A colación de un artículo de la semana pasada, un personaje anónimo de los que pululan por las redes sociales, muy ofendido afirmó que el “había expresado su opinión y por ello debía aceptarla”. Asumía, por el mero hecho de expresar lo primero que se le ocurrió (entre otras cuestiones afirmó que era mentira lo que se decía y no supo dar un solo ejemplo de ello), que ya debía ser respetada la opinión (la persona siempre) por ser una verdad tan incontrovertible como la de expresada después de una mediana reflexión. Un artículo de dos mil palabras tenía el mismo o menor valor que un tuit con una frase. Y no, no tienen el mismo valor. Verán por qué.

Ayer mismo la filósofa Mariona Gumpert publicó un artículo, breve pero intenso, en el que criticaba a Toni Cantó por algo tan sencillo, y aparentemente banal, como haber defendido que él mismo tenía superior valor moral que un etarra. Gumpert exponía que ese tipo de frase era un error porque lo que tiene mayor o menor gradación moral son los valores que se dicen defender, no el individuo que lo hace. La superioridad moral, esa que a la que se agarra la izquierda caviar o bohemia burguesa, se encuentra en esos valores, de corte universal, que se defienden, no en la mera opinión.

Un sistema sin reflexión

Sin duda cualquier opinión merece ser escuchada, esa es la lógica de personajes como Jürgen Habermas, John Stuart Mill, Angelo Scola o John Rawls, pero no todas las opiniones tienen el mismo valor. La libertad de expresión y de pensamiento son sacrosantas, por así decirlo, pero ello no empece para que haya que dar la razón como a los tontos a cualquiera. Máxime si la opinión dada es un mero prejuicio o la consiga del momento. Si fuese así, la clase dominante dominaría con mucha más comodidad de lo que lo hace en nuestros tiempos. Gracias a la posibilidad de reflexión, crítica y análisis no se vive en un totalitarismo deshumanizador. Se está cerca de, pero no se está completamente en ese tipo de sistema.

Una de las cuestiones que el sistema impulsa para acabar con cualquier pensamiento crítico es introducir el relativismo, no sólo moral sino de la propia opinión. Al no haber una verdad firme (la famosa falsación de Karl Popper) todo puede ser verdad o parte de la verdad. Algo que cualquiera que piense mínimamente sabe que no es posible. Existen verdades, más o menos definidas, pero ni todo el mundo tiene razón, ni todas las opiniones son válidas. El lenguaje políticamente correcto, el buenismo, el secularismo, la extensión de los derechos humanos a cualquiera que se sienta ofendido, la negación de una alternativa al capitalismo, etcétera son falsas verdades con las que el sistema está agradecido. Es por ello que, en otros artículos, se ha expuesto que la ideología dominante tiene dos caras: la liberal libertaria y la liberal social.

Fundamentalismo de la opinión

Cuando se habla de aspectos éticos o morales existe una verdad clara: la dignidad de la persona (que no del individuo). A partir de ahí se puede racionalizar y perfilar distintos aspectos concernientes a esa dignidad humana. En el artículo se exponía, en base a un planteamiento ético, que el mil veces maldito Vladimir Putin debería ser apresado y condenado por todo lo que viene haciendo su ejército. Pero -ese pero ético, esa conjunción adversativa que sirve para cuestionar la realidad- también Volodímir Zelenski estaba permitiendo abusos contra la dignidad humana. En un plano ético y moral tan malas son las masacres de Putin como los asesinatos de Zelenski. Esta, si no es una verdad, se aproxima al ideal universal de una moral que toma la dignidad humana en serio. Decir eso para aliviar la propia carga o seguir la publicidad interesada en tiempos de guerra puede ser útil, pero no tiene más valor. No es igual.

Hay tantos politólogos de título, que no de reflexión, por los medios de comunicación que ya cualquiera se anima a decir lo primero que le viene a la cabeza y se enfada si se le hace ver que no, que lo expresado es una memez o una mentira. Si hay algo que, al menos antiguamente, se aprendía al hacer un doctorado o una licenciatura (lo de licenciatura es clave frente a un grado) es que se sabía algo, poco, y que todo debía ser tamizado por la razón. Fuese alguna cuestión de fe o ideológica. Había que evitar el fundamentalismo. Hoy todo es fundamentalismo. De partido. De programa de televisión. De periódico. De ideología. No hay comunión de ideas. No hay espacio de reflexión pública. Se piensa embistiendo.

Moral universal

Y sucede que, al final, acaban muchos más embistiendo que razonando. La ideología dominante no sólo quiere, como diría Giorgio Agamben, que se viva en un Estado de excepción, sino que se relativice todo. Desde el sexo biológico hasta la misma verdad moral. No importa la contradicción, de hecho eso es bueno para la reproducción de la sociedad espectacular, sino que la polémica dure poco y esté muy diversificada. Las matanzas de unos son validadas porque “es nuestro hijo puta” o nos vende petróleo, mientras que las demás son malas o no existen (ese África llena de sangre olvidada). Relativizar todo para que cualquier individuo (que no persona) tenga su cuota de protagonismo en el espectáculo.

En una democracia reflexiva no se habría visto a los medios apoyando a Manolín “el camionero”. Su opinión no tendría valor, entre otras cuestiones porque no tenía camiones, y porque ha demostrado que la dignidad de la persona para él es relativa. Y no es una cuestión de meritocracia, ni de experticia (los expertos dejan mucho que desear), sino de auctoritas. Vocablo latino pervertido (asemejado a poder legítimo sin más) que siempre indicó que algunas personas se habían ganado el respeto por sus actos (por sus reflexiones o trabajo). Tampoco se consentiría que un transexual compitiese en ventaja por su físico.

La moral va unida a lo bueno, al bien común, a lo comunitario, a la persona (que no al individuo como ente abstracto) y a la razón. No la razón instrumental o la razón postmoderna, que nada más que son parte de la ideología dominante, sino a lo razonado y razonable. También se refiere a lo malo, al mal, lo que perjudica a la comunidad. Que es donde parece que se ha insertado la ética actual, la ética del buenismo, la ética de los autonombrados-buenos-sin-pasar-por-la-reflexión. Si se fijan, estas personas nada más que inventan perjuicios comunitarios e individuales para poder generar una sociedad más cerrada, menos reflexiva, más totalitaria. De ahí que “no, su opinión no tiene el mismo valor” si es mero prejuicio o ideología dominante o fundamentalismo.

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