía popular en esa cámara con posibilidad real de veto y transformación. Porque se arrogan la representación de la soberanía popular -o la voluntad popular, que suele ser sinónimo para ellos, algo que suele acabar en desgracia- pero en realidad es un mero artificio político pues la mayoría de personas no conocen ni diez puntos de los programas electorales y votan por cuestiones bien diversas más allá del programa. No hay, entonces, transferencia de la soberanía sino delegación de la representación, lo cual es bien distinto.

¿Cómo situar a la ciudadanía en el Senado? Tan sencillo como aumentar a 600 el número de puestos senatoriales. 300 hombres y 300 mujeres. Renovación cada tres años independientemente de las elecciones al Congreso. Y por sorteo. Según la población de  cada Comunidad Autónoma se otorgan equis número de senadores y se sortea entre toda la población, excepto cargos públicos de todo tipo (desde concejal hasta ministro o asesor dedocrático), y a trabajar durante tres años. Se pueden poner algunas cortapisas más al sorteo como personas judicialmente incapacitadas, jueces del CGPJ, etcétera. Lo importante es que las personas en sí estén en la cámara senatorial para deliberar, debatir y decidir sin débitos partidistas. Podrán llegar los más listos o los más tontos. Los más de izquierdas o los de más derechas, pero será el pueblo ejerciendo realmente su soberanía.

¿Por qué no harán nunca una reforma de este estilo? Por una cuestión egoísta, más allá de los cargos que perderían para pagar favores –desde el primero al último-, cualquier ley tendrían que explicarla de forma que fuese comprensible para todas las personas y abandonar el lenguaje de partido, de clase política, es complicado pues se han formado más en ese lenguaje que en otras cuestiones. A ver cómo Montero explica que un hombre-biológico puede sentirse discriminado por no atenderle un ginecólogo (Íñigo Errejón dixit). Al minuto las personas del común, iletradas o cultas, le mandaban a esparragar. No sólo tendrían que cambiar el lenguaje sino que todas esas leyes de políticos o de reforma de la reforma de la reforma que no aportan algo seguramente no saldrían adelante por el veto senatorial. Preguntaría cualquier senadora “¿Pero esto no estaba ya legislado?” y el político de turno diría “sí, bueno, pero es que es más mejor”, rechazado.

Además no es lo mismo convencer a una persona que a seiscientas, las cuales saben que en tres años se acabó y que no volverán a ocupar ese cargo. Por lo que pondrán todo su empeño en hacer las cosas bien, con más sentido común y, posiblemente, sin aspavientos ni cosas de políticos. El control de la prensa sería casi imposible por la cantidad de personas independientes. Cierto que se podrían crear ciertos bandos por afinidad ideológica, pero tampoco ello es negativo pues sucede en la sociedad habitualmente. Lo que está claro es que los partidos tendrían que trabajar, especialmente el gobierno, y más en las sesiones de control. No es complicado ser político, lo farragoso es estar dependiendo del “látigo del partido”, de los gustos del dirigente máximo y tragar con todo apeando la propia ética. Además con los letrados de la cámara y demás funcionarios se aprenden las cosas rápidamente. Y pensar que una persona cualquiera no puede ejercer ese cargo senatorial es de un elitismo asqueroso que atufa a casta. Pero este mecanismo democrático no lo verán sus ojos porque, ni Iglesias, ni los demás querrán.

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