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El presidente de República Dominicana, Luis Abinader, durante su intervención en la Asamblea General de la ONU | Foto: Alejandra Alcubierre

La tensión entre Rusia y Estados Unidos respecto a Ucrania está creciendo y todo indica que el enfrentamiento bélico podría ser inevitable. Moscú denunció que un submarino nuclear estadounidense había invadido las aguas territoriales rusas, algo que fue negado por la Casa Blanca. La conversación entre Joe Biden y Vladimir Putin fue un tira y afloja en la que en un momento se tendía la mano para aplicar la solución diplomática y, al segundo, se lanzaban amenazas y acusaciones. Esta es la misma situación que se dio en la reunión entre Putin y el presidente francés, Emmanuel Macron.

Varios países, entre los que se encuentra España, ya han ordenado a sus nacionales que viven en Ucrania a que abandonen el país.

Por otro lado, el gobierno ucraniano, a través de su ministro de Exteriores, Dimitro Kuleba, ha asegurado en la mañana del domingo que no tienen constancia de cambios drásticos ni en la frontera ni en los territorios ocupados de Donestk Lugansk durante los últimos días.

Las dos grandes potencias militares tradicionales necesitan una guerra. Han pasado muchos años desde la invasión de Irak y la guerra de Siria no ha cumplido con los objetivos de campo de pruebas de las nuevas armas desarrolladas por las industrias estadounidense y rusa. Ese novedoso armamento tiene tal nivel de tecnología que ni siquiera puede ser colocada en el mercado negro para ser vendido en África.

Si a esa situación terriblemente comercial le sumamos la situación de Rusia, con un presidente que quiere recuperar el poderío que durante la Guerra Fría tuvo la Unión Soviética, se ha buscado un punto de conflicto en el que ambas potencias tuvieran intereses. El problema está en que quienes pagarán las consecuencias serán los pueblos del mundo. Lo más injusto es que serán los países que no forman parte ni de la órbita rusa ni de la de la OTAN los que van a sufrir los sueños bélicos de las grandes potencias.

Abinader lo sabe y por eso se ha anticipado demostrando su capacidad de lectura de cómo los conflictos globales pueden afectar a su pueblo y, si hace falta, hará lo imposible para que la tensión que se está generando en Ucrania no llegue a convertirse en guerra.

El presidente de República Dominicana sabe que vivimos en un mundo global, que ya no sirve pensar que, como Ucrania está a más de 9.000 kilómetros de Santo Domingo, lo que allí ocurra no va a afectar al pueblo dominicano.

Por esta razón, el gobierno de Abinader afirmó que «en consonancia con nuestra tradicional vocación de respeto al derecho internacional público y la búsqueda de soluciones pacíficas a las controversias, el Gobierno dominicano hace un llamado a nuestros aliados y amigos de Europa y las Américas, sobre todo a Estados Unidos y Rusia, a bajar la tensión, a replegar de inmediato los activos militares en la zona en cuestión y a buscar una salida pacífica a esta crisis, que respete la integridad territorial y la seguridad de todos los países, en especial de Ucrania».

El mundo está sufriendo todavía las consecuencias de una pandemia que ha dejado millones de muertos y ha trastocado las cadenas de suministro global. Esto está provocando una inflación que ha aumentado los niveles de desigualdad a cifras desconocidas. La inflación y la crisis energética, con una subida desbocada de los precios del petróleo y del gas, son retos globales que no pueden afrontarse con un enfrentamiento bélico entre Rusia y Estados Unidos.

Por ello, el gobierno de Abinader instó a la comunidad internacional a «sentar las bases para una recuperación post-pandemia que sea sostenible, justa, verde e inclusiva. Un conflicto de la magnitud que se proyecta agravaría los problemas actuales al crear obstáculos a la producción de bienes y al intercambio comercial, profundizando las precariedades de la economía y la pobreza en decenas de países que dependen de las exportaciones de bienes y servicios, como el turismo».

Abinader sabe perfectamente que no es el momento para un pensamiento cortoplacista y bélico, ya que los pueblos del mundo están hastiados de los conflictos y los desacuerdos, mientras en muchos países la esperanza en un futuro mejor se desvanece frente a la aparente incapacidad del liderazgo para forjar un nuevo imaginario político basado en la paz y el bienestar.

El desarrollo de República Dominicana no depende sólo de la ingente labor diplomática de Abinader, sino que los factores externos, en los que no tiene ninguna responsabilidad afectarán al pueblo. En el pasado, el país caribeño ya sufrió las consecuencias de la Guerra Fría cuando, a pocos kilómetros, tenía emplazamientos de armas nucleares en Cuba que estuvieron a punto de iniciar la III Guerra Mundial, algo que fue frenado tras la acción diplomática liderada por John F. Kennedy y Nikita Kruschev.

La apuesta decidida de Abinader por la diplomacia y por la resolución de los problemas a través del diálogo y el arreglo ha sorprendido al mundo, precisamente, porque República Dominicana no está implicada directamente en el conflicto de Ucrania. Sin embargo, Abinader sabe que una guerra sí que va a afectar al pueblo y eso no lo puede permitir.

«Instamos al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a que juegue su rol como órgano principal para debatir y promover los temas relacionados con la paz y seguridad internacionales, en la búsqueda siempre de una solución pacífica a las diferencias entre los países. El Gobierno dominicano alberga la esperanza de que triunfe la racionalidad de forma tal que los líderes mundiales puedan redirigir sus energías a atender los retos más acuciantes que enfrenta hoy la humanidad y el planeta, mediante el diálogo y la negociación», señalaba un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores.

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